“Sílbale a tu madre”, es una campaña peruana del 2014, en la cual hicieron un experimento social entre algunos acosadores y sus madres.
Era un martes en la noche. Me encontraba sola, tomando un café en un restaurante. Me senté en una mesa que estaba frente a la entrada del lugar, cuando de repente, un señor de unos 50 años entró. Yo lo miré, naturalmente, ya que podía ver a todos los que entraban al restaurante desde mi mesa. De inmediato, el susodicho me miró, y como si nos conociéramos de hace mucho, me sonrió y picó el ojo, mostrándose alegre y complacido al hacerlo.
Todo esto ocurrió en un lapso de cinco segundos, que a mí se me hicieron eternos. Para aquel hombre, su actuación no tuvo mayor importancia; habrá creído que fue normal e incluso, que fue gentil conmigo. Para mí, fue algo realmente molesto y burdo. No tuvo que decirme nada: con su sola actuación, bastó para que me sintiera denigrada.
En Colombia, la violencia de género, según cifras de Profamilia, afecta al menos al 74% de las mujeres. El acoso callejero, aunque para muchos hombres – y también mujeres – no sea una problemática, es una forma de violentarnos como féminas. De forma sutil o directa, las mujeres nos vemos enfrentadas todos los días a este tipo de comportamientos.
“Sílbale a tu madre”, es una campaña peruana del 2014, en donde hicieron un experimento social entre algunos acosadores y sus madres. Recomiendo verla para que se repliquen iniciativas de este tipo.
El municipio de Timbío en el departamento del Cauca, es un lugar ejemplar para el país. Aquí, el 90% de las mujeres manifestó haberse sentido acosada en las calles, razón por la cual, mediante el decreto 120 de 2016, “se prohíben silbidos, frases de mal gusto, piropos en la calle, a las mujeres de este lugar caucano”.
Si los hombres supieran que lo que ellos consideran piropo es acoso, entenderían que con eso nos agreden e intimidan como mujeres. Dentro de los tipos de acoso que existen, hay dos que son muy frecuentes: el callejero y el laboral. Este último, muchas mujeres manifiestan padecerlo, al aprovecharse el hombre de su cargo y poder dentro de una organización; muchos jefes o superiores, intimidan y atemorizan a sus empleadas. Pero de esto no hablaré, ya que no lo he vivido. Espero nunca me pase.
Un estudio publicado por la Fundación Thompson Reuters en 2016, menciona que los tres sistemas de transporte público más peligrosos para las mujeres en el mundo, se encuentran en América Latina: Bogotá, Ciudad de México y Lima. ¿Y quién iba a creer que terminaría aquí, en una de las más peligrosas para mí? Esto en realidad me atemoriza.
En Río de Janeiro, Sao Paulo, Ciudad de México y Bogotá, se implementaron en ciertas épocas vagones de metro y buses articulados, exclusivos para mujeres, pensando que con esto, iban a solucionar o revertir de alguna forma la situación de acoso callejero. Con el tiempo, se dieron cuenta de que las iniciativas no funcionaron. ¿Y es que a quién se le ocurre que esta problemática, de carácter cultural, va a solucionarse así?
Si en Cali – mi ciudad de origen – yo padecía el acoso día de por medio, ahora que me encuentro en Bogotá, lo padezco TODOS LOS DÍAS. Es increíble que salga con cierto temor a la calle, porque no sé qué nuevo piropo, gesto o palabras bonitas voy a recibir. Es duro y difícil, aunque la sociedad no lo crea, el hecho de ser mujer. Que yo salga de mi casa y me sorprenda con lo nuevo que me dice el barrendero de la calle y con el buenos días que me dice el vigilante de un edificio cercano, que siempre, y no sé por qué, me mira de forma extraña. Que esté pasando la calle, y no sepa por qué el conductor de un camión se detiene a mirarme; que los obreros de una obra en construcción, paren de hacer su labor por mirarme y sisearme, no es un motivo de halago o profunda emoción. Y así, podría nombrar otros ejemplos y momentos, que para mí, no son nada gratos de recordar. En lugar de que me miren o me digan cosas, preferiría ser invisible para todos; con esto, no tendría que soportarlos.
Aclaro, no estoy diciendo que una cultura sea mejor o peor que la otra. Sencillamente, todo esto que vivo en mi país, y sé que muchas mujeres lo padecen en otros países, es el resultado de sociedades patriarcales y machistas, en donde muchos hombres sufren, como el personaje de la película Don Juan DeMarco, el síndrome del DonJuan. Creen que, por el solo hecho de ser hombres, pueden conquistar a cualquier mujer a punta de piropos. Decirnos y tratarnos como quieren. Pero no, lamento informales queridos hombres, que las mujeres somos inteligentes. Nosotras sabemos identificar cuándo un hombre se sobrepasa con nosotras y cuándo no.
Conozco de forma cercana, hombres maravillosos, que respetan a las mujeres y les dan su lugar. No estoy diciendo que todos los hombres sean acosadores, porque no es así. Sin embargo, sí quiero hacerles un llamado aquí a todos, para que no se crean superiores a las mujeres. Si tanto ustedes como nosotras queremos sociedades igualitarias, pueden ayudarnos a las mujeres velando por nuestra protección y cuidado. Empiecen a respetarnos y a exigir que nos respeten, porque imagino que a ninguno de ustedes, le gustaría que sus primas, hermanas e incluso madres, padezcan un acoso por parte de algún hombre.
Desde mi visión de mujer, lo que hay que generar en nuestros países, desde las escuelas y todos los sectores de la sociedad – de forma articulada – son acciones afirmativas, en las cuales, se reafirme el lugar y valor que tiene la mujer para una nación. Acciones en las que se generen políticas y leyes con enfoque de género, pensadas para nosotras. Acciones en las que por ejemplo, la justicia sancione actos de acoso; que la mujer de verdad se sienta respaldada y empoderada de sí misma, para denunciar a quienes la acosan de forma constante. Y así, con entidades y sectores sociales que cooperen a esto, dejarán de degradarnos y de cosificar nuestra dignidad.