Exactamente el día 29 de junio del año 2017, ante posiciones expresadas en twitter por el exministro Juan Carlos Pinzón, actual candidato presidencial para el período 2018-2022, el presidente Juan Manuel Santos Calderón, señaló que; “…lo único que digo es que los clásicos tenían razón cuando decían que la lucha por el poder, que es la política, infortunadamente saca a relucir lo peor de la condición humana”.
Sentencia no propia del actual mandatario colombiano, que haría pensar al lector desprevenido que el candidato Pinzón, tras haber abandonado las mieles del poder como el embajador más importante del actual gobierno, pretende despotricar del mismo sobre actuaciones que justificó políticamente cuando fungía como escudero fiel. Y que su condición de postulante a la Casa de Nariño, haría de él un ser despreciable capaz de los más bajos instintos, convirtiéndolo en un ser humano cruel y despiadado, por aquello de “…relucir lo peor de la condición humana”.
Sin embargo, olvida el mandatario de los colombianos, que se encuentra en el poder desde 1991 cuando en el gobierno Gaviria fungió como ministro de Comercio Exterior, y desde entonces, pasando por los gobiernos Samper, Pastrana y Uribe, viene construyendo un imaginario de poder que se ha consolidado en los últimos siete años.
Casi dos períodos presidenciales durante los que no ha reflejado nada distinto a lo peor de su condición humana; donde se ha dedicado en cada una de sus intervenciones públicas a utilizar una frase ya acuñada a su autoría; “Nunca antes”. Con ella, pretende lograr un descrédito retroactivo sobre las políticas de sus antecesores (a los que sirvió), hasta el punto de desequilibrar la tridivisión del poder en beneficio de sus extraños y sospechosos intereses. Aunque huelga decir que ya no tan extraños y mucho menos la duda sobre la sospecha.
Es una certeza que su maquinación es dañina de los intereses nacionales, al lograr desde el poder, pero bajo la sombra del mismo, una de las polarizaciones políticas y sociales más profundas de la historia colombiana. Alcanzó, utilizando su mejor frase, lo que “nunca antes” había conseguido mandatario alguno. Un país en paz con los más altos índices de delincuencia e inseguridad, de impunidad, de corrupción abierta, de odios entre partidos, entre personas, entre vecinos, entre ciudadanos y fuerza pública. Con los más graves hechos de corrupción en la justicia y sus altos representantes. Un país donde su representante parece, permitió por parte de irregulares, la venta de sus territorios abandonados a otros irregulares tan peligrosos y dañinos como ellos y más.
Y ahora viene mediante misiva enviada a un hipotético; aleccionarlo sobre cómo debe regir los destinos del país y conminarlo a dejar inamovibles decisiones tomadas -y que son de la mera liberalidad de los intereses supremos y no de los particulares suyos-. No sin antes indicarle que todo lo suyo fue mejor que otrora. Que su gestión fue la mejor de la historia y que sus antecesores probablemente rayaron en la ilicitud, mismos suyos. Nada distinto a un burro hablando de orejas.
Y para colmo, ahora llega otra carta, pero esta, dirigida por el señor Pastor Lisandro Alape (Félix Antonio Muñoz Lascarro), miembro de FARC, al director de la Unidad de Investigación y Acusación de la recientemente creada JEP (Justicia Especial para la Paz), donde en dieciséis cuartillas, solicita a su destinatario, que adopte medidas cautelares tendientes a proteger el patrimonio que configura los bienes por ellos entregados y que hicieron parte del “inventario de guerra”, como “aporte” para la reparación material de las víctimas, toda vez que existen serias sospechas sobre la posibilidad de menoscabos. De hecho, afirma que algunos bienes no les han sido recibidos y que ya existen pérdidas de dinero y semovientes ante la imposibilidad de ellos de protegerlo.
Parece que a este personaje le asiste la misma intención del mandatario colombiano al pretender endilgar a los demás, sus propias actuaciones. Parece que olvidó que ese patrimonio es producto del secuestro, masacres, destierros, despojos, narcotráfico, extorsión, abigeato, explotación ilegal de los recursos naturales, en fin, una interminable lista de punibles. ¿Y juzga que con una carta extendida a la virtualidad mundial, logrará hacer creer que quienes administran ese patrimonio podrían apropiárselo pues son unos ladrones? Obvio que sí. ¡Le asiste toda la razón! Pero lo que no puede permitirse es que se quiera reflejar él y sus asociados, como los ojos vigilantes de la moral colombiana, cuando sus historias de vida están marcadas por la violación permanente y sistemática de los Derechos Humanos en la población civil, lo que no puede borrarse con una rúbrica y menos con un colectivo aleccionado “te perdono”
Y como si ello no bastase, con esa carta pública funge como justiciero del patrimonio inventariado y olvida el que no. El que ya está conociendo el país y que supera ampliamente el por ellos inventariado. El que antes de la firma, entregaron en testaferrato a familiares y amigos, seguramente con la aquiescencia de la contraparte que firmó el acuerdo. Aunque es posible que el acuerdo de paz logre ser una selva de micos como ese donde señala que se inventarían los “recursos para la guerra” dejando de lado los patrimonios individuales de los altos mandos de la FARC, que seguramente en más de cincuenta años de lucha, lograron tan honestamente como la gran mayoría de los colombianos. En fin, otro burro hablando de orejas.
Es la realidad de un país indolente o institucionalizado. Donde no solo los más altos dignatarios del establecimiento, sino también los recién institucionalizados otrora “bandidos”, hacen llegar… cartas, donde como burros hablan de orejas.