La Ilustración permitió, entre muchas otras luces, que las mujeres, antes subordinadas, invisibles, oprimidas y negadas, pudieran salir a flote y convertirse en diversidad de casos en seres sediciosos, aportadores al movimiento de transformación social que tuvo su apogeo en la Revolución Francesa, en 1789.
Por esas calendas radiantes, surgió, por ejemplo, Olympe de Gouges (1748-1793), defensora de la igualdad de derechos entre el hombre y la mujer, tanto en lo público como en lo privado. Sus planteamientos, altamente revolucionarios, tenían que ver con el voto, el acceso al trabajo público, a la posesión de propiedades y a formar parte del ejército. Al redactar la Declaración de los derechos de la mujer y de la ciudadana, esta dama, autora de obras teatrales, se erigió como una precursora de los llamados movimientos feministas que se sumaron a las banderas revolucionarias de igualdad, fraternidad y libertad. Olympe, la misma que había dicho “la mujer tiene el derecho de subir al cadalso; debe también el derecho de subir a la tribuna”, fue ejecutada en la guillotina.
Hay que recordar que entre los ilustrados franceses, como el marqués de Condorcet, uno de los creadores del programa ideológico de la revolución, se proclamaba el reconocimiento al papel social de las mujeres. Sin embargo, será la larga lucha de hombres y mujeres la que trace los caminos para que a unos y otras les sean reconocidos derechos y conquisten nuevos escenarios de participación. En el siglo XIX, las mujeres también se vinculan a los movimientos sociales por los Tres Ochos: ocho horas de estudio, ocho de trabajo y ocho de descanso, que tuvieron su cúspide en las gestas de los Mártires de Chicago.
La lucha de las mujeres por sus derechos, conduce a la vinculación de ellas a las justas por las reivindicaciones colectivas sociales. “Las mujeres sostienen la mitad del cielo”, dijo Mao. “Porque con la otra mano sostienen la mitad del mundo”, agregó. Pues bien, hay muchos casos históricos en que fueron las féminas las protagonistas de formidables movimientos, como el sucedido en Colombia entre febrero y marzo de 1920, cuando, en Bello, Antioquia, se presentó la huelga de señoritas trabajadoras de la Fábrica de Tejidos de Bello, fundada desde 1902 con el nombre de Compañía Antioqueña de Tejidos.
Las trabajadoras de esa compañía laboraban en condiciones indignas: descalzas, acosadas por supervisores (capataces), maltratadas por los administradores que las obligaban a trabajar enfermas, con jornadas de catorce y más horas, con “jornales” bajos, en fin. Cerca de cuatrocientas de ellas decidieron parar la producción, al tiempo que los hombres (unos ciento cincuenta) se mostraron reacios a participar en el cese de actividades.
En aquella huelga (la primera en Colombia con ese nombre), que gozó de las simpatías populares, floreció una dirigente: Betsabé Espinal, la misma que levantó su voz contra el administrador-gerente de la empresa, Emilio Restrepo, alias Paila, aquel que decía: “el que manda, manda”, y que convocó al resto la factoría a sumarse a la liza obrera. No fue un movimiento social de género, sino de reivindicaciones laborales y por la dignidad de las señoritas trabajadoras. Las muchachas, a las que más tarde se sumaron los hombres, triunfaron en sus peticiones.
Comportamientos como los de Betsabé Espinal se prolongarán en la historia. María Cano, poetisa y dirigente obrera antioqueña, es otro de los paradigmas en la vinculación de la mujer a los combates y resistencias populares. Su participación, al lado de dirigentes como Raúl Eduardo Mahecha e Ignacio Torres Giraldo, entre otros, en huelgas, organización de trabajadores, impulso a nuevas ideas y a agitar las aspiraciones del socialismo, la hizo nombrar por los obreros como la Flor del Trabajo.
Entre la historia y la ficción se erige otra mujer paradigmática: la Marquesa de Yolombó. Creada por Tomás Carrasquilla, doña Bárbara Caballero y Alzate se convierte en un prototipo de la mujer distinta, la que asume roles de avanzada (por ejemplo, en la educación), pese a las mentalidades coloniales y el predominio masculino en lo público y lo privado. La marquesa es un ser perturbador en medio de la minería, los títulos nobiliarios y la dominación colonial española.
La historia y la ficción dan cuenta de mujeres de una elevada capacidad de liderazgo, sabiduría e inteligencia. Lisístrata, surgida de la imaginación de Aristófanes en el siglo V antes de nuestra era, diseña y lleva a cabo con otras mujeres una suerte de huelga sexual con el fin de que sus maridos pongan fin a la guerra. Y qué tal la figura de Hipatia de Alejandría, científica y filósofa asesinada por defender la libertad y autonomía de la mujer.
Así que en el Día Internacional de los Derechos de la Mujer, o Día Internacional de la Mujer Trabajadora, ahora banalizado por el comercio y la ideología neoliberal, hay que reflexionar sobre mujeres como Clara Zetkin (precisamente la que en 1910 auspició esta conmemoración) y sobre todas aquellas que son un “taller de seres humanos” (lo dice Gioconda Belli), que aportan a las luchas y transformaciones sociales. Ellas no sostienen la mitad del cielo. Son el cielo mismo.
(8 de marzo de 2011)