En medio de este confinamiento «tenemos más tiempo libre” pero del mismo modo nos falta tiempo, y es que este no se mide por la cantidad de horas libres, por los días en que podemos hacer o no lo que nos gusta, aprender un curso nuevo en línea, una nueva receta o rutina de ejercicio o ver aquella serie por internet que hemos pospuesto siempre. Es más por la calidad que nos ofrendan los momentos, un café en un bar, un helado en un mirador, una charla sea profunda o furtiva con alguien frente a frente. No es el tiempo libre para «realizarnos» es la misma realización propia la que le da el valor a ese tiempo. No es de extrañar entonces, que ahora que «tenemos» más tiempo libre, lo aprovechemos menos. Nos levantamos quizá más tarde de lo normal, intentamos distraer la mente en oficios diarios, en ejercicio, una película, nos enteramos de las noticias, escribimos (en mi caso), escuchamos música y nos asomamos en la ventana a mirar el extraño vacío de las desoladas calles. Al final, la misma sensación de carencia está allí dentro, en lo más profundo de nuestra mente. Las noches, un poco más solitarias de lo normal nos agobian, ya después de haber visto la telenovela de costumbre y de haber apagado el televisor, escuchamos ese silencio infinito al que nuestra mente no está acostumbrado, hace falta ese ruido de los autos que pasaban esporádicamente por la calle interrumpiendo nuestros intentos por dormir, algunos vecinos con su música y alaridos de alegría y pensamos “que desperdicio de día”. Mañana será otro día, pero sin duda alguna, otro día igual al de hoy, otro día en el que trataré llenar el vacío social que ha dejado esta reclusión, solo que mañana me pondré la mejor ropa y trataré de recordar lo que era tener una cita conmigo mismo.
Termino entonces por entender – muy a mi manera – que no es el tiempo lo valioso, valiosos son los momentos que dentro del mismo tiempo sabemos aprovechar, el contacto físico y el calor de las amistades. La sensación que el viento provoca en nuestra piel, la ironía de mirarnos a los ojos sin saber si lo que siento es miedo o amor, el sabor de alguna comida típica regional, la vista de los paisajes que muchas veces pasamos desapercibidos, ese instante que a fuerza sacamos en medio de nuestro trabajo para tomarnos un capuchino, en fin, aquellos momentos que este confinamiento nos ha estrellado en la cara «¿Por qué no lo valoraste?” Entonces, no es cuestión de tiempo, es cuestión de momentos, que aunque muy insignificantes o pequeños, nos llenan de magia.
-Geharlye Rincón, 28 años