La tendencia contemporánea que se ha impuesto al hablar de movimientos políticos recientes, se ha caracterizado por la utilización del discurso de la indefinición con la pretensión de desmarcarse de cualquier extremo del debate político, facilitando la autoproclamación como diferentes, salvadores o “no corruptos”, sosteniendo y defendiendo la consigna de que no son ni iguales ni parecidos a lo que han llamado “políticos tradicionales”, pero vaya ironía, quieren ocupar las dignidades que critican, y hacer parte de las fuerzas políticas de las que a gritos pretenden distanciarse, lo que da cuenta de que el apellido “alternativo”, es simplemente parte de un discurso, que termina por cobrar validez únicamente en la esfera de la neurolingüística.
Podría sostenerse que se trata de una estrategia válida cuando de actividad electoral se trata, pero entonces ¿por qué hoy no dirigen el país? Colombia es un país de partidos, pero los partidos viejos han fracasado estrepitosamente y los intentos de crear partidos nuevos siempre fracasan muy ruidosamente, para decirlo de modo más sobrio y más preciso, los partidos de maquinarias tienen éxito porque llegan al poder, pero fracasan porque llegan corruptos (sin generalizar), y los partidos de opinión son refrescantes, pero desaparecen sin lograr casi nada, pues hay que decirlo aunque suene a trabalenguas; ¡Los partidos alternativos se encuentran partidos!
Tal vez ello se deba, a que por su origen mismo, esto es, las grietas que por años han dejado las pugnas entre partidos tradicionales, sean minorías, o tal vez, por su incapacidad probada de converger en propuestas también alternativas pero no indefinidas, como se ha visto recientemente, situación que hace inviable una aspiración nacional y una vez más los reduce a fuerzas locales, regionales y porque no, comunitarias, alejándolos, de escenarios de poder al nivel de nación, en donde su fuerza se refleja en apoyos ajenos. De plaza en plaza o discurso en discurso, proclaman la necesidad de un cambio, y en junta o reunión privada, definen qué es lo que atiende a sus conveniencias o cálculos políticos; ¿alguna diferencia de lo que denominan políticos tradicionales?, de allí que sus respaldos o decisiones no sean las esperadas y dejen entrever que más que cambio han querido poder, y nuevamente vaya ironía, ese fin, se ha visto obstruido por la incapacidad mencionada de aunar esfuerzos, tejer alianzas o ceder en posturas, de manera que se propicie la creación de un bloque sólido alternativo que pueda inclinar la balanza de cara al reencauchado frente nacional o mejor unidad nacional, que al parecer en el panorama presidencial, y en la misma medida que los alternativos se dividen, este se reconstruye.
Mientras los partidos tradicionales confluyen en ideas de gobierno, acuerdos programáticos y en la consolidación del capital electoral, los partidos alternativos se distancian entre sí , se disuelven, se separan y dan libertad como un acto de renuncia implícita a las aspiraciones nacionales, de ese modo: ¿tendrán alternativa?, seguramente no, como ya ejemplos del pasado lo han evidenciado, al mejor estilo del maestro Gaviria, pasando por el ejemplo del profesor Mockus, recordando la reciente crónica del ex gobernador Fajardo, y en algunos días seguramente el que para entonces será el excandidato Petro.
Todo lo anterior, obliga a concluir, que Colombia ha estado ad portas de la transición de un gobierno de tradición partidista histórica, (buena o mala si se quiere), a la consolidación de uno alternativo, situación que ha sido materializable en la medida en que la capacidad de converger entre sectores ha estado permeada por posturas y conveniencias personales, que han evidenciado que el fin último del discurso ha sido lograr el poder y no el cambio, ello con las connotaciones políticas que acarrean, como sumergirse en una indefinición permanente, que mañana seguro les facilitará estar en otro de los vértices del escenario político, desvirtuando aquello diferente que proclaman representar.
La indefinición de la que se ha hablado, no está referida al voto en blanco, pues de hecho este per- se, acarrea una posición política que es además una potestad constitucional bajo el entendido de que la carta política no establece el derecho al sufragio supeditado a un determinado candidato, la indefinición a la que si se refiere el presente artículo, se dirige a cuestionar, si lo que se pretendía era poder o cambio, así mismo, sobre si es válido ser indiferente, no como postura porque no lo es, sino como a quien no le interesan los destinos de un país, concepto que si se revisa desde la Real Academia de la Lengua Española es incluso sinónimo de tibieza, un término de moda por estos días. Claudia, Petro, Robledo y Fajardo no son alternativas entre sí.