Edgar Feuchtwanger vivó durante la década de 1930 a 90 metros de Adolfo Hitler; su memorias fueron publicadas el año pasado en “I Was Hitler’s Neighbor”.
Ser judío en Alemania en la década de 1930 no era algo agradable. Edgar Feuchtwanger, un niño en edad en ese entonces, conoció el miedo y el pavor que compartieron todos los judíos alemanes que presenciaron el ascenso imparable de un loco. No obstante, su situación era diferente. Muy diferente.
En 1929, Adolfo Hitler se mudó al barrio donde vivía Feuchtwanger. Con dinero de su editor, Hitler rentó un departamento de nueve habitaciones en el tercer piso del número 16 de la Prinzeregentenplatz (plaza Príncipe Regente). Era lujoso, con dos baños y dos cocinas. Edgar, de cinco años, podía verlo desde su ventana, un edificio que no estaba ni a 91 metros de distancia, en Grillparzerstrasse. Y, durante los siguientes nueve años, hasta que los Feuchtwanger huyeron de Alemania en 1938, Edgar vivió casi lado a lado con un hombre inclinado a exterminarlo a él, a su familia y a cada familia como la suya, no solo en Alemania, sino tan lejos como el Reich pudiera extender su dominio. Las memorias de Feuchtwanger, “I Was Hitler’s Neighbor” (Fui vecino de Hitler), se publicaron el año pasado con traducción hecha en Gran Bretaña.
Hoy, a los 91 años, Feuchtwanger, bien podría ser posible que fuera el último judío alemán vivo que creció al alcance de la mano de donde vivía Hitler y lo observó cada día, aunque solo fueran vistazos fugaces. Al hablar en el departamento de un familiar en Nueva York hace poco, Feuchtwanger, un historiador que impartió clases durante 30 años en la Universidad de Southampton, en Inglaterra, y ahora vive en un pueblo cerca de Winchester, recordó sus roces con Hitler y algunos puntos de inflexión en el siglo XX. Traía consigo, en un sobre de papel manila, libretas de sus días en la Escuela Gebele en Múnich, llenos de tareas sobre temas patriotas y decorados, por aquí y por allá, con homenajes al líder a quien los alemanes estaban aprendiendo a llamar “Fuehrer”.
El barrio, contó, estaba lleno de nazis. Camino de la escuela, pasaba junto a la villa de Heinrich Hoffman, el fotógrafo de Hitler, el hombre que presentó a Hitler con Eva Braun. A menudo, tenía algún vistazo de Hitler descansando en el jardín. No lejos de ahí estaba la casa de Ernst Roehm, el jefe del ala paramilitar del partido nazi.
El primer encuentro de Feuchtwanger con el propio Hitler ocurrió cuando él tenía ocho años. Su nana y él, que habían salido a pasear, empezaron a caminar por la Prinzregentenstrasse.
“Justo cuando pasábamos por su puerta principal, Hitler iba saliendo, llevaba puesto un impermeable y un sombrero de fieltro”, dijo Feuchtwanger. “Había algunas personas en la calle que gritaban: ‘¡Heil, Hitler!’. Y luego nos vio a mi nana y a mí con bastante benevolencia”.
Feuchtwanger hizo una pausa por un momento y dijo: “Si hubiera sabido quién era yo, habría sido bastante diferente”.
En efecto. Hitler y el partido nazi conocían muy bien el apellido Feuchtwanger, y no en una forma positiva. Ludwig, el padre de Edgar, no era el problema. En tanto director de Duncker & Humblot, una distinguida editorial especializada en libros sobre economía y sociología, era objetable solo por ser un judío próspero. Las leyes raciales lo obligaron a abandonar el negocio en 1936.
Lion, el hermano de Ludwig, era otro cantar. En ese momento, probablemente, era el novelista más leído de Alemania, el autor de “Jud Suss” (El judío Suss), una novela histórica sobre un asesor financiero del duque Carl Alexander de Wuerttemberg, en el siglo XVIII. Después, los nazis tergiversaron la novela, publicada en 1925, para hacerla una película maliciosamente antisemítica que se estrenó en 1940.
