Tras los problemas macroeconómicos que ha venido enfrentando el país después del desplome del precio del petróleo, uno de los cuales es el fuerte déficit en la cuenta corriente de la balanza de pagos, hay que preguntarse nuevamente por qué Colombia no aprende de su historia o no extrae lecciones de su pasado. Después de que el país conquistara la independencia y hasta fines de la década de 1840, las exportaciones de Colombia estuvieron dominadas por el oro, con una participación que rondó las tres cuartas partes de las ventas externas del país. Posteriormente y hasta fines de la década de 1970, otra materia prima, esta vez de origen agrícola, se disputó con el oro el primer lugar en las exportaciones; se trataba del tabaco. No pudiendo competir con tabacos más baratos y de mejor calidad, el auge tabacalero llegó a su fin, y comenzó a adquirir importancia el café como fuente de divisas; de esta manera, la dependencia de una materia prima era reemplazada por la de otra, con la diferencia de que el café representó una fuente más estable de divisas que otros bienes agrícolas que se habían exportado.
Así las cosas, el siglo XX dejaría ver la vulnerabilidad de la economía nacional ante las caídas en el precio de las materias primas, especialmente el café. Y a la dependencia del café siguió la del petróleo, a tal punto que hoy se plantea que el modelo económico de Colombia es minero energético. El país estaba advertido: años atrás el Polo Democrático Alternativo llamó la atención sobre el problema de que el crecimiento de la economía colombiana reposaba sobre bases frágiles, ya que dependía considerablemente de los altos precios alcanzados por los productos básicos o commodities, entre éstos el petróleo.
¿Cuáles son las consecuencias actualmente? Se pueden mencionar, por ejemplo, el abultado déficit comercial, que en el año pasado (2015) rondó los 16.000 millones de dólares; y una acelerada depreciación del peso colombiano que, sumada al efecto del fenómeno de El niño, han contribuido a acelerar el ritmo de inflación, situándolo en el 2015 por fuera de la banda de tolerancia. ¿Cuándo adquiriremos entonces conciencia sobre la importancia de tener unas políticas agrícola e industrial que permitan sentar las bases de un verdadero aparato productivo, para no depender de una materia prima? ¿Cuándo aprenderemos de nuestra historia? Las tareas son múltiples. Los pobres resultados en las últimas pruebas Pisa han abierto nuevamente el debate sobre la calidad de la educación en el país y, de la mano de la educación, está la innovación: no puede pretenderse generar productos que agreguen valor invirtiendo escasamente el 0.23% del PIB en investigación y desarrollo. Por último, será más difícil sentar las bases de un verdadero aparato productivo si perdemos la oportunidad histórica de lograr la paz.
Por: Juan Carlos Velásquez Torres
Publicado originalmente en el Boletín Diálogos de Economía de la Universidad de Medellín