Gustavo Petro es sin duda un hombre estructurado, su conocimiento acerca de los temas del Estado lo ha llevado a lograr infinidad de seguidores en su carrera política. No obstante, es un nefasto administrador. Su capacidad ejecutiva es medianamente flaca para el desarrollo social y económico que demanda Colombia.
Además, es el máximo representante del ‘chavismo criollo’, pues su modelo de Estado, alejado de cualquier sesgo ideológico, se compadece con el que propuso el dictador bolivariano cuando arrimaba al poder. La elección del terrorista de antaño resulta nociva para nuestra democracia. No es menos acertada, considerar la opción de empacar maletas si llegare a ganar tan oscuro personaje. Pero, para nuestra fortuna y la de los colombianos, ello no sucederá.
Lo preocupante en exceso es que haya quienes critiquen con vehemencia el régimen de Venezuela y a su vez estén apoyando al maniático de Petro: la incoherencia es abismal, porque frente a ello hay dos opciones. O no saben quién es Petro o están confundidos sobre el modelo de Estado que propone. Miremos sus tres pilares fundamentales para una mayor ilustración…
En primer término, su propuesta principal radica en superar la segregación. Lo que en principio parece acertado, empero, oculta detrás del velo populista, una lucha de clases infundada consistente en construir un pacto social donde los menos favorecidos sean prioridad ante los más favorecidos. De tal manera que, veremos a los más favorecidos según su discurso, sometidos a los menos favorecidos, dizque para lograr la anhelada justicia social. ¿No es ello una propuesta demagógica que pretende traer a colación la filosofía marxista?
En segundo término, el candidato populista propone el fortalecimiento de lo público, lo cual es prioridad de cualquier gobernante, pero no para los fines que éste anhela. Sin más ni más, Petro pretende, así lo niegue, estatizar algunas empresas privadas por considerarlas “improductivas”. Además, ha dicho expresamente que es necesario derrotar el latifundio. Ello, directamente, se traduce en acabar con la propiedad privada en Colombia, en la medida en que, ningún mortal podrá trabajar arduamente para hacerse a unas hectáreas de tierra para generar empleo y riqueza, porque a aquel le parece una realidad injusta. Habrase visto semejante adefesio. ¿No es ello un postulado propio del comunismo revolucionario propuesto, también, por la banda terrorista Farc?
En tercer término, Petro propone el cambio climático, donde manifiesta introducir cambios profundos en el modelo económico con el fin de enfrentar la crisis ambiental. Afirmando que es menester superar el extractivismo ya que, según él, este ha deteriorado el aparato productivo, industrial y agropecuario nacional. Lo que resulta bastante traído de sus cabellos, porque un país como Colombia, en vía de desarrollo y crecimiento económico, requiere más que nunca, una extracción intensiva de los recursos naturales para poder exportar y producir. Atacar el extractivismo es acabar con nuestro sistema económico porque el mismo es trascendental para un Estado tercermundista como el nuestro. Es cierto que el medio ambiente hay que protegerlo, pero para ello habrá otro tipo de alternativas necesarias que, eviten acabar con la extracción necesaria de nuestro modelo económico. La demagogia ha carcomido su racionalidad.
Luego de analizar, por esto y por su demagogia personal es que consideramos un craso error votar por un tipo como Petro. Teniendo en cuenta que su condición humana es funesta: prepotente, y egocéntrico son los demonios que han motivado su escueta carrera política. Sin olvidar que, en su época de criminal en el M-19 hizo de las suyas quedando impune para disfrutar de las mieles del poder.
Gustavo Petro es un prospecto desbocado que no acepta alguna recomendación, creyéndose el nuevo mesías de la nación, levanta la voz para confundir al electorado. Afortunadamente, de allí no pasará, pues recordemos como en el 2010, Antanas Mockus, dio el mismo amague en la contienda presidencial. Luego, su fenómeno se desvaneció y la ciudadanía tomó otra decisión, la cual fue igual de errada porque, de buena fe, el pueblo eligió al peor traidor de historia nacional: el mismo que entregó los cimientos democráticos a las Farc y nos tiene hoy al borde del caos, navegando en un mar de coca y con un terrorismo triunfante, vociferando.
¡Por tanto, es hora de cambiar y de retomar el rumbo de la estabilidad democrática; elijamos acertadamente!