En la pasada campaña presidencial fui aprendiendo a conocer a Sergio Fajardo. A punta de escuchar una y otra vez su mensaje, intuyo que comencé a entender sus motivaciones. En ocasiones incluso parecía que su objetivo no era el de ganar la presidencia. El medio, una estrategia casi suicida que contenía un fin en sí mismo; convencer al colombiano acostumbrado a votar por un tamal que era posible hacer política decente, diciendo verdades incómodas sin necesidad de levantar la voz, sin demagogia, sin populismo. El man debió ser una pesadilla para sus asesores supone uno. Le tuvieron que decir apelando a la lógica electoral que endureciera el discurso cuando bajó en las encuestas, que prometiera puentes donde no hay ríos como manda el manual. Pero el hombre nada. Frío, sereno, coherente con quien siempre había sido.
Entonces comprendí que la motivación de Fajardo iba más allá de convertirse en el próximo presidente, su verdadera apuesta era por salvar la conciencia de Colombia. Que la aparente falta de firmeza disimulaba un sentido de sensatez y moderación indispensable para avanzar hacia el futuro. Comencé a admirarlo, a seguirlo. “Coherencia +consistencia = confianza”. Me ganó, me convencí, me volví “Fajardista”. Este es el líder que necesita Colombia pensé. Pero por ahí no iba la cosa.
Pasada la primera vuelta, a los ojos de muchos vino de nuevo la desilusión: Las ballenas y el voto en blanco, aunque para ser sincero yo mismo no sabía qué hacer. Entendía que Colombia perdía de cualquier manera. Y aunque la entendía, no compartía la posición de quien me representaba. ¿Me cuestione qué sentido tenía entonces invertirle todavía tiempo, energía y pasión a un político?
Tras mucho cavilar me respondí en tono autocrítico, no se trata de pensar y estar de acuerdo en todo con el caudillo personal. Esto va de pensar diferente. De entender que ESTÁ BIEN que “el otro” piense distinto, incluso cuando ese otro es ese líder que uno admira. La clave para respetarlo eso sí, está en la coherencia. Y es que la incongruencia y el oportunismo de algunos políticos, de esos a los que les gusta robar tarima para salir en la foto, son nocivos. Por eso me cae bien Fajardo. Porque aunque a veces pensemos distinto, le creo. No por sus palabras, por su coherencia.
Al igual que Mockus, Fajardo nos pasa la pelota, nos devuelve la dignidad, nos invita a ser actores responsables en democracia, no borregos que siguen al mesías que una vez electo ha de solucionar todos los problemas. El mensaje cifrado es no me sigan a mí, empodérense ustedes. No hay que estar de acuerdo en todo señores, siempre que seamos decentes, siempre que tiremos todos pal mismo lado, hay esperanza.
El reto es aprender a deliberar en la diferencia. A construir. Cuando hay confianza entre las partes no es tan difícil. Un profesor de la Universidad insistentemente nos repetía: “Esta sociedad ya no necesita hombres fuertes, lo que necesita son instituciones fuertes”. No necesita Uribismo, Petrismo, ni Fajardismo. Precisa lo mejor de nosotros mismos. De Ustedes y de mí, de la ciudadanía cómoda y apática que ignora su poder de impacto.
El momento histórico que está Colombia lastimada vive, demanda un marco intransigible, el de los principios, el del no todo vale. El de la reconciliación. ¿De verdad ganamos algo insultándonos desde los extremos? La discusión ya no es sobre las personas, sobre los líderes. Eso divide. La discusión es sobre las ideas, sobre los argumentos. Por eso aunque confío en él, ya no sigo a Fajardo. Asumo la responsabilidad de edificar a su lado y al de miles de colombianos tibios, pero bien templados, un proyecto de país que encarne la sensatez, el respeto, la decencia, la reconciliación, y la legalidad. Creo en una Colombia donde la educación sea lo primero, y donde la lucha contra la corrupción sea una realidad que abra paso a las oportunidades.
En las elecciones que se avecinan, sectores tradicionales de izquierda y derecha, seguirán haciendo política con puestos y contratos en un país que naturaliza la burocracia y el clientelismo. Usted sabe y los conoce. Los mismos con las mismas. Fíjese con quienes salen en la foto y verá para que trabajan. Pero aún están los otros, los que piensan diferente, los independientes, los coherentes, los que inspirados por gente como Fajardo o Mockus no siguen, sino que lideran. Gente extraordinaria, de a pie, como Usted y como yo que se cansaron de que tomen decisiones por ellos, ciudadanos comprometidos que invitan a trabajar juntos por nuestras ciudades y regiones. Yo sé que con ellos –SE PUEDE. Sé a cuales buscaré en el tarjetón. Ahí les dejo ese trompo.