8 de mayo de 1828

El 8 de mayo de 1828, hace 197 años, nació en Ginebra, Suiza, Jean-Henri Dunant o sencillamente Henri Dunant, el mayor de cinco hijos de una pareja calvinista de la alta sociedad ginebrina. Desde niño y motivado por el espíritu altruista y filantrópico de sus padres, tuvo contacto con personas necesitadas a quienes les brindaban ayuda como enfermos y familias pobres en el caso de su madre, o personas que estuvieron presas y huérfanos en el de su padre. En 1846 ingresa a la Sociedad Ginebrina de las Almas, fundando al año siguiente el capítulo juvenil de esta agrupación dedicada al estudio de la biblia, la asistencia de enfermos y presidiarios, y otras labores sociales. Paralelamente adelantó estudios en el Instituto Calvino de Ginebra de donde salió por malas calificaciones en 1849, año en el que comenzaría su formación y vocación bancaria. En 1852 fundó en Ginebra un grupo que pasaría a llamarse Asociación Cristiana de Jóvenes, redactando los estatutos e interviniendo en el congreso fundacional de París en 1855 de la actual YMCA.

En 1856 creó una compañía financiera e industrial llamada Molinos de Mons-Djémila, a la que le adjudicaron tierras en la colonia francesa de Argelia, que tenían problemas para acceder, de delimitación y de agua, por lo que al fracasar intentando contactarse con las autoridades, decidió entrevistarse directamente con el emperador Napoleón III. En esta gestión consiguió una cita con él en Italia, donde comandaba el ejército francés en respaldo de Piamonte-Cerdeña contra la ocupación de Austria en gran parte del territorio italiano. Dunant se encontraba en inmediaciones del pueblo lombardo de Solferino la tarde del 24 de junio de 1859, cuando se enfrentaron los ejércitos en disputa en una de las batallas más sangrientas de la Unificación Italiana que, a pesar de durar tan solo nueve horas, dejó un saldo de aproximadamente 40.000 heridos.

Los episodios protagonizados y presenciados en esos días por Henri Dunant son muchos e indescriptiblemente conmovedores, siendo consignados hábilmente por él en un libro titulado Recuerdo de Solferino del cual imprimió 1.600 ejemplares en 1862, y rápidamente logró cautivar a destacadas personalidades de la vida pública europea, principalmente políticos y militares, durante una gira promulgando sus ideas ese mismo año. Así, en 1863 Gustave Moynier como presidente de la Sociedad Ginebrina de Utilidad Pública lo invita a exponer y posteriormente crear juntos un comité de promoción en el que incluyen además al general del ejército suizo Guillaume-Henri Dufour, y a los médicos Louis Appia y Théodore Maunoir. Este Comité de los Cinco pasaría a llamarse en 1876 Comité Internacional de la Cruz Roja CICR.

¿Pero cuáles fueron esas ideas revolucionarias que generarían tal impacto en la alta esfera europea de la época? Principalmente dos. La primera la necesidad de conformar cuerpos de socorro a los militares heridos y la segunda establecer acuerdos multilaterales para garantizar la protección de estos comités, sus bienes y vehículos, o en otras palabras regular los impactos de la guerra. La una permitiría la creación de las sociedades nacionales de la Cruz Roja y la Media Luna Roja en todo el mundo, ya no solo en tiempos de conflicto sino también en tiempos de paz. La otra le conferiría al CICR la observancia de estas reglas de la guerra definidas y pactadas en los Convenios de Ginebra y la creación subsecuente del Derecho Internacional Humanitario. Como emblema se utilizaría la tradicional bandera blanca añadiéndole una cruz roja, se dice que este símbolo era común y fue ratificado en 1864 en el Primer Convenio de Ginebra, aunque otra versión dice que se implementó en honor a Suiza, invirtiendo los colores de su bandera.

