¡Lo mataron, lo mataron! —gritaban, desconsolados los estudiantes—, tenían miedo pero se quedaron e intentaron socorrerlo. Tenían rabia, indignación; lo mataron ante los ojos de cientos, miles, de todos aquellos más jóvenes soñadores, esperanzados en trasformar las realidades de nuestro país. Lo mataron, cayó inconsciente luego de recibir un disparo de un artefacto de gases por el ESMAD, lo mataron desde el 21 de noviembre, y con él mataron la sonrisa de sus padres, de sus hermanas, de sus amigos. Lo mató el Estado, en un crimen de los que ellos saben cometer, le dieron por la espalda, tenían que espantar a los pacifistas, no soportaban verlos clamar sus plegarias de paz. Lo mataron por luchar por educación, por salir a las calles de Bogotá a hacer lo que muchos más no fueron capaz. Lo mataron sin dejarlo graduar, no le permitieron usar la toga y portar su diploma para la foto. No le permitieron ir a la Universidad, no lo dejaron seguir soñando más. Lo mataron como se mata a la gente buena, injustamente. Lo mataron y ahora quieren hacernos creer ver qué falleció en un hospital, qué no fue un asesinato. Lo mataron y deben pagar políticamente quienes lo hicieron, desde un gobierno despiadado y deshumanizado; debe pagar quien accionó y lo mató, quien derribó los sueños de todos quienes queremos un país mejor. Lo mataron ante los ojos de Colombia, del mundo. Marchó y registró la proclama de paz en mi nación, la subió a sus redes y en 24 horas desapareció. Lo mataron sin saber qué su mensaje se viralizó, qué tenía a un país —y más— llorando y orando por su recuperación. Lo mataron a sangre fría, desprotegido, mientras que quien lo mató pudo tener la posibilidad de taparse con su escudo, con su anti motín, de las bombas de paz que traían ese día los estudiantes, y seguir disparando para hacer huir a más jóvenes, despavoridos, y desconsolados que vieron caer a Dilan Cruz pero que no huyeron, que se quedaron e intentaron socorrerlo. Lo mataron y su muerte no quedará impune, no puede pasar desapercibida. No puede echarse al olvido tras la noticia de entretenimiento o el partido de fútbol. Lo mataron como matan a los líderes sociales, lo silenciaron, desde lejos con una granada de humo. Lo hicieron caer y cayó. Murió ante los ojos de muchos, y trató de luchar para renacer como esperanza de paz pero no pudo. No lo dejaron vivir, lo mataron. Truncaron la tranquilidad de su familia, de sus amigos, de los que hoy alzan sus cacerolas y cantan en paz. Lo mataron para siempre, por siempre. No lo dejaron soñar más.
En memoria de Dilan Cruz, víctima del Estado en marcha pacífica del 2019, durante el Paro Nacional.