(…) tus educadores no pueden ser otra cosa que tus liberadores.
Friedrich Nietzsche
¿Quién educa a los educadores y dónde está la prueba de que ellos poseen “el bien”?
Herbert Marcuse
Si se realizara un inventario en torno a los dogmas pedagógicos, probablemente, el que esgrime la vocación de los maestros sería el más popular. Pocas veces puesta en duda, la vocación se supone aquello que hace al maestro, incluso más que la formación y las condiciones por las cuales elige enseñar. Para Rousseau, la vocación se entiende como el permanecer fiel a los mandatos de la naturaleza, discernir qué es lo que esta quiere y realizar en nosotros su voluntad. En apariencia, la idea rousseauniana es sencilla, salvo porque el mismo ginebrino aclara que, por el estado actual de los seres humanos en sociedad, es prácticamente del orden de lo imposible determinar en qué consiste la naturaleza humana. Cada vez que un reaccionario de turno pontifica qué es la anti-naturaleza y cuáles son sus terribles consecuencias (igualdad social y política, sexo en libertad, homosexualidad, anticoncepción, socialismo, comunismo y un gran etcétera), lo verdaderamente expuesto es su falta de criterio filosófico o la necesidad de imponer a otros aquello de lo que no logra persuadirse a sí mismo. En una línea de argumentación cercana a Rousseau, tenemos que afirmar que el acceso a cualquier cosa que se quiera denominar vocación está cerrado, como también lo está la posibilidad de resolver qué es lo natural y lo antinatural en el ser humano. En otras palabras, el hombre solo puede aparecer para el hombre en la modalidad de una gran pregunta, nunca como una respuesta definitiva.
No obstante, así como el mal gusto, la falta de criterio filosófico se da en abundancia. Por ello, a los maestros, convenientemente para el Estado moderno y la sociedad civil, se los representa investidos por una vocación aleatoriamente distribuida. Sócrates, los profetas, Hillel y Jesús son sumados a una larga genealogía que parece verificar la vocación de los maestros. Incluso Hegel decide ignorar la actividad milagrera de Jesús, para deducir de sus obras la vocación de un maestro de la ley moral, esto es, de la razón. Cabe anotar que los mismos maestros, tal vez en su mayoría para no generalizar, se representan a sí mismos investidos por dicha vocación. Al examinar sus trayectorias verifican que, en efecto, es la vocación lo que ha conducido sus vidas hacia la enseñanza. En otras palabras, lo que es un efecto constituyente de una identidad socialmente asignada, los maestros lo experimentan como un origen. Ahora bien, como aprendimos de Marx y de Nietzsche, los dogmas no tienen compromiso con la verdad. Al contrario, en ellos puede advertirse la proliferación de principios arbitrarios y la confusión de los efectos con las causas. Es decir, en el origen de todo dogma no se halla la verdad inmaculada sino el engaño y el error.
Cada vez que un reaccionario de turno pontifica qué es la anti-naturaleza y cuáles son sus terribles consecuencias (igualdad social y política, sexo en libertad, homosexualidad, anticoncepción, socialismo, comunismo y un gran etcétera), lo verdaderamente expuesto es su falta de criterio filosófico o la necesidad de imponer a otros aquello de lo que no logra persuadirse a sí mismo.
Lo anteriormente expuesto puede asociarse con una prescripción lanzada por Theodor Adorno a la pedagogía. En el ensayo ¿Qué significa superar el pasado?, Adorno afirma que la pedagogía, más que buscar definir qué es el ser humano y cuál es su naturaleza, debería indagar históricamente por nuestra propia época. Es decir, debería ayudarnos a discernir el caos de acontecimientos que constituye nuestro presente. Y esto resulta urgente en la medida en que la pedagogía recicla de manera infernal los mismos dogmas que hoy resultan gratos, mucho más que útiles, a las clases dominantes. Repetir, hasta el cansancio, que la familia es la gran educadora, que la educación es la única respuesta a la desigualdad o que los maestros lo son por vocación, entre otros dogmas, lejos de significar una respuesta correcta a los problemas de nuestra época y de nuestro presente, lejos de significar una crítica encaminada a la transformación radical de la sociedad, contribuyen a solapar la verdadera función de la educación desde la Modernidad. En concreto, al dogma de la vocación de los maestros, hay que oponer la historia, el sistema de clases y las determinaciones sociales.
