En las actuales condiciones del mundo, con el auge de la globalización que implica la masificación informativa, el consumismo desenfrenado, la superproducción industrial, la hiperexplotación de recursos naturales y la especulación financiera, los seres humanos padecemos una crisis del sujeto que la modernidad apenas esbozó. El diagnóstico es la concentración de la riqueza como nunca antes, donde el 1% de la población tiene más recursos que el 99% restante, además de problemas de salud y el paralelo entre el subdesarrollo de las mayorías respecto a una minoría explotadora que ostenta la riqueza, el capital cultural y el acceso a condiciones dignas. La propiedad de los medios de producción junto con la reproductibilidad técnica de la que hablaba Walter Benjamin, no solamente somete a los sujetos entre sí, sino que hoy, como nunca antes, podemos conocer en cuestión de segundos los impactos severos que generamos con nuestro contexto, pero sin preocuparnos ni tomar medidas. La dualidad de ver para ignorar, saber para olvidar. Disrupción entre el sistema económico y el social que en dimensiones materiales conlleva a una irreversible explotación del medio contextual, la naturaleza, el futuro. Esta es la implicación histórica del capitalismo salvaje y el capital financiero especulativo en nuestra época. Como plantean el economista y teólogo alemán Franz Hinkelammert y el economista costarricense Henry Mora Jiménez:
“No obstante su presencia en toda la historia humana, la disyuntiva de la orientación del ser humano y de su acción social, sea hacia la vida o hacia la muerte, adquiere dimensiones especiales desde el surgimiento mismo del capitalismo, ya que bajo la primacía de las relaciones sociales mercantiles, los nexos corporales y subjetivos entre los seres humanos aparecen como relaciones materiales entre cosas, al tiempo que la relación material entre las cosas es vivida como una relación social entre sujetos vivos” (Hinkelamert & Mora, 2006)
Las condiciones políticas, sociales y económicas que han hecho posible esta alarmante situación pueden encontrar su origen en los fenómenos geopolíticos, pues el auge de internet, el desarrollo técnico y tecnológico, amplió la brecha al renovar las guerras, mercantilizar los derechos y frenar la humanización del desarrollo científico. Precisamente las actividades económicas priman sobre el desarrollo humano, actividad económica entendida “como conjunto de procesos de trabajo que los humanos realizan con el fin de asegurar la reproducción material de las sociedades” (Aguilera y Alcántara, 1994)
“Mientras tanto, cada año mueren de hambre más de 15 millones de personas —niños en su mayoría—; otros 500 millones padecen enfermedades causadas por la desnutrición. Aproximadamente el 40 por ciento de la población del mundo no tiene acceso a una asistencia sanitaria profesional y, a pesar de ello, los países en vías de desarrollo gastan tres veces más en armas que en sanidad. El 35 por ciento de la humanidad carece de agua potable, mientras que la mitad de los científicos e ingenieros del mundo trabajan en tecnología armamentista” (Capra, 1992).
La consunción de los recursos minero-energéticos son la base de las crisis globales y las amenazas de guerra, como la disputa de los EEUU y China por el oro, el conflicto de recursos en África y Asia, el intervencionismo de EEUU en América Latina y la confrontación por el petróleo en el mercado global, el conflicto bélico y migratorio en Medio Oriente o la disputa del gas en Europa con Rusia. La preocupante inflación en Turquía, India y Sudáfrica, sumada a las crisis económicas y devaluación de divisas como en Venezuela, Argentina y Colombia. El desempleo mundial de la población apta para trabajar para 2018 fue de 4,96%, en Colombia en 2019 es del 10,3% y en población juvenil casi del 22%. La sobreproducción de EEUU y las burbujas especulativas como la de 2008, tienen en riesgo las economías de Europa, América Latina y África. La desigualdad se basa en que para 2015 62 personas tenían los mismos recursos que 3.600 millones de personas, en Colombia el panorama no es más alentador, siendo el país más desigual de Latinoamérica y el tercero del mundo. A esto sumarle la falta de soberanía alimentaria, ganadería extensiva, la deforestación, incendios desmedidos en la Amazonía o la sustitución de producción nacional por importaciones. A esto se le suma la crisis de los profesionales: los médicos no saben explicar las enfermedades, los científicos no pueden explicar el cambio climático, los psicólogos no pueden explicar el suicidio, los filósofos no pueden dar cuenta de la desesperanza generalizada y los políticos no son capaces de reducir los conflictos sociales, la impotencia es cada vez mayor.
