El pasado 28 de noviembre se cumplió un año desde que Corea del Norte llevó a cabo exitosamente la prueba de su misil balístico intercontinental Hwasong-15, que le dio conclusión a un agitado 2017 con respecto a las pruebas nucleares, donde este país llevó acabo, que se sepan, al menos 23 tests.
Acompañado de estas pruebas vinieron fuertes tensiones diplomáticas con los principales países que se ven amenazados por la existencia de este tipo de armamento en la península de Corea: sus ex-compatriotas de Corea del Sur, Japón y, a quien en verdad buscaban provocar con estos ICBMs, Estados Unidos.
No hay prueba más clara de la efectividad de estas provocaciones que las incendiarias réplicas del presidente Trump hacia Kim Jong-Un y Corea del Norte: como la amenaza inescrupulosa amenaza que respondería con “fuego y furia” a las provocaciones(1) o la gran cantidad de tweets atacando tanto a este país como a su mandatario (2).
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(2):
Aunque la cosa no pasó a mayores, tanto Estados Unidos como Corea del Norte pudieron cumplir sus objetivos con estos altercados.
Por el lado de Kim Jong-Un, logró intimidar a las potencias de occidente con la amenaza de una guerra nuclear. De esta manera, consiguió que se respetara su soberanía para poder seguir perpetuándose en el poder, evitando seguir el destino de Gadafi en Libia o Saddam Hussein en Irak.
Por el lado de Trump, pudo dar un contundente golpe de opinión al haber logrado que Corea del Norte se “comprometiera a cesar sus hostilidades” gracias a su “temperamento fuerte”, sin molestarse por mencionar que los resultados se debieron más a un frío cálculo en la política exterior de Kim Jong-Un que a cualquier otra cosa. Al mandatario norcoreano le conviene ejercer presión militar ocasionalmente para evitar que se le impongan sanciones económicas y para buscar ayudas externas que le permitan sostener su débil economía.
Sin embargo, casi un año después de los principales acontecimientos, cuando ya todo parece haber quedado sumido en el olvido, lo que más ha podido impactarme de estos eventos fue la banalidad con la que se les trató.
Los riesgos que puede traer una confrontación nuclear son muy reales, de proporciones catastróficas.
Estados Unidos siempre ha tenido esto muy claro. A principios de los 50s, en momentos de tensiones nucleares con la URSS, el gobierno estadounidense decidió difundir el siguiente video educacional como parte de una estrategia para mitigar las posibles consecuencias de una bomba atómica en territorio americano:
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En retrospectiva, sus contenidos no son nada menos que escalofriantes. No solo por la cotidianidad con la que se presenta un hecho tan siniestro como sería la posibilidad del impacto de una bomba atómica, con figuras animadas tan amistosas e inofensivas, sino también por la omisión de los verdaderos efectos que traerían estas técnicas Duck and Cover frente a una explosión de este calibre: totalmente inútiles para quienes se encuentren cerca de la Zona Cero e ineficientes para mitigar las quemaduras de quienes se encuentren a una distancia prudente del punto de impacto.
Tan ridículo es el contenido del filme que hay historiadores que defienden la idea de que el video no tenía un objetivo distinto a ser propaganda política, buscando inculcar un sentimiento de temor y odio hacia los soviéticos en los jóvenes estadounidenses.
Nada de esto impidió que el cortometraje haya sido visto por millones de niños en colegios americanos.
Más de 60 años después, cuando en la conciencia pública el riesgo de una guerra nuclear parece haber quedado lejos en las prioridades, la posibilidad de una de estas, instigada por Corea del Norte, pareció haber creado más burlas que preocupaciones. Los eventos de hace un año crearon más memes que genuino nerviosismo.
Los gobiernos de turno saben que a ninguna de las partes les conviene una guerra con armas nucleares, pero lo que es verdaderamente preocupante es que, ante las tensiones, la posibilidad de una guerra no depende totalmente de quienes están al mando: un solo error humano podría desencadenar una cantidad de hechos nefastos que nadie desea.
Supo caricaturizarlo muy bien Stanley Kubrick en Dr. Strangelove or: How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb, en un momento en que, con la Crisis de los misiles en Cuba, el peligro de una guerra nuclear era totalmente real. Tan real que años luego se supo que un solo hombre, Vasili Arjípov, tuvo la última palabra para lanzar un torpedo nuclear que probablemente habría desencadenado una guerra. Afortunadamente, Vasili se negó.
Duck and Cover, más que una caricatura, es una prueba tangible del justificado temor que puede llegar a generar la amenaza de una guerra nuclear.
Los tensiones entre Corea del Norte y el resto del mundo no se comparan a las que hubo durante la Guerra Fría. Sin embargo, esto no quiere decir que se deban simplemente ignorar. A Corea del Norte le interesa conservar su armamento nuclear para tener una carta de negociación con el resto del mundo, y por esto las tensiones con Estados Unidos probablemente revivirán en un futuro cercano. Si el tema no se trata con las precauciones necesarias, basta con el error o irresponsabilidad de una sola persona para desencadenar algo fatídico.
Si esta generación no quiere su propio Duck and Cover, los que toman las decisiones deben estar más conscientes de estos riesgos.