La historia
La historia porque en ella se verifica, no la naturaleza humana, sino el incesante canto a lo mismo: la dominación del hombre por el hombre. En la historia podemos advertir las identidades socialmente asignadas y prolongadas a través de generaciones. Por eso es posible advertir, por ejemplo, familias enteras de maestros, obreros y prostitutas. En efecto, los miembros de estas familias repetirán el canto históricamente ingenuo que señala que ellos eligieron. Con respecto a los maestros, siguiendo a Didier Eribon, no está de más afirmar que la enseñanza es una de las pocas oportunidades que se les permite a los miembros de las clases dominadas para imaginar su ascenso y movilidad social, con el compromiso implícito de no desafiar el orden de cosas dado. Recuérdese que para los gobiernos fascistas y antidemocráticos los maestros son problemáticos. Hay que observarlos sistemáticamente, sancionando a aquellos que se opongan a los mandatos de las clases dominantes. No pocas veces la sanción proviene de los mismos en los cuales se ejerce la dominación (colegas, estudiantes y padres de familia).
(…) la violencia ejercida por las clases dominantes sobre las clases dominadas, no se ejerce necesariamente por la fuerza (el derecho, el ejército y la policía), sino a través del sistema educativo.
El sistema de clases
El sistema de clases en la medida en que este tiende a la conservación de los privilegios y las desventajas sociales para los mismos sujetos históricos. Por eso, los miembros de las clases dominantes examinan su pasado y de él deducen su presente. Así se entiende que la clase política no surge espontáneamente, sino que se reproduce de generación en generación, heredando las estructuras para el ejercicio de la dominación social. Acotando respecto a la relación entre las clases y el sistema educativo, debemos aclarar que este, por un lado, promete el ascenso y la movilidad social, pero, por el otro, trabaja justamente por todo lo contrario. En este punto, y debido a la historia repetida, no podemos más que convencernos que el sistema educativo procede de este modo, porque es el mecanismo más eficiente del que disponen las clases dominantes para reasegurar sus privilegios. En otras palabras, la violencia ejercida por las clases dominantes sobre las clases dominadas, no se ejerce necesariamente por la fuerza (el derecho, el ejército y la policía), sino a través del sistema educativo.
Las determinaciones sociales
Por su parte, las determinaciones sociales pueden asociarse con una verdad irrecusable: toda educación (sea familiar o escolar), salvo que excave en la historia hundida y no autorizada, trabaja dando forma a elecciones, gustos y posturas culturales que perpetúan y prolongan el estado de cosas dado. No en vano los hijos de las clases dominadas son candidatos a ser abortados por la escuela, cuando no son ellos mismos los que eligen abortarse. Es moralmente necesario y políticamente obligatorio, el preguntar qué mecanismos de dominación social actúan allí donde los hijos de las clases dominadas son los que, por definición, la escuela expulsa o son los que, por elección, se sustraen de ella. Sin embargo, si algún piadoso filántropo imagina que la respuesta está en la masificación educativa, vale recordar que esta masificación nunca ha sido una verdadera democratización de la cultura y sus bienes, sino una reorganización de la desigualdad social impuesta como si se tratara del destino.
Para finalizar, el dogma de la vocación de los maestros el mejor servicio que presta es el de posponer el análisis histórico de los mecanismos que, a través de la educación y de la enseñanza, prolongan la reproducción social de la dominación. El dogma de la vocación de los maestros ha impedido que los dominados, entre ellos los propios maestros, puedan reconocer la historia, el sistema de clases y las determinaciones sociales que están a la base de la propia subjetividad y sus elecciones. Nótese bien, no es que los maestros elijan la educación y la enseñanza a partir de una subjetividad solitaria que se forma a sí misma. Al contrario, los maestros eligen la educación y la enseñanza porque la subjetividad que hace posible dicha elección es prefigurada para los dominados a los cuales se les asigna la función de hacer tolerable la dominación y el estado de cosas dado.
Si se duda de lo anterior, si todavía se imagina que la vocación es lo que irrevocablemente explica que algunos individuos opten por la enseñanza profesionalizada, habría que comenzar explicando por qué, en el concierto de la historia, el sistema de clases y las determinaciones sociales, la vocación de los maestros es lo menos aleatoriamente distribuido y por qué, de manera apabullante, inviste a los socialmente dominados. Habría que explicar por qué los maestros, en general, no provienen de las clases dominantes y por qué para los maestros no fue posible otra elección histórica distinta a la de enseñar. En este punto, no resta más que afirmar: en los dominados los dominadores hallan la fuerza para perpetuar la dominación.