La racionalidad de la ganancia que conduce hoy la economía, degenera en políticas de privatización y muerte. Se vulneran los derechos humanos y la crisis ambiental es insostenible, sus consecuencias en las relaciones entre la humanidad y la naturaleza son evidentes tanto en la sociedad como en los ecosistemas. Arden los pulmones del planeta en África y el Amazonas, que no podrá recuperarse hasta en por lo menos doscientos años. Para el año 2052 el incremento de la temperatura del planeta, por las concentraciones elevadas de gases de efecto invernadero, no solo aumentará en medio metro el nivel del mar con los deshielos polares, sino que el incremento medio será de 2 grados. El 95% de la población se expone a partículas finas y a emisiones toxicas de CO2. El 42% de los invertebrados terrestres, el 34% de los de agua dulce y el 25% de los marinos se encuentran en riesgo de extinción. De cada 14 hábitats terrestres, 10 han experimentado un descenso en la productividad de la vegetación y la mitad de las ecorregiones se encuentran en riesgo de conservación. La vida en la tierra no había corrido tanto riesgo de desaparecer, y para el año 2030 podría ser irreversible. Y las consecuencias para la salud humana son evidentes.
“El deterioro del medio ambiente ha traído consigo un aumenta paralelo de los problemas individuales de salud. Mientras las enfermedades infecciosas y las causadas por la desnutrición son las principales causas de muerte en el Tercer Mundo, los países industrializados sufren una plaga de enfermedades crónicas y degenerativas —enfermedades cardiacas, cáncer, apoplejía— que se conocen con el nombre de «enfermedades de la civilización»” (Capra, 1992)
La tensión entre este sistema económico que considera a la naturaleza como un fondo inacabable de recursos para el capital, requiere asumir las implicaciones sociales y ecológicas, pues las consecuencias afectan el tiempo de permanencia de las especies vivas en el planeta, incluyendo a la humanidad. La biosfera es un sistema abierto, múltiple y complejo, que va más allá del sistema económico que tiene una sola lógica, esto es, la racionalidad de la competencia y la ganancia, bajo la ficción de un mercado total que supuestamente se auto-regula y genera su propio equilibrio. Este sistema: “Generaliza al conjunto de los mercados la experiencia parcial de la auto-regulación de los mercados parciales e inventa entonces el mito del mercado total auto-regulado, el equilibrio general. Se trata de un error grosero que hasta le puede costar a la humanidad toda posibilidad de seguir viviendo en el futuro” (Hinkelamert & Mora, 2006)
El antecedente histórico de dicha situación es el principio capitalista, modelo que se depreda a sí mismo, nos depreda a los seres humanos y al medio ambiente, bajo el presunto de los medios de producción y reproducción, mercantiliza a los sujetos, los recursos y el contexto. Después de la revolución industrial, la reproductibilidad técnica y la especulación financiera, la globalización generalizó este sistema en todo el mundo. Lo que en un principio fue el surgimiento de la burguesía como clase social opuesta a la monarquía, resultó depredando y explotando por doquier.
“Por tanto, en la sociedad burguesa, la decisión de quienes son sujetos, aparece como un “juicio de valor”. La ciencia burguesa lo toma así, definiendo la racionalidad económica como una relación entre demanda efectiva y factores empleables para satisfacerlas. Para esta ciencia, sujeto no es el que sea sujeto humano pura y llanamente, sino el que las relaciones de producción –la ley del valor- acepta como sujeto. La dicotomía necesidades-demanda es entonces a la vez una dicotomía sujetos humanos-sujetos mercantiles.
