Hoy día mucho se discute sobre los derechos de las mujeres. A boca llena, el mundo alega estar en pro de las libertades femeninas. Mucho se presume con políticas libertarias y muchos atropellos se ocultan tras ellas. Pero este tampoco es un artículo donde victimizo, aún más, al género para exigir respeto de terceros.
Tengo 20 años y la seguridad total de una sola cosa: el papel de la mujer en la historia de las sociedades no se puede ligar meramente a la maternidad. No quiero tener hijos, y estoy cansada de que la reacción de otros a esta afirmación sea unánime: “Te vas a arrepentir”.
Es normal que mujeres de mi edad tengan ya uno o dos hijos. Conozco a algunas porque abundan en mi círculo social, y algunas otras, incluso, son mis amigas. Las respeto, y respeto su decisión, aunque por algunas de ellas haya sido el azar quien decidió. Las admiro. Pero no quisiera estar en sus zapatos.
Sin embargo, cuando yo confieso abiertamente mi deseo por no ser madre, el respeto es una respuesta escasa. Amigos, familiares, compañeros de trabajo, y demás, insisten en que no tengo la madurez suficiente para estar segura de ello. ¿Por qué no? Me defiendo: ser madre tiene que ser una aspiración del alma. Sólo en ese caso se puede uno entregar a construir una vida ajena, a la que se le acompañará de la mano en el tiempo. Ser madre es saber ser otros.
Ambicionar la maternidad es divino. Sólo así tiene un sentido. Hasta hoy esa ambición divina no aparece en mí. Tengo otras prioridades. No concibo mi vida estrictamente al lado de un esposo, ni formando una familia. No me siento ser en un futuro el centro de un hogar. Y sé, con seguridad, que como ama de casa sería un total fracaso.
Al pensar en lo que debería ser la maternidad, hoy y siempre, pienso en mi mamá. Una mujer que se atrevió a potenciar sus cualidades para ayudarme a construir las mías. Una mujer que me enseñó a sentir y a pensar. Una mujer que no me educó para ser como ella: me educó para ser yo. Le agradezco y me disculpo, de paso, si no comparte mi apreciación. Soy distinta, y quiero cosas distintas.
Así que, en plena lucidez de mis facultades mentales, refuto la sinonimia que proponen muchos entre el rol de la mujer y el rol de la madre. Ambos son importantes y dignos de ser reconocidos, pero distintos. Y yo soy una mujer que no desea transfigurarse en madre.
Que me voy a arrepentir, repiten. No. Pero, en posibilidad de que naciese en mí el deseo de ser madre más adelante, pregunto: ¿La maternidad está ligada necesariamente al parto? El amor no va siempre de la mano con la genética. Adoptar sería la opción, un acto de amor que cobijaría también al mundo sobre poblado y falto de afecto en el que habitamos.
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