Debate sobre la miseria, sobre la miseria del debate

Ilustración: @EmeJotaArt

«Las dictaduras fomentan la opresión, las dictaduras fomentan el servilismo, las dictaduras fomentan la crueldad; más abominable es el hecho de que fomenten la idiotez.»

Jorge Luis Borges

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No recuerdo, en estos 18 años de socialismo bolivariano ni en estos veinticinco años transcurridos desde el golpe de Estado que rompiera el hilo constitucional y quebrantara para siempre el Estado de Derecho, tras la intención de derrocar al gobierno constitucional e imponer una dictadura militar, una sola discusión, ni un miserable coloquio o un desangelado debate – tampoco libros, ensayos o artículos que versaran sobre la naturaleza que subyacía a ese Estado de Derecho fracturado ni sobre el proyecto político y socioeconómico del movimiento golpista que pretendía suplantarlo. Cuando más, memorias. El venezolano prefiere recordar que pensar. Tampoco recuerdo, luego de diciembre de 1998, que se planteara la discusión sobre la esencia del gobierno presidido por Hugo Chávez que pretendía instaurar no sólo una dictadura, travestida como casi todas ellas, sean comunistas o fascistas, de «democracia directa y participativa», sino incluso un régimen totalitario en Venezuela. Recuerdo algunos pálidos aportes de Alberto Garrido sobre la influencia del argentino Humberto Ceresole sobre la mancuerna fuerzas armadas, caudillo, pueblo. Con fuertes resonancias del fascismo carapintada de los militares golpistas argentinos y un desmarque radical respecto de la influencia del castro comunismo cubano, que destacado críticamente por Ceresole le merecería ser expulsado del reino rojo y carapintada venezolano. No advirtió el pobre que el régimen en vías de implantación ya era rojo rojito. Ninguna sobre el fascismo cotidiano del subdesarrollo que subyacía a dicha fórmula, ni muchísimo menos sobre el vínculo Chávez-Fidel Castro, escandalosamente divulgado luego de su primera visita a Cuba, en 1995. Entonces como hoy, en la América Latina irracional y delirante, no causaba asombro ni disgustos identificarse con los tiranos, si se proclaman de izquierdas. Pero que ni J.V. Rangel ni Luis  Miquilena permitieron subrayar. Eran sus principales asesores en manipulación electorera, al extremo de llevar a su discípulo golpista a socializar, un vaso de whiskey en la mano, con John Maisto, el embajador norteamericano en Caracas. «Miren sus manos, no su boca», dijo el torpe y menguado funcionario del Departamento de Estado luego de uno de esos cordiales encuentros en la sede de la embajada americana en Caracas. Ya entonces me previno sobre la oprobiosa complicidad del Departamento de Estado frente al castro comunismo que se avizoraba en Venezuela. Borges, el indoblegable genio argentino,  lo había avizorado mucho antes: «En Estados Unidos se espera que uno sea partidario de los indios, que hable mal del país y que sea comunista. Cuando me niego a estas tonterías, a veces defraudo a los que me escuchan.» Y temí que absolutamente desvinculado de los principios del marxismo, que ninguno de esos militares golpistas conocía, el socialismo bolivariano no hiciera más que cumplir el horror de la tragedia soviética, reconocida con lucidez y coraje por su primer disidente, León Trotzky en La revolución traicionada: sin el más elemental desarrollo de sus fuerzas productivas, Chávez no haría más que reafirmar el pronóstico que el joven Marx presagiara dos años antes de publicar su Manifiesto Comunista: «(…) el desarrollo de las fuerzas productivas es prácticamente la primera condición absolutamente necesaria (del comunismo). Por esta razón: sin él sí se socializaría la indigencia y ésta haría resurgir la lucha por lo necesario, rebrotando, consecuentemente, todo el viejo caos (…)». Bíblico: la revolución proletaria y el comunismo no se produjeron en ninguna sociedad desarrollada. En aquellas sociedades pre capitalistas e donde se impusieron gracias al voluntarismo de vanguardias decisionistas no hicieron otra cosa que socializar la indigencia. Y, por ello, montar sobre esa indigencia socializada monstruosos totalitarismos policiacos.