De esta narración apasionante también devienen ejemplos lúcidos de los principios que regirían la organización humanitaria más grande, antigua e importante del mundo. La humanidad puede ejemplificarse con la historia del alcalde de Castiglione, al que Dunant le preguntó cuántas camas podría ofrecer para atender a los innumerables heridos, a lo que este respondió: “en este pueblo somos veinte mil habitantes, por lo que tenemos veinte mil camas a disposición”.  Imparcialidad cuando le preguntaron a Dunant que de qué bando se atendían primero militares heridos, y la respuesta fue “tutti fratelli”, todos somos hermanos. Neutralidad en la posición que le permitió a Dunant transitar por Italia en medio de las hostilidades además de la proferida a su nacionalidad suiza, pero también evidente en religiosos y religiosas, y como las mujeres no pertenecían a los ejércitos, su entrega decidida para ayudar sin tomar partido fue imprescindible. La independencia cuando agotadas las vendas, telas y hasta sabanas del pueblo por la cantidad de sangre, Dunant mandó comprar con recursos propios grandes cantidades, reforzadas por aristócratas que donaron otros víveres e insumos necesarios para el auxilio de los afectados. El voluntariado se vio no solo en las personas que desinteresadamente, como el mismo Dunant, corrieron para socorrer a los heridos, sino en la gran cantidad de médicos que acudieron desde distintos puntos de Europa para prestar sus servicios en los días posteriores a la batalla. La unidad en la causa común que hizo que hubiera un armisticio implícito y se dispusiera del personal médico militar de ambos bandos para atender indistintamente soldados amigos y enemigos. Y la universalidad representada en todas las nacionalidades que no vieron en los distintos idiomas señal alguna de distanciamiento o diferencia, es decir una convicción altruista en todo tiempo y lugar.

Desde el principio Henri Dunant tuvo marcadas diferencias con Gustave Moynier que consideraba imposible la protección y el carácter neutral del personal de socorro durante los enfrentamientos, disputándose el liderazgo del recién formado comité a tal punto que en la primera Conferencia de Ginebra en 1863 con participación de 14 estados y en la primera Convención de Ginebra de 1864 donde 12 estados firmaron el primer Convenio de Ginebra, Dunant solo participó protocolariamente y ayudando en la ubicación en los hospedajes de las delegaciones. Fue tal esta rivalidad que Henri Dunant duraría aproximadamente treinta años en el anonimato y la precariedad financiera, hasta que finalizando el siglo XIX Rudolf Müller reescribe la historia de la Cruz Roja y populariza nuevamente la figura de Dunant, ocasionando que en 1901 recibiera junto al francés Frédéric Passy, fundador de la Liga de la Paz, el primer Premio Nobel de la Paz. El CICR dirigido todos esos años por Moynier, escribió una carta de felicitaciones ratificando la importancia de Dunant en la fundación del Movimiento Internacional de la Cruz Roja como “el supremo logro humanitario del siglo XIX”.

El 30 de octubre de 1910 fallece Henri Dunant en un centro geriátrico en Heiden, después de pasar una vejez tormentosa padeciendo depresión y psicosis paranoica, que lo amilanaban significativamente. Abandonó los preceptos religiosos y renunció al calvinismo. Temía que Moynier o a quienes les debía dinero luego de su bancarrota, de la cual no pudo recuperarse, lo persiguieran para hacerle daño o matarlo, pero Moynier falleció en agosto de ese mismo año. El dinero del premio Nobel que tenía intacto sirvió para mitigar la mayoría de deudas de acuerdo con su testamento. La otra parte de su fortuna permitió financiar obras benéficas y mantener una cama disponible permanentemente para alguien sin recursos que la necesite en Heiden. Fue enterrado según sus deseos en el cementerio de Sihlfeld en Zúrich, sin ceremonia ni ritos de ninguna clase. En su tumba se lee: “su obra ha sido una bendición para la humanidad”.

 

Gibran Mouarbes Giraldo

Psicólogo y director del Laboratorio de Teatro Universitario de la Universidad Nacional de Colombia. Especialista en salud pública y psicología anormal. Miembro de la Unidad Nacional de Artistas UNA, del Colegio Colombiano de Psicólogos COLPSIC y director del Teatro en Cuarentena Latinoamérica TECU.

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