Y como no todos los sujetos humanos son necesariamente a la vez sujetos mercantiles, según la racionalidad burguesa se puede eliminar a aquellos que no logran convertirse de sujeto humano en sujeto mercantil. Y son sólo razones no económicas -en base a los “juicios de valor” del humanismo burgués- las que motivan dejarlos sobrevivir o preocuparse de su sobrevivencia” (Hinkelamert & Mora, 2006)
Estas manifestaciones de la crisis como el cambio climático, la pobreza y el crecimiento de las migraciones de poblaciones refugiadas, son muestras de que el factor principal que impide el cambio urgente que necesita la biosfera y la humanidad como parte de ella, es de carácter general. Es decir se requiere la conciencia colectiva y global sobre la principal necesidad humana: la vida. Esta decisión requiere revolucionar las dinámicas sociales, políticas y económicas. Se hace imprescindible la reformulación del capital, la producción, el trabajo y las relaciones de poder, de tal forma que primen los sujetos y el contexto sobre el mercado, pues la organización social está determinada por grupos poblacionales que ostentan los medios de producción, y la ética actual no puede ser remplazada por una bioeconomía o biopolítica si no es por medio del cambio sustancial de las diversas clases sociales.
“La dinámica del cambio es el resultado de una interacción dialéctica, de dos opuestos que surge de las contradicciones intrínsecas a todas las cosas. Marx tomó esta idea de la filosofía hegeliana y la adaptó a su análisis del cambio social, afirmando que el desarrollo de las contradicciones internas de una sociedad engendra todos los cambios en su seno. Para él, los principios contradictorios de la organización social se materializan en la existencia de clases sociales; la lucha de clases es una consecuencia de su interacción dialéctica” (Capra, 1992)
La sociedad de sobre-producción, hiper-consumo y mercado total agoniza. Es por esto que se hace necesario mitigar los impactos de este sistema económico, sus bases materiales y filosóficas, con el principio de la vida como prioridad. Es decir que se requiere no solo la transformación de la superestructura de la que hablaba Marx, como los cambios culturales, en la mentalidad colectiva que inicialmente busque tomar conciencia medioambiental y social, para luego reformular los criterios de producción y consumo, y finalmente revertir, mientras sea posible, las causas y consecuencias de la crisis ecológica. Transformar profundamente el curso de la historia es revolucionar las relaciones de poder, pues aunque todos los seres humanos del planeta tomen medidas individuales como reciclar, reducir el consumo de carne, utilizar energías limpias, promover el ahorro de agua y medidas sustentables, la industria, guerra, ganadería y agricultura extensivas seguirían ocasionando las mismas consecuencias, pues representan el 98% de los impactos. Se hace necesario un modelo que atienda las necesidades humanas pero sobre todo las condiciones para la vida, esto es, donde primen los sujetos sobre las mercancías, la biosfera sobre el mercado.
“Una Economía para la Vida se debe ocupar de las condiciones que hacen posible esta vida a partir del hecho de que el ser humano es un ser natural, corporal, necesitado (sujeto de necesidades). Se ocupa, por tanto, particularmente, de la reproducción de las condiciones materiales (biofísicas y socio-institucionales) que hacen posible y sostenible la vida a partir de la satisfacción de las necesidades y el goce de todos, y por tanto, del acceso a los valores de uso que hagan posible esta satisfacción y este goce; que hagan posible una vida plena para todos y todas” (Hinkelamert & Mora, 2006)
La Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático establece en 2016 el Acuerdo de Parías para tomar medidas en la reducción de las emisiones de Gases de Efecto Invernadero para 2020. 55 de las partes de este acuerdo generan el 55% de las emisiones, lo que significa un avance significativo global, sin embargo la salida de los EEUU de este acuerdo, es un grave daño en la procura de resolver estos problemas pues este país representa el 15% de las emisiones de dióxido de carbono, concentra la mayor superproducción global y ocasiona la principal afectación mundial del orden geopolítico y corporativo. A principios de los años noventa, el entonces Secretario de Estado de EEUU Henry Kissinger se refirió a la globalización diciendo que “no es más que otro nombre para la hegemonía de los intereses de Estados Unidos de América en todo el mundo”, por lo que hacer a un lado la participación de este país en la necesaria transformación global para la preservación y resguardo del Medio Ambiente, implica ignorar la responsabilidad impuesta por dicho país y convertir su política internacional, económica y bélica en enemiga del medio ambiente y de la humanidad.
