El asunto entre Israel y los terroristas palestinos, no todos los palestinos desde luego, es una novela por entregas cuyo final, si acaso, tendrá lugar en el juicio final allá en el valle de Josafat al que, según las Escrituras, concurriremos todos sin excepción a dar cuenta de nuestros actos.
El actual capítulo tiene origen en el homicidio de tres jóvenes israelitas a manos ya se sabe de quiénes y vana la pretensión si esperaban que el tema quedara resuelto así no más, sabiéndose de antemano que el pueblo de Israel no es cordero manso que vaya al humilladero a ofrendar su sangre sin consecuencias.
Claro que conturban las imágenes de tanta destrucción y tantos muertos de la edad que fueren, pero hay que convenir en que el que la busca la encuentra o, como se decía antes, cuando las nalgas quieren rejo ellas mismas lo buscan. Solo mentes estúpidas podrían pretender la mecha y tirar voladores contra una nación bien armada. Verdad de Perogrullo.
Aquí lo grave es que un gobierno débil, como el palestino, no tenga manera de meter en cintura a las hordas fanáticas que han desatado tamaño daño contra su propio pueblo. Lo que se vive en Palestina es el resultado del desafuero que así misma la infesta. Y lo que es peor, no hay ojo de santa Lucía que pudiera valer.
La solución extrema estaría en que el doctor Santos mandará las fuerzas antimotines a controlar la situación, pero con el grave riesgo de quedarse sin las ESMAD para apagar con agua las protestas por el agua, o que el doctor Samper avanzara al frente de las tropas de UNASUR a idéntico efecto.
Hay cosas imperdonables que no caben ni aún en las cabezas más mal puestas: cómo es que ayer se dieron en Bogotá los funerales de la niña asesinadas por la guerrilla en un CAI de Arauca y, al tiempo, el presidente de la República asistiera a un desfile de modas en Medellín.
No señor presidente, no estamos para canutillos y lentejuelas. El país bajo el estrepito de bombas, voladuras y acumulando caídos inocentes y usted de espaldas a la realidad guardando sospechoso mutismo. Aquí, que el silencio otorga no es un decir, es cruel realidad.
Y no me voy a referir aquí ni a los pocos que en el Congreso han exhibido carteles, ni a los que por las redes sociales se halan las mechas por los espantosos sucesos de Gaza y, a la vez, no han tenido una lágrima para llorar a nuestros propios niños. ¡Por la misericordia de Dios!
Tiro al aire: cae la sintonía de los noticieros privados de televisión y sube la del Canal del Congreso. Lo que ya es mucho decir.
[author] [author_image timthumb=’on’]https://alponiente.com/wp-content/uploads/2013/07/Francisco.jpg[/author_image] [author_info]Francisco Galvis Ramos Abogado y comentarista en internet. Leer sus columnas. [/author_info] [/author]
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