“Estamos, pues, en pleno Estado de Excepción: el viejo Poder no acaba de morir y el nuevo Poder no acaba de nacer. ¿Responden y representan Maduro al viejo Poder que muere y Padrino López al nuevo Poder que nace? ¿Es esta extraña yunta que la circunstancia nos depara una suerte de reproducción metafórica de la estatua de Jano, ese monstruo bifronte de cuyas dos caras miraba una al pasado mientras la otra oteaba el futuro?”
“Se cuenta excesivamente con la lenidad de la Historia en nuestro país. Es menester que surja a cada momento, renovada y terrible, la eterna verdad; que la sanción, los fueros sociales, los derechos conculcados dejen de ser una lívida procesión de espectros; y que los trogloditas de hoy no imaginen que han de quedar, con el correr de los tiempos, amparados por ese manto lejano, borroso, impreciso en que se han arrebujado dentro de la historia contemporánea los malhechores de ayer, los conculcadores, los consejeros del despotismo, los responsables que salen a lavarse las manos a todos los pretorios de la humanidad”.
Vuelve a deambular una vez más, doscientos años después del nacimiento forjado y violento de una nación llamada Venezuela, ahora por sus ciudades y pueblos, por sus cárceles y barrios, maquillados por una postiza modernidad de corredores y despachos de eso llamado Estado y gobierno – ministerios, gobernaciones, alcaldías, cuarteles -, esa misma lívida procesión de espectros de derechos conculcados que conmovían de vergüenza e indignación a José Rafael Pocaterra, aherrojado en una mazmorra por el tirano Juan Vicente Gómez en los años en que escribiera sus estremecedoras Memorias de un venezolano de la decadencia.
Vuelvo a leer esas memorias, más de noventa años después de haber sido escritas, que debieran colmar de vergüenza a aquellos venezolanos de bien que osaran mirarse en ese espejo abismal de sus miserias. Un espejo que, limpio de la parafernalia mediática que nos ha hecho creer que somos una nación moderna y a la altura del desarrollo de los pueblos, deja ver el horror de un pueblo que sigue siendo miserable, consumido por su barbarie, gobernado por los mismos trogloditas que causaban el espanto de ese insigne y ejemplar venezolano que fuera Pocaterra. Y para nuestras eternas vergüenzas, en tiempos en que los pueblos que se sacudieran a sus trogloditas al comienzo mismo de sus andaduras como naciones, ponen robots a recorrer la superficie marciana o a circunvalar al planeta Júpiter. Algo absolutamente inimaginable en los tiempos en que Pocaterra debía soportar el yugo y el escarnio del capataz que siguiendo a un personaje insólito y como inventado por la febril imaginación del novelista Joseph Conrad, Cipriano Castro, el Gabito, a la cabeza de sesenta forajidos, se cogiera lo que entonces se creía una república en exactos cinco meses de batallas de pacotilla: del 23 de mayo de 1899 al 23 de septiembre del mismo año, para luego de la clásica traición de montoneras, fuera traicionado por su compadre y segundo de a bordo en la aventura, Juan Vicente Gómez, el benemérito, para asaltar el Poder en 1908.
Yo no sé si el general Vladimir Padrino López, máximo exponente de ese ejército fundado por ese capataz sangriento y devastador, aunque infinitamente más productivo que aquel teniente coronel que se cogiera el poder para traernos a este pantano de miserias e ignominias que al parecer ha decidido co gobernar, conoce de esa historia y sabe del inmenso dolor y del cruento sufrimiento que llevara a José Rafael Pocaterra, el creador de ese personaje, también trágico y grotesco, llamado Panchito Mandefuá, a emigrar, perder toda esperanza de resurrección para el pueblo que tanto amara y muriera en Montreal el 18 de abril de 1953. Por ello, para contribuir a su conocimiento, quisiera reproducirle las breves líneas con las que Pocaterra describe la andadura siniestra de este pueblo huérfano de grandezas tras ese esfuerzo ciclópeo en el que agotara, al parecer casi para siempre, todo su caudal de energías creadoras – empujado por el afiebrado y megalómano ingenio de Simón Bolívar – para terminar convertido en ese cuero seco del que se quejaba Guzmán Blanco, uno de sus principales conculcadores, beneficiarios y aprovechadores:
“Con la chistera de Andueza Palacio asomó, terrible, el síntoma dominante del viejo cuadro clínico que se esbozó en Páez, brotó en forma purulenta con los Monagas, llegó a hacer crisis en la reacción del 58, duró la larga agonía de la Guerra Larga, y pasó insidiosa o benigna bajo Falcón y “los azules”, hasta determinar una dolencia mortal con la dictadura fanfarrona, espectacular y bullanguera de Guzmán Blanco… Alcántara el viejo, Crespo, los interinos eran complicaciones menores. Al odioso continuista del 92 sucedió el caudillo clásico a base de prestigio, el segundo Crespo, “el último caudillo” propiamente dicho. Y luego, roto el eclecticismo que le trajo al Poder, éste cometió un error y un delito: imponer su marioneta: Andrade, mentecato, intrigante y nulo. De Crespo dió cuenta una bala anónima en La Mata Carmelera; de su hechura, poco más tarde iban a darla Castro y sus sesenta andinos, la traición de los suyos y el antiguo rencor de Andueza Palacio, cuya testa sombría vuelve a surgir al lado del guerrillero tachirense como la de un vengador de melodrama. ¿Se quiso vengar de los “amarillos infidentes”? ¿Confundió en su pasión política a sus “enemigos” con la misma Patria? Usurpador, murió entre usurpadores. Y la piedra sepulcral que le cubre no es un argumento para que olvidemos esa tremenda responsabilidad:
«Yo me quedo en el Poder porque me da la gana”…
¿Cómo no asombrarse ante la frase de Andueza Palacio que asombraba – e indignaba, al mismo tiempo – a José Rafael Pocaterra hace poco menos de un siglo, cifra y clave ontológica del mal endémico de Venezuela desde la misma Independencia, ese caudillismo atrabiliario, autocrático y dictatorial venezolano, el mismo que le ordena a Monagas hacer asaltar el Congreso en 1848, con su secuela sangrienta de diputados asesinados y una constitución ultrajada, y que revive el mismo 6 de diciembre de 2015, fecha del histórico alzamiento pacífico del pueblo venezolano con la conquista de la mayoría calificada de la Asamblea Nacional, en el comportamiento implícito o explícito de Nicolás Maduro y su carnal Diosdado Cabello cuando, violando la Constitución como Monagas y Andueza Palacio, los lleva a decidir “quedarse con el Poder, porque les da la gana”?
