Serie: Libros Olvidados
Viendo las encuestas que pululan y el tejido circo político que por estas épocas aparece, es que uno puede ir entendiendo a este país y el por qué se ha vuelto irreconocible. Los extremos, cada día más tensos están llegando a su punto de romper, con unas consecuencias imprevisibles. Tanto tire (sin afloje) de extremos llevará a que una de las partes sea reducida y caiga o a que la tensa piola se rompa por la mitad y caigan las dos que tanto jalaban.
Uno puede esperar que los hechos terminen por favorecer a quien tenga la mejor fuerza y astucia para vencer (es que hasta para jalar la cuerda se necesita inteligencia); pero es previsible que otros vengan a tirar de la cuerda y ahí si la justa, ya no lo será. Los hombres que jalonan para los extremos pertenecen a castas que no han mejorado al país, que lo siguen llevando al odio y que harán que se perpetúe un “eterno retorno” a esas épocas que se pensaban superadas pero que en realidad nunca lo fueron.
La debacle se cierne sobre nosotros y no solamente en forma de muerte; nuestra misión de ser felices esta en entredicho y a fe que duele más no ser feliz que la falta de dominancia de un color político.
Lo que pasa a cada día es un preludio de lo que ha de venir y nada bueno vendrá. Somos tan ingenuos, tan macerados mentalmente, que creemos en un cambio que no va a ocurrir. La saga que se viene no es de derecha ni de izquierda, ni de capitalismo, socialismo o comunismo; esas son nimiedades que se destruyen con la simpleza de no prestarles atención. Lo que se viene, pueda ser que no sea el inicio de otro ciclo interminable de agresiones contra nosotros mismos y de risas de quienes nos llevaron a el.
Francisco Vanegas Castro, fue un político Antioqueño liberal como pocos; fue un hombre que se hizo a pulso, en medio de la sociedad de los años 20 del siglo pasado. Comenzó su carrera política como inspector de estancos y terminó siendo uno de los más avezados e iluminados senadores con los que contó el departamento en los años en que el país se sumía en un vertedero. A su muerte, en 1986, el congreso de la república y el archivo nacional dieron a conocer, en tres tomos, su pensamiento político. En el tomo numero tres se encuentra toda su correspondencia personal y resalta -entre todas- una carta que puede servir de testimonio concluyente de que lo que viene ocurriendo es simplemente una versión mejorada del pasado.
Estimado Jorge (Soto del Corral)[1]:
Te escribo esta carta presenciando las calamidades que se están asentando sobre la república. Me encontraba en Medellín al pendiente de unos negocios cuando sucedieron los hechos en contra de Gaitán. Si bien no era de mi total estima –como lo advertí en los días previos a su candidatura- el hecho de que haya tenido una muerte tan cruel, y que de paso hubiese desencadenado estos trágicos acontecimientos, me hace pensar en lo inútil que puede resultar entregarse a una causa que le cueste, a uno, la vida.
Sin embargo, son estos momentos turbios, enrarecidos por este odio tan recalcitrante, que hace que el más sensato de los seres se pregunte: ¿Qué vamos a hacer? ¿Iremos a otra guerra civil que nos costará la vida?
Yo puedo decir que de eso sé algo. De pequeño vi partir a mi padre a combatir conservadores y lo vi volver sin varios dedos y con su mente enturbiada; ¿será que nuevos padres tendrán que ir a luchar en batallas interminables para complacer la desuetud de las ideas conservadoras? Ya es el momento querido amigo de que salgamos de este círculo vicioso y nos dediquemos a pensar en esta adolorida república que se llena –con una prontitud pasmosa- de cementerios sin lapidas por doquier.
Como liberales debemos de responderle al pueblo no con violencia sino con hechos; preocuparnos por enaltecer las obras en el campo, acabar las vías que se han prometido, hacer mejores colegios, engrandecer nuestras universidades. Sin embargo, en estos momentos aciagos solo se me ocurre pensar que Laureano Gómez estará tramando alguna de sus salidas que nos pondrá en la senda de algo peor sino de algo más calamitoso. Puedo apostar mi vida que ya está tramando reemplazar al primer mandatario… El águila siempre que ve el río revuelto sabe que puede lanzarse a cazar.
¿Quién ya queda en el partido para apaciguar a las masas?
Gabriel Turbay murió en parís el año anterior y quizás era el único a quien se podía convocar en estos momentos; Lozano y Lozano podría asumir las banderas, pero los innumerables avatares y destinos al interior del partido seguramente premiarán el destino conservador.
No quiero creer en mi apuesta, no quiero pensar en lo que Gómez estará tramando. Quiero creer que estos hechos terminarán pronto con un pacto nacional que nos obligue a pensar en nosotros mismos como país.
Europa se desmoronó por la intención de unos y parece que este país camina las mismas sendas lapidarias que caminó el continente madre.
De no ser así, caro amigo, nos veremos sometidos a un baño de sangre definitivo que no terminará en un corto tiempo en la república. La guerra es la ganancia para el rico y una derrota para el pobre y solo siento a los vientos de ella abrazar, con apuro, las velas del barco nacional.
Ospina Pérez es débil, enclenque. No tiene un carácter que enfrente al Laureanismo pues a ese todo se lo entregó; si Ospina desato los caballos de la ira no tiene forma de volverlos a cabrestear toda vez que su patrón partidista reclamará su pellejo y lo colgará en su sala de trofeos.
Si Gómez es presidente –como seguramente lo será- muchos morirán, los campos arderán y las ciudades se encabritarán de tal forma que ni si quiera los buenos oficios de las gentes decentes le pondrán coto a esto. He sabido que hay clérigos en pueblos del suroeste de mi departamento que están llamando –como lo hacían en el siglo pasado- a combatirnos; sé por ejemplo que en un pueblo del norte del departamento un sacerdote ha vuelto a decir que matar liberales no es pecado; varios bandos conservadores, auspiciados por los párrocos, se están armando en espera de la orden fatal. Nos están llevando, Jorge, al paso de las termopilas a enfrentarnos a Jerjes y como los espartanos, somos muy pocos, para contener la marcha de tan abultado ejército. Lo más seguro es que correremos la suerte de los espartanos, lo más seguro es que de esta no saldremos vivos; pero si ha de ser así –como todo indica- dejemos testimonio de que lo dimos todo para que este deshecho que se viene no cayera en la república.
Por mi parte ten seguro que librare las batallas que vengan y cuenta con mis oficios la república, el partido y tú; que la sensatez por vez primera nos gobierne y no la solapa de Laureano y su camarilla de sátrapas.
Por solo esta ocasión desearía que todos en este país fueran daltónicos para que no distinguieran las banderas de los partidos y no supiesen por cual pelear.
[1] Líder Liberal Bogotano herido en hechos confusos en el congreso de la república el 8 de septiembre de 1949; la carta de Irineo es del 07 de mayo en pleno furor de la tormenta provocada por la muerte de Gaitán.