En cuanto a quienes reaccionan con el automatismo del prejuicio aún conociéndonos en la mayor intimidad, dudando de nuestra honorabilidad, la honradez y la justicia de nuestras posiciones, pueden dar por canceladas nuestras relaciones. Más vale solos, absolutamente solos que tan mal acompañados.
Antonio Sánchez García @sangarccs
“Maldito sea quien lo mal interprete”
Orden de la Jarretera
Hace unos años, en un concierto nocturno al aire libre organizado por Ramón Muchacho frente al Parque del Este, Soledad Bravo cantó un tema de Simón Díaz, QUÉ VALE MÁS, que decidió dedicárselo a su amigo Antonio Ledezma, a pocas horas de ser encarcelado. Despertó el odio y la indignación del régimen. No era la primera vez que una canción y su dedicatoria despertaban tanto odio. Pocos años antes, en una asamblea estudiantil masiva celebrada en el Estadio Universitario, le dedicó, también expresamente, La canción del elegido a Nixon Moreno, entonces refugiado en la Nunciatura Apostólica de Caracas. Despertó indignación, esta vez entre quienes, desde el régimen, lo acosaban y quienes, de este lado de la cerca, no simpatizaban con sus posiciones radicales. En un acto en el Aula Magna, le dedicó luego un concierto a todos nuestros presos políticos y en particular a un homenajeado especial que acababa de ser galardonado con el Doctorado Honoris Causa por la Universidad Simón Bolívar, tras una iniciativa que tuve el honor de proponerle a mi amigo Benjamín Scharifker, entonces rector de dicha universidad, el Nobel de Literatura y su amigo personal Mario Vargas Llosa. Y recientemente cantó en Nueva York y le dedicó una canción de su paisano Alfredo Zitarrosa a su amigo Luis Almagro. Más claro no canta un gallo.
Si bien es extremadamente reacia a dedicatorias y homenajes, le ha dedicado canciones a Pompeyo Márquez, a María Corina Machado y a Leopoldo López. Y cantarle en sus exequias de cuerpo presente en la Casa de la Unidad de la Coordinadora Democrática a nuestro recordado amigo Alejandro Armas. Un hombre bueno, de aceradas virtudes democráticas.
Jamás le dedicó ni siquiera unas palabras a Hugo Chávez ni a ningún otro presidente venezolano. Aunque invitada por el presidente Carlos Andrés Pérez cantó en un encuentro íntimo celebrado en La Casona frente a los 11 presidentes del Grupo de Río. Entre ellos a Patricio Aylwin, a quien en agradecimiento por su obra al frente de la restitución de la democracia en Chile le cantó un himno de Violeta Parra, Gracias a la vida. Que le haya dedicado en varias ocasiones una canción a los presos políticos no es nada nuevo y es bueno que los jóvenes que heredan nuestras luchas y recién se incorporan al combate, lo sepan: en los sesenta, en plena juventud, les dedicó varios conciertos. Guarda con emoción una carta manuscrita de los presos políticos del Cuartel San Carlos en agradecimiento por su solidaridad firmada por todos ellos y encabezada por Pompeyo Márquez. “Su suegro”, como con sardónica envidia le decía bromeando nuestro amado Simón Alberto Consalvi. Pero de aquellos homenajes hace más de medio siglo. Ya muchos lo olvidaron.
Hoy fue invitada a cantar cuatro canciones – las de siempre: El elegido, Ojos Malignos, Gracias a la vida y Que vivan los estudiantes – por los organizadores de un acto en que una nueva organización política llamada Pro Ciudadanos se presentaba ante la opinión pública. No era la presentación de candidatura alguna. Ni era la primera vez que participaba en un acto de esa naturaleza. Y lo que nos pareció definitivo: ni era un partido cercano a las posiciones de la tiranía ni a candidatura alguna, toda vez que ella, en esta particular circunstancia, considera que las elecciones convocadas por un organismo fraudulento no tienen la menor legitimidad y deben ser rechazadas por la ciudadanía.