Ni Andueza Palacio, que tenía tras suyo a Joaquín Crespo, ni Juan Vicente Gómez, que tenía tras suyo a los ejércitos por él recién fundados y la tiranía que soportaban, ni el mismo Monagas, podían acuñar la frase y expresar el capricho de quedarse con el Poder por meros deseos. Que, como maravillosamente lo expresa el refranero popular, por lo menos en nuestra Venezuela militarista “no empreñan”. Bolívar, padre supremo de la criatura se lo diría textualmente desde Angostura a quien quisiera oírle: “Aquí no manda el que quiere, sino el que puede.” El sarcasmo de nuestro héroe broncíneo, iba dirigido por mampuesto al cura Cortés de Madariaga y al procerato oriental, encabezado por Santiago Mariño, que aspiraban a un gobierno estrictamente civil y civilista, en la mejor tradición mirandina, y que, para eterna desgracia nacional, se quedara en deseos estériles e impotentes.
¿Por qué los beneficiarios del régimen ya en su etapa agónica y final insisten en quedarse con el Poder? ¿Por qué rechazan la soberanía del pueblo, delegada el 6 de diciembre a la mayoría calificada de la Asamblea Nacional? ¿Por qué impiden el Referéndum Revocatorio, reclamado por la absoluta mayoría del pueblo soberano? ¿Porque, como afirmaría Andueza Palacio hace siglo y medio, “les da la gana”? ¿O, como diría Bolívar, hace dos siglos, “porque pueden”? Provoca responder con una boutade malévolamente atribuida a Carlos Andrés Pérez: “ni lo uno ni lo otro, sino todo lo contrario”. La jerga hamponil del bajo pueblo lo expresa con el matiz de machismo implícito en el caudillismo venezolano de todo tiempo y lugar: «porque les sale del forro».
Yo me atrevería a afirmar que lo hacen, fuera de aquella razón patriarcal e inveterada, por dos razones de circunstancias: en primer lugar, porque los civiles “que podrían” cortar el nudo gordiano que nos ahorca, pues cuentan con el respaldo del pueblo mayoritario, único poder que podría resolver, con soberana decisión, quién es el que verdaderamente manda en Venezuela: porque no quieren o no se atreven. Recuerdo la inolvidable frase de Carl Schmitt, el genial constitucionalista germano que escribió en su obra cumbre, El concepto de lo político, “soberano es quien resuelve el Estado de Excepción”. Me refiero a la dirigencia opositora. Que aunque ha puesto el tema del revocatorio en el tapete duda ante el desafío y empuja a media máquina. Bajo la espada de Damocles de un régimen dispuesto a jugarse el todo por el todo para quedarse con el poder, “porque le sale del forro”. La segunda razón es tanto o más grave: porque las verdaderas fuerzas, que sí pueden, porque cuentan con la delegación de las armas que el soberano les ha comandado en custodia, se comprometieron desde un comienzo con la felonía del golpe y el asalto militar cívico al Estado de Derecho. Y aunque ha corrido demasiada agua bajo el puente, al parecer tampoco se atreven a arrancar la espada de la piedra en donde la incrustara, con ayuda de sus amigos, los tiranos cubanos, el fallecido teniente coronel.
Estamos, pues, en pleno Estado de Excepción en el que se verifica la clásica situación descrita por Antonio Gramsci para definir las crisis orgánicas: el viejo Poder no acaba de morir y el nuevo Poder no acaba de nacer. ¿Responden y representan Maduro al viejo Poder y Padrino López al nuevo Poder? ¿Es esta extraña yunta que la circunstancia nos impone una suerte de reproducción metafórica de la estatua de Jano, ese monstruo bifronte de cuyas dos caras miraba una al pasado mientras la otra oteaba el futuro?