Pablo Correa ha escrito un libro especial, una rareza en nuestro medio: un libro de divulgación científica claro y profundo al mismo tiempo. No era una tarea fácil por al menos tres razones: Llinás el científico, el intelectual y el individuo. Los tres son complejos. Inescrutables unas veces. Inquietantes otras. Interesantes siempre.
El individuo
En cierta medida el Dr. Llinás representa el estereotipo del científico: ensimismado, excéntrico, adicto al trabajo, intolerante con la mediocridad, agresivo intelectualmente, etc.
Pero, como lo muestra sutilmente el libro, hay un atributo de su personalidad que resalta sobre los demás: el arrojo, la seguridad en sí mismo. Llinás es la antítesis del intelectual periférico. No tiene miedo. No es Caldas temblando ante Humboldt. Ni Patarroyo abrumado por su origen, por su condición de hombre de ciencias del tercer mundo. Cuando era un joven estudiante de medicina, se empecinó en ir a visitar al famoso neuro-fisiólogo y premio Nobel suizo Walter Hess: “me aparecí por el instituto. Les expliqué que era in estudiante de medicina. Les pareció fantástico. No habían visto a un suramericano”. Siempre, desde el comienzo de su carrera, se codeó con los grandes científicos de su campo. Nunca se amilanó ante los jerarcas de la neurociencia. Nunca lució intimidado por su origen geográfico. Todo lo contrario. La autoconfianza casi lo define.
Hay otra característica sobresaliente del Dr. Llinás que también resalta el libro: su relación con las mujeres y con los asuntos prácticos de la vida. Hay allí un elemento garciamarquiano. O al menos, un elemento presente en las obras de García Márquez. Úrsula Iguarán, recordemos, se ocupaba de todos los asuntos de la casa mientras el Coronel Aureliano Buendía elaboraba pescaditos de oro en un improvisado laboratorio de alquimista. A Llinás, las mujeres lo alistan como un niño, lo protegen de las inclemencias de la vida práctica y lo ayudan en las relaciones sociales. “No se entera de nada, tengo que resaltarle en rojo, con espacios, lo importante”, dice Patricia su hermana con candidez. Patricia jugó un papel clave en este libro. Sin ella, infiero, el biógrafo habría fracasado en el intento.
El científico
Llinás es un científico multifacético. Se ocupa con igual maestría de las pequeñas y las grandes preguntas. Hace un trabajo impecable en el laboratorio y es al mismo tiempo un pensador original. Se desenvuelve con presteza en lo micro y en lo macro. Es un experto en el sistema nervioso y en la teoría de la mente.
Tal vez su visión más interesante, como se muestra con claridad en el libro, es la del cerebro como una maquina anticipatoria; activa, no reactiva; automática, no dependiente de los estímulos externos. Una máquina que predice el próximo movimiento, que “camina sola” por decirlo de alguna manera. Los tunicados tienen cerebro cuando se desplazan en el mar al comienzo de sus vidas. Lo pierden cuando, más tarde, ya en su madurez, se transforman en plantas marítimas.
En el mismo sentido, sugiere el Dr. Llinás, el pensamiento es activo y automático. El cerebro es también una máquina de soñar. En la noche, sin estimulos, lo hace caprichosamente. En el día, con estímulos, tiene más restricciones. Pero en general el cerebro parece autónomo, genera sus propias historias, sus propios mapas y modelos virtuales del mundo. Cuando se juntan o se unifican las dos historias, la generada internamente y la realidad externa, surge el sí mismo. La máquina de soñar se reconoce, entonces, a sí misma.
El libro narra otras dos historias interesantes e inquietantes al mismo tiempo. Ambas muestran una faceta distinta del Dr. Llinás, su faceta de científico aplicado, su regreso a la medicina. La primera historia tiene que ver con las trepanaciones del doctor Jeanmonod y la magneto-encefalografía. Sin conocer los detalles, basado meramente en lo publicado en el libro, el asunto parece extraño. La conexión entre la teoría (las disritmias talamocorticales) y la práctica quirúrgica (las microcirugías craneanas) parece incipiente. Insuficientemente explorada. El libro no menciona la existencia de ensayos clínicos. Ni de estudios de seguridad y eficacia. Las anécdotas son convincentes, pero no pueden por sí solas, creo yo, justificar un procedimiento invasivo con obvias consecuencias bioéticas.
La segunda historia tiene que ver con las nanoburbujas. El libro menciona la evidencia de sus propiedades benéficas en animales y describe también una teoría plausible sobe los mecanismos moleculares. Pero la teoría es preliminar. Todavía especulativa. Por lo tanto, los ensayos clínicos propuesto en Colombia por el Dr. Llinás hace unos años son, en mi opinión, inquietantes. Afortunadamente no fructificaron. Las nanoburbujas, sugiere el libro, son todavía una teoría en construcción. Sus aplicaciones tendrán que esperar más tiempo.
El pedagogo
El libro muestra otro papel del Dr. Llinás, su papel de pedagogo y hombre público. Es el papel que más lo ha acercado a Colombia. El que lo ha conectado con su país. Pero ha sido también un papel frustrante. Lo ha enfrentado a un monstruo conocido e invencible: la burocracia estatal.
Su visión de la educación es clara: debe enfatizarse la creatividad y proscribirse la memorización y el aprendizaje sin contexto. El aprendizaje solo ocurre, en su opinión, si existe un marco general, una cosmología. Nunca aprendió mucho de sus maestros en el colegio y la universidad. Aprendió, eso sí, de su abuelo y sus tutores. Sobre la educación en Colombia, escribió lo siguiente: “se enseña sin asegurarse de que se entienda lo aprendido. La diferencia entre saber y entender es monstruosa”.
Esta parte de la biografía es triste. La misión de los sabios quedó en nada, la máxima grandilocuencia y el mínimo de resultados. Los esfuerzos posteriores de Llinás por desarrollar un pensum para la educación, desde prescolar a bachillerato, quedaron engavetados. Y el esqueleto de tiranosaurio que quiso traer a Colombia y del cual regaló la cabeza, quedó desmembrado, convertido, como bien lo señala le libro, en una metáfora involuntaria sobre la ciencia y la educación colombianas.
La pregunta difícil
La pregunta difícil, en palabras del filósofo australiano David Chalmers, es la pregunta por el carácter subjetivo de la experiencia, por la conciencia. Rodolfo Llinás pertenece a dos campos: el del naturalismo (poético), que insiste en que la conciencia puede ser explicada por las leyes de la física; y el del optimismo, que insiste en que la ciencia, más temprano que tarde, revelara el misterio. Si alguien me dijera: ‘le explico cómo funciona el cerebro, pero luego lo mato’, yo le diría ‘perfecto’”, cuenta Llinás al comienzo del libro. La frase resume una vida dedicada a la más difícil de las preguntas y contada con maestria por esta, su primera biografía.