“Dado que ni nuestros líderes, ni los algoritmos tecnológicos, ni los periodistas, ni los hechos van a ayudarnos a decidir informadamente, podríamos intentar acudir a nosotros mismos”
Cuatro hechos:
- Los enemigos de la consulta anticorrupción han fabricado información falsa sobre los promotores de la consulta y lo que en ella está en juego.
- Algunos medios colombianos de comunicación han comenzado a cobrar suscripciones a los lectores que quieran acceder a su contenido en línea.
- Las noticias falsas son gratuitas en la red.
- Facebook no combatirá las noticias falsas.
Como la mayoría de hechos, ninguno de estos tiene un gran significado por sí solo. Aunque 1 produce un sentimiento de impotencia, no causa mayores revuelos. Pero cuando se suma 4 a 1, uno empieza a preocuparse: no sólo se les sigue mintiendo a los colombianos sobre lo fundamental, sino que los manipuladores tienen lo ancho de la banda y lo amplio de la red para engañar, así como la indiferencia de la justicia para hacerlo. 1 + 4 es igual a que ni la ley ni la tecnología -mucho menos nuestros líderes- protegerán la salubridad de las decisiones colectivas de los colombianos.
Seguir sumando no altera el resultado. 2 y 3 son la imposibilidad de controlar el flujo de información falsa que reciben y comparten diariamente miles de personas en internet, el resultado natural de que haya cada vez más personas desinformadas y el eventual fracaso de la consulta anticorrupción. Adicionalmente: si uno le suma a 2 y 3 el hecho de que algunos de los diarios que ahora cobran a sus lectores por su contenido declararon la guerra a las noticias falsas y juraron luchar desde sus escritorios por la verdad, se da uno cuenta de que los colombianos ahora están más lejos de las fuentes y los hechos. Algunos intentan sustraerle importancia a esta suma al decir que cobrar por la información garantiza más calidad; pero esta posición ignora lo que han mostrado las últimas batallas entre la verdad y la falsedad: ésta tiene a su favor la gratuidad, pues para tenerla no hay que pagar otro precio que no sea creer ciegamente.
A pesar del daño aritmético de estos hechos, es interesante pensar en acciones que ayuden a restarles fuerza. No creo que sea la educación, esa usual sospechosa que suele interrogarse ante un problema de cultura ciudadana. El sentido de realidad no vendrá tampoco de los trinos de algún líder, ni de un reportaje sutilísimo anunciado en primera plana. Los detectores de mentiras son la mejor iniciativa hasta el momento, pero ellos tienen un enemigo más poderoso y escurridizo: la naturaleza humana. Dado que ni nuestros líderes, ni los algoritmos tecnológicos, ni los periodistas, ni los hechos van a ayudarnos a decidir informadamente, podríamos intentar acudir a nosotros mismos. No grite, ni se sienta el guardián de las leyes de la lógica y la argumentación, ni caracterice a su interlocutor con un adjetivo o condición que usted no quisiera que tuviera un hijo suyo. Todos tenemos un amigo, familiar o conocido que está al otro extremo del espectro político. Háblele y dígale que no hay nadie afuera que vaya a defenderlo, que sólo adentro habrá algo que no busca engañarlo y que sólo en esto debe confiar al momento de creer y decidir. Si fracasamos, y este fracaso se suma a los demás hechos, al menos podremos decir que lo intentamos y que pudimos conocernos más entre nosotros. En un mundo lleno de toxicidad epistémica y hechos que se suman unos a otros en nuestra contra, quizá esa sea la única manera de morir con dignidad.