A finales del año pasado escribí una columna en la que me fui en contra de unas declaraciones de Andrés Jaramillo, el dueño del restaurante Andrés Carne de Res, puesto que me pareció que este hombre había justificado la supuesta violación de una joven mujer en su establecimiento[1]. Si bien la investigación por esta presunta violación se cerró por falta de pruebas, y siempre hubo muchas dudas en torno a la ocurrencia de la misma, mi crítica en dicho escrito no dependía de ello, pues en últimas iba dirigida a la forma en que Jaramillo había banalizado algo tan atroz como una violación.
Pocos meses después me sentí obligado a manifestar mi rechazo frente a un burdo episodio, que sonó mucho en los medios de comunicación, en el que unos jóvenes violaron a una mujer, filmaron su acto de barbarie, y subieron, con aparente orgullo, el video del mismo a Facebook[2]. Por suerte estos muchachos fueron lo suficientemente imbéciles como para colgar el video en internet, ya que esto permitió que los capturaran rápidamente.
Hoy me siento de nuevo con el deber de escribir algo en contra de la violencia sexual hacia las mujeres, debido a lo que ha venido ocurriendo en el Transmilenio en Bogotá. Según lo expuesto en los medios, en el 2013 hubo 109 denuncias por abuso sexual en los buses del Transmilenio, y este año ya vamos en nueve[3]. Estos casos de abuso sexual no se refieren a violaciones, a situaciones de acceso carnal violento, sino a episodios menos graves. Por ejemplo, se registran casos de manoseo, masturbación frente a mujeres, o algunos que han intentado, precisamente, masturbarse mientras manosean a sus víctimas.
Por supuesto que nada de esto es tan terrible como una violación, pero en todo caso se trata de situaciones aterradoras, en las que la víctima se siente agredida, acosada y, valga la redundancia, victimizada por su agresor.
Tan grave es este asunto, que se descubrió un blog de un ‘manoseador’, cuyo creador presenta como “un espacio para todos aquellos manoseadores de chicas en el transporte colectivo. Les contaré todas mis hazañas durante mi vida de manoseador y espero que compartan su opinión ¡QUE VIVA TRANSMILENIO!”[4]. El blog por suerte ya fue cerrado, pero allí este personaje relataba con orgullo sus “hazañas”, e incluso llegó a subir videos de sus manoseadas en el Transmilenio.
La cosa ha llegado muy lejos, eso es evidente. ¿Pero por qué? No tengo una respuesta definitiva para esto, pero puedo sugerir un par de posibles motivos. En primer lugar, hay un problema de impunidad penal alrededor de esta problemática, lo que se evidencia, por ejemplo, con el caso del agresor de Diana Gamboa, quien tras manosear a esta mujer en el Transmilenio y ser arrestado, fue liberado el mismo día de la agresión[5].
Es evidente que si una persona que quiere hacer algo así, sabe que probablemente la única consecuencia de llevar a cabo sus planes será la de pasar un par de horas encerrado, entonces ésta no verá ningún motivo para frenar sus torcidos deseos. No estoy proponiendo entonces que metamos a todos los manoseadores a la cárcel, pues eso sería únicamente una medida de populismo punitivo, que agravaría la ya de por sí compleja situación de hacinamiento carcelario en el país. Simplemente digo que podría pensarse en otras formas de sanción que contribuyan a desincentivar y corregir este tipo de comportamientos, como la obligación de realizar trabajo comunitario, o recibir atención psicosocial.
Sin embargo, más allá de estas complejas cuestiones penales, considero que las bases de esta problemática pueden encontrar sus raíces en otro tipo de impunidad: la impunidad social.