¿Por qué el odio? ¿Por qué el escándalo? Porque tras dos siglos de la traición al Generalísimo Venezuela sigue consumida por la irracionalidad y el bochinche. Porque en este caso el pretexto para darle libre rienda al fascista que llevamos dentro se llama Leocenis García, a quien Soledad, hasta ayer mismo, ni siquiera conocía. Y quien está lanzando a la opinión pública una nueva agrupación política, no una candidatura. Quien no cuenta con el beneplácito de la clase política establecida. Ni mucho menos con nuestro político respaldo. Y ante la profunda enfermedad espiritual que nos aqueja a los venezolanos, cantar cuatro canciones en un acto de su responsabilidad, implica infinitamente más que cantarlas: significa concederle un endoso político. Lo que no pareció disgustar cuando lo hizo, esas veces sí con la expresa voluntad de respaldar las respectivas candidaturas, en proclamaciones de Henrique Capriles, de Manuel Rosales y en tiempos de libertad y democracia plenas, cuando respaldó a Luis Beltrán Prieto Figueroa o a Teodoro Petkoff. Siempre nadando contra la corriente. Pues por extraño que parezca, jamás se sumó al cortejo de los vencedores. Desde cuando votara por primera vez en su vida, y lo hiciera por el Doctor Arturo Uslar Pietri.
Sobran quienes juran y pretenden demostrarlo con vivencIas personales que Soledad Bravo fue chavista y bolivariana. Le cantó una canción, le grabó un disco y por supuesto votó por él, porque además de comunista redomada no fue jamás democrática. Prefieren dejarse arrastrar por su fobias, prejuicios y lugares comunes. Jamás fue chavista y bolivariana. Y su talante liberal le viene de tradición familiar, pues como muy pocos seres humanos lo saben por experiencia propia, vivir cinco años en una prisión de máxima seguridad esperando el cumplimiento de una injusta condena a muerte por razones políticas marca para siempre. Fuimos, y debo usar el plural, para que no resten malos entendidos, tan profundamente anti chavistas, que lo fuimos desde la misma madrugada del 4 de febrero. Por una razón muy sencilla: si estuvimos en contra de todas las dictaduras militares, particularmente las del Cono Sur, en particular la de Chile que me condenó en ausencia empujándome al destierro y Soledad sufrió las secuelas del franquismo que condenó a muerte a su padre, ¿cómo respaldar a una dictadura militar? Razón que la llevó a rechazar de plano la invitación a firmar un ominoso manifiesto de bienvenida al tirano cubano, que tantos de los que hoy se escandalizan porque Soledad cantó cuatros de sus canciones de siempre en un acto de presentación de un partido democrático, corrieron a respaldar y avalar con sus nombres. La hipocresía tiene cara de hereje.
No es hora de ventilar los costos que arrostramos por defender nuestras creencias y avalar nuestras posiciones. Estos dieciocho años no se han traducido para nosotros en nadar en agua de rosas. No nos quejamos. Ha sido nuestra más íntima decisión. Nos hemos negado a dejar Venezuela. Hemos padecido con dolor la partida de nuestra familia y de tantos y tantos conocidos y amigos. Nuestra Venezuela, prácticamente, ya no existe. Y dudo que “la diáspora” – término que considero sagrado pues no puedo dejar de vincularlo con destierros rituales impuestos por la persecución y la muerte, como los que sufriera el pueblo judío -, sea reversible. Venezuela no es Israel. Por eso, hemos decidido compartir las penas y las alegrías de nuestro pueblo. Aquí estamos y aquí seguiremos. Llevamos la diáspora en nuestros corazones. Pues no constituye para nosotros ninguna novedad. Somos dignos habitantes del Siglo XX, ese siglo maravilloso, aunque maldecido por la Shoá y otras barbaries. Y asumimos plenamente los costos de habernos separado radicalmente, aquí, y en todo el mundo, de quienes no se solidarizan con el sufrimiento de nuestro pueblo. Renunciar a los viejos ideales porque terminaron en el estercolero del totalitarismo, se paga con sangre. Sólo tú, estupidez, eres eterna.
En cuanto a quienes reaccionan con el automatismo de los prejuiciados aún conociéndonos en la intimidad, dudando de nuestra honorabilidad, la honradez y la justicia de nuestras posiciones, pueden dar por canceladas nuestras relaciones. Ante el imperio de la incompresión, el fanatismo y la difamación, más vale solos, absolutamente solos que tan mal acompañados.