“Este es el sistema de globalización: un sistema de ley absoluta. Por consiguiente, amenaza la vida humana. Nuestra discusión actual con la globalización como ámbito de ley total, absoluta, provoca entonces un problema humano, el de la vida humana amenazada. Y este ser humano que se enfrenta en nombre de la sobrevivencia humana a esta ley absoluta, es un ser humano que actúa como sujeto (…) no se trata de abolir el criterio de la racionalidad medio-fin, sino de reconocer que la condición de toda racionalidad medio-fin debe ser una racionalidad de la reproducción de la vida” (Hinkelamert & Mora, 2006)
Los poderosos deberían ser los principales sujetos involucrados en el proceso de transformación cultural requerido, aunque claro está, a través de la educación todos los seres humanos que habitamos el planeta en su peor crisis, debemos ser conscientes de qué es y como favorecer esta revolución. Este cambio de paradigma requiere entender que en últimas se trata de un problema ético, al tratarse de costumbres, normas y comportamiento humano, que no es posible resolver mientras prevalezcan las formas antiquísimas de rezago, pues la lucha contra la desigualdad, la crisis del patriarcado y el reconocimiento de la guerra como la afectación de la soberanía de los pueblos principalmente por las reservas de combustibles fósiles, significan la verdadera evolución cultural que no solamente requerimos, sino que necesitamos. Prima la ética sobre la economía, para efectivamente reconocernos y respetarnos en nuestras interacciones humanas y con nuestro contexto.
“Se trata de los valores del reconocimiento y el respeto mutuo entre los seres humanos –incluyendo en este reconocimiento el ser natural de todo ser humano–, y del reconocimiento y respeto por la naturaleza externa a ellos; valores que no se justifican por ventajas calculables en términos de la utilidad o del interés propio y que, no obstante, son la base de la vida humana, sin la cual ésta se destruye en el sentido más elemental de la palabra” (Hinkelamert & Mora, 2006)
Mientras tanto hay que movilizar las conciencias de estas y las nuevas generaciones de una ética en la que prevalezca la opción por la vida. Solo la educación pude hacer los cambios desde lo más elemental de nuestra cotidianidad, hasta la conciencia sobre el consumo y el rol en las cadenas de producción y reproducción, los individuos transformando su cotidianidad pueden incidir en la cultura. Pues finalmente la democracia y la organización social son los mecanismos de presión e incidencia para que la naturaleza, con nosotros incluidos, tenga alguna cabida en el sistema de poder mundial. Solo así la vida en el planeta tendrá sentido, la destrucción prevenida y el cambio realizado. Si no, muy pronto, nos espera la desaparición y la muerte.
“La libertad, en el terreno de la producción material, no consiste en un “reino de la libertad” que se realiza plenamente, sino en la anticipación de una plenitud conceptualizada por una acción humana que se impone al poder ciego del “reino de la necesidad”. La regulación, bajo control común, del intercambio entre los hombres y con la naturaleza, para que las leyes de la necesidad no se conviertan en un poder ciego que se dirija en contra de la vida de los sujetos, y para aprovecharlas racional y dignamente” (Hinkelamert & Mora, 2006)
Bibliografía
Aguilera, Federico & Alcántara, Vicent. (1994). De la economía ambiental a la economía ecológica. ICARIA-FUHEM. Barcelona.
Capra, Fritjof. (1992). El Punto crucial. Ciencia, Sociedad y Cultura naciente. Editorial Troquel. Buenos Aires, Argentina.
Hinkelammert, Franz & Mora Jiménez, Henry. (2006). Hacia una economía de la vida. Departamento Ecuménico de Investigaciones. San José, Costa Rica.