Las indignaciones de moda

Eran las 10:00 a.m del 24 de enero de 2016, las principales plazas públicas de las ciudades capitales estaban llenas de ciudadanos, muchos de ellos -por no decir la mayoría – convocados a través de las redes sociales. ¿El motivo? el absurdo incremento en el salario mínimo por parte del gobierno, que tuvo un alza del 7%, es decir, un aumento en el salario de $45.105 pesos, quedando en $689.455 pesos. Aunque también se aprovechó la ocasión para protestar contra la venta de Isagen, una de las empresas de producción de energía más grande del país.

Lo curioso es que en 2007, 9 años atrás, cuando el ex presidente y hoy senador Álvaro Uribe Vélez quiso venderla por completo, alcanzando a llevarla a la bolsa de valores de Colombia (BVC), logrando que 71.809 pequeños inversionistas se hicieran con el 19% de la compañía, nadie dijo nada y solo hasta ahora a muchos les importó esta empresa. Y él no fue el único, los ex presidentes Samper y Pastrana también hicieron lo suyo.

Al margen de ese caso puntual de indignación, reciente por demás, son incontables los ciudadanos que alzan su voz de protesta contra diferentes fenómenos –  por llamarlos de alguna forma – que suceden en nuestro país. Vaya usted y revise sus redes sociales, háblele al vigilante o a su taxista y se encontrará temas como la muerte de un oso de anteojos, las corridas de toros en Cartagena, Manizales o Medellín, o la sanción a un «gurú» de la nutrición que lo multaron por publicidad engañosa (También han penalizado a bebidas energizantes, medicamentos o caldos de gallina), sin dejar a un lado otras indignaciones más superfluas como que la señorita Colombia haya sido Miss Universo por 5 minutos.

Y mientras entablamos estas conversaciones varios niños Wayúu mueren en la Guajira, otros en Arauca o Magdalena  y algunos más agonizan en clínicas de Barranquilla y no precisamente por el Zika, la violencia del país, o cualquier otra enfermedad de moda, sino por algo que no da menos que vergüenza nacional, desnutrición.

Y esto no es nuevo. Según el procurador Alejandro Ordoñez, en los últimos 8 años han muerto en el país 4.770 niños por este mal, lo que nos da un promedio de 596 niños por año aproximadamente, una cifra además de escalofriante, alarmante. Sin contar con aquellos niños que no son incluidos en las cifras oficiales presentadas por el gobierno. Seguramente los índices deben ser mayores.

De ellos no nos acordamos, por su sufrimiento no protestamos y pocos alzan su voz y toman acciones para tratar de minimizar este padecimiento de los niños colombianos. A duras penas y en menores proporciones, vemos algunas publicaciones en medios sociales, pero de ahí no pasamos. Es más, los niños nunca estuvieron en nuestra agenda de indignaciones.

Si hoy le preguntamos a alguien por ese 24 de enero puede que por fecha no recuerde, pero si le mencionamos Isagen, veremos la transformación de su discurso a uno totalmente de protesta y alegato contra el gobierno, sabrá perfectamente cuánto fue el porcentaje de venta de la empresa, conocerá la compañía que adquirió ese 57.6% y cuánto dinero dejará de recibir el gobierno en regalías o impuestos. Pero si hablamos de los niños, habrá silencio total. Solo cara de ¡Oh qué triste! pero no llegaremos a más.

Así como nos levantamos un domingo a machar, sacrificando la misa, la ciclovía, o simplemente nuestro día de descanso, nos deberíamos parar cualquier día y mirar de qué forma podemos contribuir con la disminución de esas problemáticas, no solo desde un papel o una red social.

La mayoría de los casos de indignación se quedan solamente en eso, indignación. Puede que se traduzcan en bellos textos o en “grandes” movilizaciones virtuales, pero de allí a tomar alguna acción fuera de la red, hay un largo camino que aún nos falta recorrer.