En efecto, en mi opinión este tipo de sucesos tiene lugar en parte por culpa de todos nosotros. ¿Por qué? Porque con nuestra actitud de indiferencia, e incluso a veces de risa o aplauso, contribuimos a que quienes abusan de las mujeres se sientan con derecho a hacerlo. Si lo pensamos bien, muchos de nosotros no hacemos nada cuando vemos este tipo de situaciones en la calle. A veces nos hacemos los de la vista gorda, para evitar problemas, y otras incluso nos regocijamos porque nos parece divertida la situación: “jajaja. Vieja exagerada, llamó a la policía, y él nada más le cogió la nalga”, sería un ejemplo genérico de la manera en que estamos dispuestos a aceptar este tipo de conductas,
La cosa no siempre va tan allá, pero es que con la simple indiferencia ante lo inaceptable es suficiente. Retomando el caso de Diana Gamboa, vale la pena señalar que ella cuenta que pidió ayuda mientras su agresor la tocaba, y el conductor del Transmilenio ni se inmutó, y “las personas de alrededor sólo me miraban mientras yo lloraba”[6]. ¿Vergonzosa la actitud de su victimario? Claro, eso es obvio. Pero vergonzosa también la actitud de los pasajeros que viajaban con ella, que no fueron capaces de mover un dedo para ayudar a alguien en apuros.
Si estas personas hubieran hecho algo, como reclamar públicamente al agresor, éste probablemente no se habría sentido tan cómodo y seguro haciendo lo que hacía. Si la sociedad le reprocha a una persona una determinada conducta, entonces ésta no incurrirá en la misma con tanta facilidad. Pero si nos quedamos callados, entonces todo seguirá igual.
Como señala Mauricio García Villegas: “La vergüenza es a las normas sociales […] lo que la multa o la cárcel son a la ley penal. En Colombia ambas sanciones son deficientes: así como carecemos de una justicia capaz de encarcelar a la mayoría de los criminales, tampoco contamos con un reproche social capaz de avergonzar a la mayoría de los incumplidores”[7].
En últimas, esta problemática tiene muchas dimensiones que deben ser abordadas para buscar una solución a la misma, y en ello deben jugar un papel fundamental las autoridades. Pero encarguémonos nosotros de poner
de nuestra parte, e intentemos eliminar la impunidad social que rodea a este tema. No celebremos este tipo de situaciones, y no seamos indiferentes ante las mismas. Que la persona que se atreva a hacer algo así no sienta que lo que hace es aceptable, sino que se llene de vergüenza por el inmenso reproche social que se le irá encima por su inexcusable conducta.
Como sociedad, entendamos y hagamos entender que si una mujer no quiere que la toquen, pues no se la toca. Y punto.
[author] [author_image timthumb=’on’]https://fbcdn-sphotos-e-a.akamaihd.net/hphotos-ak-ash3/t1/1896768_1404022706522257_982353613_n.jpg[/author_image] [author_info] Alejandro Cortés Arbeláez Estudiante de Ciencias Políticas y Derecho de la Universidad EAFIT. Ha publicado en revistas como Cuadernos de Ciencias Políticas del pregrado en Ciencias Políticas de la Universidad EAFIT, y Revista Debates de la Universidad de Antioquia. Ha sido voluntario de Antioquia Visible, capítulo regional del proyecto Congreso Visible. Actualmente se desempeña como practicante en el Observatorio de Restitución y Regulación de Derechos de Propiedad Agraria. Leer sus columnas. [/author_info] [/author]
[1] Alejandro Cortés. ¿A qué está jugando el señor Andrés Carne de Res? Una violación no tiene justificación. Disponible en: http://alejandrocortesarbelaez.wordpress.com/2013/11/12/a-que-esta-jugando-el-senor-andres-carne-de-res-una-violacion-no-tiene-justificacion/
[2] Alejandro Cortés. ¿Una locura de fiesta? Nada justifica una violación. Disponible en: http://www.las2orillas.co/una-locura-de-fiesta-nada-justifica-una-violacion/
[3] El Espectador, Problema de fondo. Disponible en: http://www.elespectador.com/opinion/editorial/problema-de-fondo-articulo-477558
[4] El Tiempo, Indignación por ‘Diario del manoseador’ de Transmilenio. Disponible en: http://www.eltiempo.com/colombia/bogota/obscenidades-en-transmilenio_13500136-4
[5] Revista Semana, “Hubo silencia total mientras él me tocaba”. Disponible en: http://www.semana.com/nacion/articulo/transmilenio-presunto-abuso-sexual-diana-gamboa/376826-3
[6] Ibíd.
[7] Mauricio García Villegas, Impunidad social. Disponible en: http://www.elespectador.com/columna115685-impunidad-social
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