EL HISTÓRICO FRACASO DE LAS DERECHAS
«No sólo las izquierdas han fracasado en América Latina. También lo han hecho las derechas. Los primeros no tenían ninguna obligación política ni ideológica de solidarizarse con los demócratas venezolanos, pues son caimanes del mismo pozo. Los segundos estaban obligados por fidelidad a sus propios principios. Los demócratas venezolanos hemos estado y seguimos estando solos. Útiles al momento de las votaciones, impertinentes y fastidiosos a la hora de reclamar nuestros derechos. Es la impenitente tragedia de América Latina..”
Antonio Sánchez García @sangarccs
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Sería injusto culpar en exclusiva al Departamento de Estado por la inexistencia de una política concertada a nivel regional para enfrentar al nuevo y exitoso embate del castrocomunismo en América Latina a partir de la conformación del Foro de Sao Paulo impulsado por Fidel Castro y Lula da Silva en compañía de todas las fuerzas y organizaciones políticas de la izquierda castrista latinoamericana en 1990. Esa tarea, así involucrara una estrategia regional concertada para impulsar el desarrollo de salidas social liberales a las crisis nacionales y ponerle la proa a sus eventuales derivas dictatoriales, debía contar con la activa participación de los sectores democráticos de cada uno de los países de América Latina y sus respectivos gobiernos. La situación ha sido particularmente grave en referencia a la tragedia venezolana, que no ha encontrado la más mínima solidaridad de parte ni de las izquierdas democráticas ni de las derechas continentales. A pesar de la existencia de dos instrumentos multilaterales diseñados precisamente para circunstancias como las que comenzaron a tomar cuerpo, luego del golpe de Estado del 4 de febrero en Venezuela, con la conquista del gobierno en 1998 por parte de su principal beneficiario, el teniente coronel Hugo Chávez. Dichas cartas preveían y pretendían impedir la repetición de las trágicas dictaduras militares que ensombrecieran la historia de Chile, de Argentina, de Uruguay y de Brasil. Ellas eran sendas cartas de intenciones en defensa de la democracia asumidas por la OEA y el MERCOSUR, a las cuales el Estado venezolano se había suscrito y que lo obligaban a cumplir con sus normas y principios. De los cuales, el principal de ellos: respetar el Estado de Derecho y la inviolabilidad de los Derechos Humanos. Ambos gravemente violados en Venezuela bajo el gobierno del teniente coronel Hugo Chávez y su heredero, Nicolás Maduro.
¿Qué extraña confluencia de sucesos paralizó la acción prevista en dichas cláusulas para venir en auxilio de la democracia venezolana? ¿Por qué la OEA ha tardado diecisiete años en plantearse la aplicación de su Carta Democrática en Venezuela, cuya deriva dictatorial, e incluso totalitaria, se hizo manifiesta desde por lo menos el año 2002? ¿Por qué esa lenidad imperdonable y el olvido de las obligaciones contractuales en defensa del Estado de Derecho? ¿Acaso el hecho de que la dictadura populista venezolana se travistiera de socialismo, se subordinara a la tiranía cubana y correspondiese al concierto del tiempo, cada vez más escorado hacia el populismo neocastrista representado por el dictador venezolano, Hugo Chávez y cada vez más indiferente al sufrimiento del pueblo cubano y a darle carta de credibilidad a la más terrorífica tiranía vivida por América Latina en sus quinientos años de existencia? ¿O esa verdadera complicidad con el caudillismo militarista y autocrático fue directamente comprada con el petróleo venezolano, demostrando la naturaleza corrupta e inmoral de los nuevos tiempos dominantes en el mundo político de la región? ¿Por qué sólo el recién electo presidente de Argentina, Mauricio Macri, ha puesto el tema sobre la mesa de debates a comienzos de su mandato, en enero de este año 2016, si bien ha sido inmediatamente desmentido por su ministra de relaciones exteriores, Susana Mabel Malcorra, que, a estas alturas, aún no lo considera pertinente?
Sería otro craso error achacar esa trágica falencia a la fidelidad, indudable y lógica, de los gobiernos de izquierda de la región con el gobierno marxista y dictatorial de Hugo Chávez y su no disimulada simpatía por la tiranía cubana. ¿Cómo iban a actuar en su contra, si eran sus hijos naturales y debían sus cargos, en alta medida, al financiamiento de sus campañas con dineros de la estatal petrolera venezolana PDVSA? Ocho millones de dólares en efectivo llegaron en un solo envío, seguramente hubo otros, a manos de la candidata Cristina Kirchner para la reelección de su mandato. En una acción de policía aduanera absolutamente dudosa, pues mientras se detenía una maleta con ochocientos mil dólares, dejaba pasar otras con cinco millones. Financiamiento que sin ningún asomo de duda debe haber estado presente en todas las campañas de los presidentes foristas de América Latina. ¿No lo ha estado en el financiamiento de PODEMOS, para montar a Pablo Iglesias en la presidencia de España? Muchas razones más que suficiente para conminar a la aplicación de la Carta Democrática de la OEA. ¿Pero como habría la OEA de querer aplicar su Carta Democrática al gobierno venezolano si la mayoría de sus miembros eran y continúan siendo aliados cercanos, íntimos, de Hugo Chávez, ahora de Maduro, y su Secretario General, José Miguel Insulza, era una ficha del socialismo chileno al servicio del eje Castro-Chávez-Lula?
