Paradojas abundan en la peculiar sociedad colombiana, por ejemplificar su envergadura basta enunciar el simultáneo encabezamiento de los ranking de naciones más felices del planeta y el de países con mayor desigualdad de la tierra; la misma tierra de la que enarbolamos como los más regocijantes, no otro planeta tierra del universo, vale aclarar, porque ante la incongruencia, el procesamiento mental apela a una búsqueda imaginativa de soluciones. Una respuesta sencilla para zanjar esta por lo menos, aparente rivalidad, indicaría que no son directamente proporcionales el uno con el otro, un mínimo grado de reflexión filosófica concebiría la felicidad como una virtud trascendente de lo material, y podría ser cierto, o podría también no serlo, cuanto poco no del todo, y ser una estruendosa equivocación silenciada.
La heterogeneidad sociocultural y política de nuestro prospecto de país aunada a su ignorado devenir histórico, explica por si sola la existencia de esta, así como de muchas otras contradicciones, que insisto en rotular de equivocaciones y que, por lo tanto, deben ser enmendadas con respeto a dicha diversidad. El fundamento principal para abordar dicha situación a través de una narrativa confrontacional de necesaria superposición de una de las variables, es una constante moral que debe re-posicionarse de facto en el discurso y quehacer público: el humanismo. En su sentido más predecible, evitando lo alto de su concepción. En una formulación quizá materialista, ¿Es posible la coexistencia de la felicidad y de la no saciedad de las necesidades básicas de las personas? Las estadísticas y los rankings pueden señalar que sí, las vísceras, primordialmente el estómago, indican que no.
De tal suerte, es menester dar apertura a una amplia discusión política donde cada uno de los estamentos de la sociedad sean interlocutores críticos de una naturalizada realidad roñosa que depreca intervención con extremado tacto quirúrgico. ¿O es que acaso puede hablarse de un Estado pleno cuando “sujetos de especial protección constitucional” como los NNA mueren de física inanición? ¿No es tortura, abolida en teoría, cuando un trabajador de vigilancia tiene a su cuidado objetos, al final de cuentas cosas inertes, de mayor valor que sus salarios de esta y su otra vida? A lo sumo una reflexión debería plantearse al respecto en uno u otro sentido, pues son las respuestas a planteamientos de esta índole las que en última instancia se consolidan en preceptos que legitiman o tiranizan nuestras exuberantes equivocaciones.