Más ofensiva para el partido nazi fue su novela “Éxito”. Ubicada en Baviera, en los 1920, incluye un retrato satírico de Hitler en la novela, inserto en ella como Rupert Kutzner, un mecánico demagogo, que crea un movimiento político, el Partido Verdaderamente Alemán.
Cuando se publicó “Exito” en 1930, Joseph Goebbels anunció en su periódico, el Der Angriff, que el autor acababa de ganarse un lugar en el primer tren que saliera de Alemania cuando los nazis llegaran al poder. La novela tuvo un lugar prominente en las quemas de libros de mayo de 1933. El propio Goebbels se presentó en la fogata en Berlín. Por casualidad, Lion estaba en Estados Unidos en una gira de conferencias cuando Hitler quedó como canciller, pero su hermano, allá en Alemania, llevaba el apellido.
No fue sino a mediados de los 1930, recordó Feuchtwanger, que Hitler asumió su dimensión completa. Todavía era posible caminar por las aceras frente al edificio de Hitler. Todavía no le daba por llevar puesto el uniforme militar todo el tiempo en público o cuando viajaba en convoyes.
Las cosas cambiaron después de convertirse en canciller en 1933. La madre de Feuchtwanger se quejaba de que no podía conseguir leche porque el repartidor le estaba dando botellas extras a Hitler. Guardias de las SS se mudaron al departamento abajo del de él y ocuparon posiciones en la acera. Hacían que los transeúntes cruzaran la calle a la otra banqueta.
La historia desfiló frente a la ventana del pequeño Edgar. Vio reunirse a la flotilla de Mercedes largos, de seis ruedas, para partir a anexarse Austria en 1938 y, varios días después, observó cuando Hitler, parado derecho, sosteniéndose del parabrisas de su coche abierto, saludaba a las fervientes multitudes.
Posteriormente, ese año, observó el coche en el que iba Mussolini trasladarse a la conferencia de las cuatro potencias que llevó a la firma del Acuerdo de Múnich. “Yo me metía entre la multitud para ver lo que estaba pasando”, contó Feuchtwanger, recordando las conmociones periódicas en la plaza afuera del edificio de Hitler.
Ludwig Feuchtwanger, como muchos judíos, interpretó mal a Hitler desde un principio. Creyó que los judíos alemanes podrían alcanzar algún tipo de acuerdo vivible y estable con el régimen. “Mis padres sí hablaron sobre la situación política y yo sabía más sobre ella que los niños de ocho años hoy en día”, dijo Feuchtwanger. “Yo sabía que él no era bueno para nosotros. Pero no diría que estaba aterrado”.
Se captó la realidad política en Kristallnacht, en noviembre de 1938, cuando detuvieron al padre de Edgar y lo internaron en Dachau. Sorprendentemente, la administración del campo no estableció la conexión entre su nombre y el del autor de “Éxito”. Lo liberaron seis semanas después y empezó a hacer planes para sacar a su familia de Alemania. “Él sabía que había acabado la función”, comentó Feuchtwanger. Casi toda la familia escapó. Una de los ocho hermanos de Ludwig, una media hermana, murió en Theresienstadt.
A los 14 años, Edgar Feuchtwanger adoptó una segunda vida como inglés honorario. Estudió en la escuela Winchester, donde los compañeros de clase lo llamaban “dedos de pescado” y “Volkswagen”. Obtuvo un doctorado en historia por el Colegio Magdalene, en Cambridge, y prosiguió a escribir ensayos sobre la época victoriana, incluidas las biografías de Gladstone y Disraeli, así como historias de la Alemania moderna, hasta la toma del poder por los nazis.
Sacó de nuevo otra libreta. En esa, de 1934, le rindió homenaje a Hitler por su cumpleaños 45 pegando una fotografía en la que el “Fuehrer” aparece ceñudo, adornada con un águila nazi y una esvástica. Feuchtwanger sonrió. “Solo piense: era un niño judío el que hizo esto”, señaló.
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