La desigualdad y violencia de género que se viven hoy en Argentina, constituyen una realidad innegable. Así, según estadísticas, desde hace dos años es posible afirmar que una mujer muere por día víctima de femicidio en algún punto del país.
Un escenario bastante desalentador donde las mujeres comenzaron a salir a las calles para buscar respuestas por parte del Estado, dando lugar al movimiento feminista “Ni una menos”. El cual realizó masivas protestas por toda la región, sobre todo después de que Lucía Pérez, una adolescente de 16 años, murió tras ser violada y empalada en la ciudad de Mar del Plata.
Sin embargo, antes de continuar abordando esta problemática cabe aclarar el significado de ciertos conceptos que se tergiversan, en muchas ocasiones, en los medios masivos de comunicación. Así, cuando hablamos de “violencia de género” nos referimos a relaciones desiguales de poder que subordinan a las mujeres, y a las relaciones patriarcales que hacen de las mujeres (y los hijos/as) propiedad de los varones como también responsables del cuidado y los trabajos domésticos.
Y, en el momento que una mujer busca modificar su posición, la respuesta es la amenaza, la violencia y la muerte. Si bien un varón puede sufrir violencia y ser asesinado, esto no ocurre en una cultura que legitima relaciones desiguales de poder, sino todo lo contrario. Es violencia, pero no podemos hablar de violencia de género.
Por otro lado, encontramos el concepto de “femicidio”, entendido como el final de una creciente escalada de violencia, es decir, como consecuencia de la violencia de género. No se trata de un conflicto privado entre dos personas, ni de un crimen pasional. Aunque ocurra en el seno de una pareja o ex pareja, está basado en una desigualdad sistemática en la que el Estado tiene responsabilidades.
Si bien es un fenómeno que admite una lectura multicausal una posible explicación procede de la resistencia social a aceptar una homologación de roles, mayor competitividad en el mercado laboral por parte de las mujeres lo cual genera ciertas tensiones y no solo a nivel laboral sino que, luego de largos tiempos de represión, comienzan a destaparse en ellas ciertas capacidades y aptitudes que no son únicamente domesticas lo cual coloca a muchos hombres en un lugar de vulnerabilidad e incertidumbre. «No hay otra forma de interpretar el crecimiento de los femicidios que el entender a la fuerza como el recurso desesperado de las bestias ante la pérdida de dominio y frente al empoderamiento de la mujer. A mayor impotencia, mayor es la crueldad, el plus de ira, de bronca y de desesperación del hombre», analizó la especialista en género y salud sexual Perla Prigoshin, abogada del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos. «La única forma de terminar con la violencia de género -agregó- es trabajar también con los varones, enseñando que hay otras formas de ser hombre que las que muestra el patriarcado. El machismo es algo que se aprende y que también se puede desaprender.»
Por lo tanto, si admitimos una mirada más bien sistémica de dicha problemática, es decir, considerando a la sociedad como un gran sistema, compuesto por otros subsistemas, es necesario interrogar e interpelar a aquellas instituciones que mantienen y reproducen un paradigma patriarcal. ¿Qué ideas, creencias, valores, normas y prácticas culturales transmiten a nuestros niños, adolescentes, adultos, ancianos?
Para comenzar podemos colocar el subsistema de la escuela, históricamente, sabemos que fue creada por y para varones, y en este sentido las mujeres continúan siendo un agregado en el modelo cultural vigente. La acción pedagógica ofrecida por estas instituciones, continua imponiendo roles de mujeres y de hombres, lo cual implica cierta violencia simbólica y, a la vez, visibiliza un parámetro de mujer siempre bella, heterosexual, obediente y sumisa. De esta manera las personas crecen reprimiendo deseos y placeres por temor a corrernos del deber ser que la sociedad impone a hombres y mujeres.
Los medios masivos de comunicación, otro subsistema con influencia significativa, convierten a las mujeres en un objeto de consumo como también refuerzan las relaciones de poder y reproducen modelos de ama de casa feliz, limpiando, cocinando, madres muy higiénicas o muñecas Barbies.
Por último, otro subsistema legitimado socialmente bajo el argumento de orden divino, la religión transmite ciertos estereotipos de género basados en la superioridad del hombre sobre la mujer, otorgándole un papel muy marcado como esposa, madre y ama de casa. Desde esta perspectiva, para las mujeres el sexo tiene como fin la procreación mientras que el placer es repudiado, lo cual las convierte en vírgenes o santas, madres o prostitutas.
Todas las religiones del mundo, buscan controlar la sexualidad femenina y condenan de constantemente la expresión y el disfrute de la sexualidad para las mujeres con mucha más severidad que para los hombres. De múltiples formas, no se les permite planificar la familia. Condenan todas las relaciones sexuales excepto la que se produce entre un hombre y una mujer, y en algunas sociedades aún pueden ser lapidadas por adulterio y/o asesinadas por los crímenes de honor y solo se reconoce la heterosexualidad.
De esta manera vemos como hay instituciones que se perpetúan en el tiempo y continúan reproduciendo ciertas ideologías en detrimento de otras, por eso creo que es lícito y necesario interrogar al Estado acerca de su función de proteger y velar por los derechos humanos como recordar que es su responsabilidad intervenir en la comunidad con programas y equipos interdisciplinarios que estén destinados a enfrentar el trauma social que cada femicidio produce.
Como reflexión final creo que es importante exigir políticas públicas de prevención contra la violencia de género, una de ellas puede ser la educación sexual integral en todas las provincias, lo cual todavía no se realiza completamente, como también un cambio profundo en la forma de ver y percibir las relaciones entre mujeres y hombres, un cuestionamiento de los roles sociales y estereotipos, del lenguaje, etc.