Ahora, además de decirnos cómo debemos hablar y cómo debemos vestirnos, nos dicen dónde debemos leer, ya la cultura no es una oportunidad para el encuentro consigo mismo, para el disfrute. Es ni más ni menos que otra más de las técnicas de control a las que nos someten.
La educación y cultura no son precisamente los temas por los cuales Colombia se destaque, sin embargo, desde hace varios años las bibliotecas públicas del país se han convertido en el traje de mostrar, pues la labor que día a día realizan, al garantizar a los ciudadanos condiciones favorables de acceso a la información y la cultura, ha sido una bandera que los gobernantes ondean orgullosos mientras sacan pecho. De hecho, hace pocas semanas en el VI Congreso Nacional de Bibliotecas Públicas organizado por el Ministerio de Cultura, fue impresionante ver las diferentes experiencias que en cada rincón del país ocurren, pero sobre todo sentir que hoy día la biblioteca está más viva que nunca, pues las comunidades ya no ven la cultura y la lectura como un tema inalcanzable, de hecho, han constituido la biblioteca como espacio de derechos. (Debo admitir que en el Congreso yo también saqué pecho y me sentí orgullosa de la Red Nacional de Bibliotecas Públicas que tiene el país)
La inversión en cultura y bibliotecas se evidencia en resultados como los arrojados por la encuesta nacional de lectura realizada por el DANE, la cual en el 2017 destacó como las ciudades con los promedios más altos de libros leídos a: Medellín (6,8 libros), Bogotá (6,6 libros) y Tunja (6,5 libros). Las cifran dejan ver que el acceso a libros e información que las bibliotecas públicas proveen no solo nos ha hecho una sociedad más lectora, sino que han contribuido a disminuir las brechas de desigualdad social en términos del acceso a materiales de lectura, los cuales son artilugios inalcanzables para muchas personas, exactamente un 26.9% de la población según los datos del DANE de 2017, no alcanza a suplir siquiera la canasta básica con sus ingresos.
El acceso de grandes y chicos a estos artilugios se da a través de un servicio bibliotecario básico, llamado préstamo y el cual hoy casualmente fue modificado por una de las redes de bibliotecas públicas más importantes del país. BiblioRed hizo desaparecer como por arte de magia uno de los elementos fundamentales que ha contribuido a que al país lo reconozcan a nivel internacional por temas como la garantía en el acceso a la información y la lectura. Han plateado que los libros que estén valorados por más de 100 mil pesos no podrán ser llevados a casa. Es decir, libros que en general son inalcanzables no sólo para el 26,9% de la población sino para un porcentaje mucho mayor.
Si bien, hay procesos emblemáticos en las bibliotecas, como los que conocí, hay decisiones que me aterran al pensar que de un momento a otro estaré en la Edad Media con libros encadenados e inquisidores diciéndome que leer y dónde hacerlo. Y no muy lejos estamos de ello, pues considerar sólo el préstamo en sala para ciertos materiales implica que solo un selecto grupo de usuarios podrán acceder a la lectura en bibliotecas públicas. Muy seguramente quienes tienen horarios establecidos que les impiden quedarse leyendo en una biblioteca, son los mismos que no podrán llevarse el libro a casa, pues primero es fundamental sortear necesidades básicas. Y ni que decir de la vulneración que esta medida ocasiona a niños y niñas, cuyos libros favoritos son los libros álbum, o de los jóvenes que disfrutan de la novela gráfica y el cómic, la biblioteca pública en Bogotá ha adquirido a lo largo de los años magnificas colecciones que comenzará a custodiar como se hizo en la Edad Media.
En un país como Colombia, brindar las garantías para el goce de la cultura más que un derecho humano, es un derecho vital, pues en medio de tanta confrontación y desazón es una de las pocas alternativas que nos quedan para sobrevivir. Ahora, además de decirnos como debemos hablar y cómo debemos vestirnos, nos dicen dónde debemos leer, ya la cultura no es una oportunidad para el encuentro consigo mismo, para el disfrute. Es ni más ni menos que otra más de las técnicas de control a las que nos someten decisiones arbitrarias que toman las organizaciones olvidando que los proyectos bibliotecarios no son proyectos de privados, son proyectos de sociedad y como tal deben constituirse.
Sin embargo, esta decisión ignora lo planteado en la Ley de Bibliotecas Públicas del país que considera que más vale un libro perdido que un libro no leído y para efectos presupuestales y contables los fondos documentales y bibliográficos tienen calidad de bienes fungibles. Espero que no regresemos a la Edad Media, y mucho menos que esa bonita sensación que sentí al escuchar la biblioteca ganadora del Premio Nacional de Bibliotecas Públicas y las razones por las cuales era asignado desaparezcan. Es probable que mañana pueda escuchar que esta medida solo fue un mal sueño de un inquisidor que de pura mala suerte estuvo rondando el país.