No se ha tratado, pues, en la bolivariana, de una revolución socialista: se ha tratado de un brutal asalto del gorilaje tropical castrista al Poder y a las riquezas venezolanas. Había que travestir el asalto castrocomunista in status nascendi de rebelión democrática. Como en su momento lo hiciera Fidel Castro desde la Sierra Maestra. Primero el asalto. Luego, la verdad. Más nada: confundir al eventual enemigo. Y salvo algunos pocos avispados, todos se tragaron el cuento. Chávez no era el enterrador de la democracia: era el partero de la nueva, resplandeciente e impoluta democracia tropical venezolana. ¿Cómo definir la estrategia y la táctica políticas correctas y adecuadas con las que enfrentar al mortal enemigo, si jamás se ha sabido real y verdaderamente en qué consiste y por qué razón nos vemos envueltos en esa mortal enemistad que nos enfrenta? ¿Si quienes defenestraran a Carlos Andrés Pérez y hoy, gangosos y estridentes, cacarean su usurpado liderazgo, habían decidido pasar agachados y acechar por tiempos mejores? A la carencia de todo pensamiento crítico, que jamás lo tuvieran, inmoral connivencia con la barbarie: inolvidable el silencio alcahuete y aprobatorio de los líderes de entonces ante la burla, el sarcasmo y el desprecio de la asunción de mando. Me refiero a Ramos Allup y a Henrique Capriles. Y lo que da cuenta de la miseria opositora: siguen al frente de la oposición oficialista.

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A juzgar por los hechos y luego de las docenas de elecciones de todo orden habidas desde entonces, jamás se debatió en Venezuela por qué y para qué se elegía, qué proyectos diferenciaban a las distintas posiciones, que ideologías inspiraban a los partidos de una y otra banda. Cuál era, en rigor, el proyecto del gobierno y cuál aquel con el que la oposición de los partidos del establecimiento, viejos y nuevos, pretendían enfrentarlo. Salir de Chávez y luego salir de Maduro: fuera o no fuera cierto, esa ha sido toda la razón que ha asistido a la llamada oposición desde diciembre de 1998. Salir no de quienes nos aherrojan, los dictadores de siempre, sino de los estorbos de malos gobiernos. Es más: aún al día de hoy no existe consenso entre las fuerzas opositoras sobre la caracterización del régimen. Aún en 2006, durante una visita a la presidenta Michelle Bachelet en Santiago de Chile, una comitiva opositora formada por Teodoro Petkoff, Manuel Rosales, Julio Borges y Timoteo Zambrano – sólo faltaban Henry Ramos Allup y Leopoldo López para que ella hubiera sido la fiel y completa expresión del conjunto de las fuerzas opositoras que hoy, a once años de distancia, conforman y constituyen la llamada Mesa de Unidad Democrática –  sostuvo sin titubeos y con una firmeza axiomática que no dejaba lugar a dudas: «Hugo Chávez es un demócrata». El periódico El Nuevo País, de Caracas, lo destacó con foto principal, a todo lo ancho de la portada.

La historia, en cambio, se encargó de desmentirlos y confirmar lo que algunos analistas veníamos sosteniendo desde la alborada del 11 de abril de 2002, fecha de la insurgencia popular y el pronunciamiento militar que lo separara durante algunas horas de su cargo: Chávez no sólo no era un demócrata. Era un dictador populista de la peor ralea  y un tirano en ciernes, ya se había entregado a los brazos de Fidel Castro y había decidido pública y verbalmente  convertir a Venezuela en una «segunda Cuba»: «vamos hacia la isla de la felicidad» (sic).  Hasta el día de hoy ninguno de los mencionados propagandistas del talante democrático del caudillo que odiaba a Venezuela y prefirió irse a morir en brazos de su padre putativo en La Habana, ha expresado una sola palabra de auto crítica. Es más: todos ellos continúan actuando como si la colosal falacia que entonces expresaran, sin rubor alguno, siguiera impoluta. Como si ahora su sucesor, Nicolás Maduro, y su régimen – ya mundial y reconocidamente forajido, terrorista y narcotraficante – fuera tan democrático como lo fuera en tiempos del boyante y dispendioso Hugo Chávez.