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El problema también ha involucrado la escandalosa abstinencia de las derechas latinoamericanas y sus gobiernos, sustentada en la viciosa teoría de la no injerencia en los asuntos internos de una nación soberana. Lo cual ha conducido a su complicidad objetiva con los sistemas dictatoriales de la región: Cuba y Venezuela. Ni los gobiernos de Colombia, en manos del derechista Álvaro Uribe – no se diga del gobierno abiertamente procastrista de Juan Manuel Santos -, ni el de Chile, en manos del derechista Sebastián Piñera, ni el de México, en manos del derechista Vicente Fox, ni el de España, en manos del derechista José María Aznar, ni el de los países tradicionalmente democráticos y respetuosos de la legalidad interamericana, como el de Costa Rica, tuvieron el caso de las brutales violaciones a los derechos humanos y la deriva ya abiertamente dictatorial del gobierno venezolano en su agenda de prioridades. Perfectamente alineados con el Departamento de Estado norteamericano, que a pesar de contar con pruebas abrumadoras de la naturaleza terrorista y narcotraficante del régimen venezolano se ha abstenido hasta hoy de condenarlo por forajido y narcotraficante.
Al también escandaloso abandono de todo mínimo gesto de lealtad, honor y agradecimiento por parte de las izquierdas sureñas, particularmente la formada por socialistas, comunistas, miristas y democratacristianos chilenos, auxiliadas con generosidad y total desinterés por los gobiernos democráticos venezolanos en tiempo de las dictaduras del Cono Sur, en los años setenta y ochenta, alineados en un rasgo de ominosa deslealtad y repudiable mal agradecimiento con el dictador venezolano, se unió el absoluto desinterés de los gobiernos de derecha, que perfectamente informados y en conocimiento de la tragedia venezolana prefirieron negociar con su gobierno, respaldarlo en los foros internacionales y guardar el más estricto silencio respecto de las brutales violaciones a los derechos humanos del gobierno Chávez, en aras de no ver entorpecidas sus líneas de acción en el orden interno y externo: no despertar animadversión en sus izquierdas nacionales ni alienarse su respaldo en el plano internacional. ¿Es esa la misma causa que lleva a Susana Malcorra, canciller del gobierno derechista de Mauricio Macri, a denegar, a estas alturas, la aplicación de la Carta Democrática a la dictadura – ya convertida en satrapía – de Nicolás Maduro y sumarse al anodino pedido de diálogo recomendado por el Vaticano, a sabiendas de que ese diálogo es imposible ante una satrapía aferrada al Poder, al precio que sea? ¿Es más importante para Argentina tener a uno de los suyos en la Secretaría de las Naciones Unidas que luchar por la imposición de una nueva democracia del Siglo XXI en nuestra región?
Se me podrá objetar que tanto Álvaro Uribe, como Vicente Fox, Sebastián Piñera y José María Aznar son hoy declarados adversarios de la dictadura venezolana. Y que el grupo de ex presidentes hispanoamericanos es numeroso y muy activo a favor de la redemocratización de nuestro país. Lo cual es de reconocer y agradecer, pues constituye un importante paso hacia la recuperación de las libertades democráticas en nuestro país. Sólo me cabe preguntar: ¿por qué esperaron estar fuera de sus gobiernos para asumir una política de rechazo a la dictadura castrochavista que debieron implementar cuando detentaban el Poder? ¿Por qué no actuaron condenando al régimen castrochavista, tal como lo hicieran en su momento los gobiernos y partidos venezolanos condenando sin ambages las dictaduras de Pinochet, Videla y Bordaberry, abriendo sus brazos con generosidad y desinterés a sus perseguidos políticos?
Lo cierto es que, como opositor venezolano, he sentido un profundo desconcierto y la misma angustiosa incertidumbre ante el abrazo del presidente Sebastián Piñera con Raúl Castro en Santiago de Chile y luego en La Habana, que con la insólita benevolencia de Su Santidad Francisco con el tirano cubano Fidel Castro, cuya amplia sonrisa de satisfacción mientras dialoga con el tirano – y su profundo disgusto mientras recibe a Mauricio Macri – no parecen corresponderse con los deberes inalienables de una Iglesia que lleva dos milenios deseándoles paz y felicidad a los hombres de buena voluntad. No a los malevolentes asesinos y genocidas de sus pueblos, como los hermanos Castro.
No sólo las izquierdas han fracasado en América Latina. También lo han hecho las derechas. Los primeros no tenían ninguna obligación política ni ideológica de solidarizarse con los demócratas venezolanos, pues son caimanes del mismo pozo. Los segundos estaban obligados por fidelidad a sus propios principios. Los demócratas venezolanos hemos estado y seguimos estando solos. Útiles al momento de las votaciones, impertinentes y fastidiosos a la hora de reclamar nuestros derechos. Es la impenitente tragedia de América Latina.
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