Brasil, que durante la década pasada fue una de las economías más vibrantes de América Latina, y se convirtió en la esperanza de ser una potencia emergente al lado de Rusia, India, China y Sudáfrica, vive ahora su mala hora.
La esperanza generada por el gobierno de Lula da Silva, respaldada además por la fuerte demanda de materias primas y el aumento en los precios de estas, hacían pensar a los inversionistas y a los ciudadanos del común que Brasil dejaba atrás esa terrible crisis de los noventa. Pero nada más lejano de la realidad.
Brasil repitió errores del pasado como la dependencia a las materias primas. El gigante sudamericano se embarcó en el proyecto de reducir la pobreza y equilibrar los ingresos. Millones de brasileños comenzaron a salir de la pobreza y el ciudadano de a pie sentía que Brasil vivía su mejor hora. Además, comenzaron las grandes inversiones en infraestructura y aumentó la expectativa de que se mantendrían los buenos precios de las materias primas. Algo similar ocurrió a finales de la década del 70, cuando Brasil (bajo una dictadura militar) crecía esperanzada en los altos precios de las materias primas, pero lo que aconteció después fue la debacle.
La recesión de la economía mundial y la disminución en los precios de las materias primas llevó al Brasil, junto con otros países de la región, a una crisis de sus deudas externas, lo que empujó a millones de brasileños a vivir en la pobreza mientras la nación comenzaba su tránsito hacia la democracia, ya que dicha crisis produjo la caída de la dictadura militar.
Pese a esta antecedente, el desastre volvió a repetirse. La historia reciente de Brasil estuvo ligada al mercado de las materias primas. En 2003, tras la llegada de Lula da Silva a la presidencia, todo parecía cambiar. China consumía enormes cantidades de materias primas, lo que impulsó en toda la región el aumento de los precios de estas.
Brasil cayó bajo en el embrujo de los precios altos y la ilusión volvía a la nación de la samba. Muchos admiraban el “milagro brasileño”, que no era otra cosa que la repetición de un capitulo ya visto en los años 70. El país se concentró en reducir la pobreza y buscar recursos para realizar todo tipo de cambios, en tanto que otro problema crecía de manera silenciosa como un cáncer. La corrupción, tan cotidiana en nuestros países, comenzaba a hacer de las suyas y la riqueza excesiva que disfrutaba el país hacía que muchos políticos quisieran quedarse con un poco de ella.
El problema con la corrupción es que esta pasa frente a los ojos de todos y el silencio comprado opera en todas las esferas de los gobiernos. Lula fue permisivo y dejó que el problema creciera, miembros de su gobierno se enriquecieron de manera misteriosa y solo fue hasta hace tres años que comenzó a salir a la luz toda la información de la procedencia de dichas fortunas.
Lula terminó su mandato con enormes márgenes de popularidad, la economía de Brasil sentía el final de una década de gran crecimiento y en medio de todo esto llegó al poder la primera mujer presidenta, Dilma Rousseff, quien tras hacerse con el poder tuvo que dirigir a una nación en medio de la tormenta desatada por la crisis hipotecaria en Estados Unidos y la deuda de la Unión Europea.
Para ese momento, millones de dólares habían sido lavados de forma irregular en la empresa estatal Petrobras, por si fuera poco, se hicieron contrataciones que favorecían a empresas cuyos socios eran algunos senadores. Comenzaba a develarse la batucada de la corrupción, miles de millones de dólares habían enriquecido a políticos de todas las corrientes ideológicas, el estado brasileño se convirtió en la chequera de los políticos corruptos, quienes de forma consecutiva acabaron con las arcas de la nación.
La justicia empezaba a conocer esta terrible situación, aunque el pueblo ya era testigo silencioso de la corrupción que se carcomía al país. El gobierno de Rousseff comienza a tambalear y en 2012 varios miembros del gobierno, así como funcionario del ex presidente y la actual presidente, terminaron comprometidos en casos de corrupción. Crecía el descontento en la población, en parte también por un contexto económico adverso, la economía crecía a pasos lentos y el brillo de la estrella de Brasil comenzaba a disminuir.
Antes de realizarse el Mundial de Fútbol Brasil 2014 , Rousseff campeaba no sólo con la peor caída de su popularidad solo un 31% aprobaba su gestión en junio de 2014; sino también con el destape de la Operação Lava Jato (operación lavado a presión), que consistió en que la empresa Petrobras fue utilizada para una operación de lavado de dinero y defraudación al sistema financiero nacional por un monto estimado de 10.000 millones de reales. Desde ese momento comenzó la persecución de la justicia para desentramar el mayor caso de corrupción en Brasil.
Así inició el camino para que Rousseff abandonara la presidencia. Las omisiones y el exceso de confianza no jugaron a su favor, y quienes fueron sus aliados buscaron una salida a la crisis que, en últimas, apuntó a la cabeza de la presidenta. Para acabar de ajustar, en todo este río revuelto hubo un renacer de la extrema derecha. El descontento generalizado de la población fue utilizado por los senadores ultra conservadores, muy ligados a algunas iglesias evangélicas, para aumentar tanto su poder económico, como político.
Con el pasar de los días, la justicia brasileña publicó más informes que comprometían a varios líderes de todo el espectro político de Brasil. La presidenta parecía no reaccionar ante un escenario cada vez más complejo y, de alguna u otra forma, permitió que la extrema derecha siguiera azuzando al país y sacara ventaja de este escándalo político.
Las consecuencias ya son conocidas. El 16 de abril de 2016 la Cámara de Representantes aprobó por aplastante mayoría el retiro temporal de Rousseff para abrirle un juicio político. Pero este no fue por corrupción, como sí ocurrió con la mitad de los congresistas que aún son investigados, sino por la violación a las normas fiscales, maquillando así el verdadero déficit presupuestario. Este asunto, aunque fuera considerado menor, sirvió como excusa para sacar a la presidenta del poder y desviar la atención pública de los verdaderos responsables: los congresistas corruptos que se metieron a sus bolsillos la riqueza de un país que prometía ser potencia.