Que la oposición que llamaremos «oficialista», vale decir: acordada tácita o explícitamente con el oficialismo castrocomunista, continúa negándose a reconocer la naturaleza dictatorial, ilegítima, fraudulenta, narcotraficante y terrorista del régimen, lo demuestra el fervor con el que todos sus dirigentes, de AD a PJ y de UNT a Voluntad Popular –  dialogan con sus autoridades, el sacrosanto respeto a su legalidad eleccionaria, así sea impuesta por una quisicosa ilegítima de toda ilegitimidad mediante el fraude más notable, descomunal y llamativo de la historia, falsamente bautizada de Asamblea Nacional Constituyente,  y los acuerdos de convivencia establecidos como para haber aplastado todos los intentos insurreccionales de la Resistencia, ante la cual han hecho como que sí pero como que no, azuzándola cuando le convenía para presionar al acorralado gobierno dictatorial tras sus propósitos electorales, llevando incluso al matadero a decenas de jóvenes esperanzados en el desalojo del régimen, desgastándola a ella y a los millones de combatientes de la sociedad civil en un sacrificio continuado y estéril, y traicionándola cuando obtenidos sus propósitos electoreros constituía un estorbo a la pax Ramos-Borges-Maduro necesaria como para montar los centros electorales y darle curso al simulacro de enfrentamiento celebrado en los colegios electorales. A la tragedia del 2014 sucedieron las parlamentarias del 2015. A la tragedia del 2017 suceden las del 15 de octubre. Muertos por voto. Casa por cárcel.

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Suena insólito, y cuando menos absurdo, que quienes dirigen los partidos políticos más importantes del establecimiento, controlan todas las universidades y centros de investigación económicos, políticos, históricos y sociales, y disfrutan de una cohorte de asesores, doctores en diversas disciplinas de las ciencias económicas y sociales, no hayan resuelto debatir pública, abierta, democráticamente sobre la naturaleza del régimen, la caracterización del período, el proyecto estratégico que inspira las acciones de la dictadura, el proyecto global que, desde La Habana y Sao Paulo, lo inspira. Es más: sobre las características de la crisis humanitaria a que ha dado lugar, el papel que desempeña en el conflicto que enfrenta a las grandes y medianas potencias, las perspectivas abiertas  a nivel global para su resolución y, desde ese análisis profundo y descarnado, pueda justificar sus acciones o alterar sus programas y puntos de vista. Y que en lugar de avanzar por la senda de la investigación, el pensamiento y la reflexión acerca de los que somos y deseamos ser, se desgasten pariendo un bodrio farandulero y ominoso para difamar en el más puro estilo nazifascista a quienes se resisten a pasar por el aro de las madamas del CNE y su ANC. Votar o no votar: hasta allí llegan nuestras angustias intelectuales.

Llevado al nivel de los partidos, directamente responsables de la miseria del debate, aún no expresan sus proyectos tácticos y estratégicos. ¿Qué diferencia a AD de PJ, a UNT de VP, a AP del MAS, a la Causa R de COPEI? Los que se confiesan socialdemócratas, ¿son socialistas? ¿Los justicieros son socialcristianos? ¿Dónde encasillar a los huérfanos de partido capaces de encuadrarse en cualquiera de ellos y ser su candidato a gobernador? ¿Qué fuerzas o sectores sociales y qué ideología representan un Ismael García o un Luis Florido, un Henrique Capriles o un Henry Falcón, un Leopoldo López o un Julio Borges? Salas Römer ¿puede representar indistintamente las misteriosas ideologías de VP o de PJ? Asunto difícil de dilucidar, toda vez que muchos de ellos han transitado de un partido al otro como quien se muda de ropa interior. Sin traumas aparentes en su universo de certidumbres. ¿O carecen de ellas?

De una sola cosa podemos estar ciertos: todos se reconocen de izquierda. Que en Venezuela, reconocerse de derechas es poner el cuello en la guillotina. La derecha, sepa Dios en Venezuela qué y a quiénes represente, es un clavo ardiente. Ser liberal, un verdadero y gran honor para hombres de la talla y la estatura de un Mario Vargas Llosa, un Enrique Krauze, un Macri o un Pedro Pablo Kuczynski es poco menos que pecaminoso. Ser de izquierdas, un honor. Ser de derechas, un improperio.

Mientras continúe  la miseria del debate, no habrá debate sobre la miseria. Sus protagonistas están demasiado ocupados en participar de las próximas elecciones como para pensar en las próximas generaciones. En Venezuela rige solapada e implícitamente la norma de las peores dictaduras: SE PROHIBE PENSAR.

Antonio Sánchez Garcia

Historiador y Filósofo de la Universidad de Chile y la Universidad Libre de Berlín Occidental. Docente en Chile, Venezuela y Alemania. Investigador del Max Planck Institut en Starnberg, Alemania