“La imagen de Gustavo Francisco Petro Urrego, quien ha sido descertificado en la lucha antidrogas y le fue retirada la visa para ingresar a Estados Unidos, sufrió un impacto que debe ser considerado más allá de un simple traspié diplomático. Es la evidencia de un gobierno que confunde soberanía con confrontación y liderazgo con victimización. Lo de ahora, es la oportunidad perfecta para materializar la intención de su presidente, utilizar cada señal de desconfianza internacional como un argumento para fortalecer su narrativa épica. Sin embargo, la realidad es contraria: Colombia está perdiendo credibilidad.”
Gustavo Francisco Petro Urrego está experimentando un declive progresivo en el contexto global. Esta situación es el resultado de una diplomacia que ha sido construida principalmente a través de discursos públicos en lugar de basarse en resultados concretos y medibles. La relación entre Colombia y Estados Unidos ha sido históricamente un indicador de la estabilidad política y económica del país. Desde el Plan Colombia hasta el Tratado de Libre Comercio y la cooperación en materia de seguridad, la interlocución con Washington se convirtió en un eje de la política exterior. Es pertinente mencionar que, durante más de dos décadas, Colombia ha sido reconocida como el aliado más confiable de la región en la lucha contra el narcotráfico y en la defensa de la democracia. En la actualidad, dicha relación se encuentra en una etapa de suma importancia. El gobierno de Petro Urrego ha recibido dos señales inequívocas que evidencian la fractura: la descertificación en la lucha contra las drogas y el retiro de la visa de su mandatario.
Los dos hechos presentados en septiembre, analizados en conjunto, no son meros episodios aislados, sino el reflejo de un distanciamiento profundo entre el Palacio de Nariño y la Casa Blanca. La descertificación de Colombia es un hecho que, si bien parecía impensable hace unos años, ha demostrado ser una realidad ineludible. Tradicionalmente, el país exhibía resultados, con todos sus matices y críticas, que mantenían el aval de Estados Unidos. En la actualidad, la situación ha experimentado un cambio significativo. Washington ha expresado su preocupación por la percepción de una falta de compromiso, una improvisación en las políticas de sustitución y una tolerancia frente al crecimiento exponencial de los cultivos ilícitos. La descertificación, más allá de lo meramente simbólico, acarrea consecuencias de carácter tangible. Entre ellas, cabe mencionar la vulneración de recursos destinados a la cooperación internacional en materia de seguridad y desarrollo alternativo, así como la afectación de la confianza depositada por organismos multilaterales y países donantes. En consecuencia, se produce un debilitamiento de la posición negociadora de Colombia en escenarios regionales. Lo que anteriormente constituía un sello de garantía, actualmente se transforma en una mancha difícil de eliminar.
La determinación adoptada por Estados Unidos de revocar la visa de Gustavo Francisco Petro Urrego no debe ser considerada como un mero procedimiento administrativo consular. Este mensaje político transmite una ruptura de la confianza personal hacia su presidente. En el ámbito de la diplomacia, los gestos adquieren una relevancia equiparable a la de los tratados. Este acto implica una ruptura significativa entre la primera potencia mundial y su mandatario. El aislamiento no solo afecta la agenda personal de su dignatario, sino que también limita la capacidad de Colombia de tener una voz en debates globales sobre democracia, medioambiente o comercio. Un presidente sin acceso a Washington se ve limitado a la retórica interna, mientras que otros líderes regionales aprovechan el espacio vacío.
El problema fundamental radica en la interpretación que Gustavo Francisco Petro Urrego realiza de la política internacional. Sus discursos beligerantes sobre «dejar de arrodillarse ante Washington» pueden ser bien recibidos por ciertos sectores, pero carecen de fundamento cuando la realidad muestra que la economía colombiana depende del acceso a mercados, de la inversión extranjera y de la cooperación en seguridad. La soberanía no se construye aislándose, sino fortaleciendo la capacidad de negociación. Un país con instituciones sólidas y políticas coherentes puede defender su autonomía sin necesidad de romper puentes. Su presidente, por su parte, parece inclinarse por la épica de la victimización, sacrificando los intereses nacionales en aras de su narrativa personal.
En un contexto de globalización, el aislamiento no se traduce en soberanía, sino que puede ser interpretado como una señal de debilidad. Colombia enfrenta el riesgo de experimentar un retroceso significativo en materia de posicionamiento internacional. La ausencia de certificación y visado por parte de su mandatario constituye una metáfora de la disolución del gobierno en su propio discurso. Mientras Gustavo Francisco Petro Urrego se centra en la retórica del cambio histórico, la realidad lo alcanza con contundencia: los aliados manifiestan desconfianza, los resultados son insuficientes y se presentan oportunidades limitadas. Colombia precisa de un liderazgo que facilite la creación de oportunidades, en lugar de obstaculizarlas; que genere confianza, en vez de malestar; y que comprenda que la diplomacia no se logra con discursos grandiosos, sino con resultados tangibles y capacidad de negociación. La ausencia de certificación y la falta de visado no deben ser consideradas meras anécdotas, sino que deben ser interpretadas como señales de alerta. En caso de que el gobierno no se avenga a rectificar, el país habrá de sufrir las consecuencias de un aislamiento innecesario, a la vez que los problemas internos -narcotráfico, violencia, crisis económica- se irán agravando, sin contar con aliados ni respaldo internacional.
Uno de los aspectos más notables del estilo político de Gustavo Francisco Petro Urrego es su recurrente recurso a la victimización. Cada crítica se convierte en una narrativa de ataque personal; cada desacuerdo diplomático, en una persecución ideológica; cada dificultad de gobierno, en una conspiración de las élites contra el cambio. Su dignatario no concibe la política como un ámbito de negociación y construcción colectiva, sino como un enfrentamiento en el que él se presenta como la víctima heroica frente a un sistema que pretende silenciar su voz. El incidente de la revocación de la certificación y el retiro de la visa por parte de Estados Unidos constituye un caso paradigmático. En lugar de reconocer los problemas estructurales en la política antidrogas o la desconfianza generada por su retórica, su presidente se presenta como un mandatario castigado por desafiar al poder hegemónico.
El fracaso en los resultados y la pérdida de confianza internacional dificultan la narrativa emocional en la que su mandatario personifica al líder rebelde que paga el precio por defender la soberanía. Este recurso de victimización cumple varias funciones, entre las que se incluyen la movilización interna, el desplazamiento de responsabilidades y la creación de una narrativa épica. Mantiene la retórica del «pueblo contra las élites», pero en el ámbito de la política internacional, esto puede resultar contraproducente. Los socios estratégicos no negocian con víctimas perpetuas, sino con estados responsables que ofrecen garantías y resultados. La victimización, lejos de fortalecer la soberanía, aísla al país y lo reduce a un actor poco fiable en el contexto internacional. En última instancia, la victimización de Gustavo Francisco Petro Urrego refleja una paradoja: pretende mostrarse como un estadista global, pero se aferra a la lógica del opositor eterno. Es importante señalar que el costo de esta contradicción recae en Colombia, que observa cómo su voz en el escenario internacional se desvanece entre el ruido de un relato personalista.
Comentar