Legalidad y justicia: el arco y la lira

Cuando se ensamblan, se complementan, dan lugar a una creación estética; arco y lira, caja y cuerda, una vez armonizadas, emanan una melodía bella que enternece y tranquiliza. No son lo mismo, ni siquiera se parecen y, por lo tanto, alcanzar su consonancia requiere sapiencia, agudeza, paciencia y, por encima de todo, esfuerzo. Arco y lira equivalen a legalidad y justicia.

Hoy la agenda de la opinión pública se ha ensimismado —dudo lo que lo haga por mucho tiempo con tantas voces administrativas y burocráticas involucradas en el escándalo de Panamá— con los ‘offshores’: la práctica de constituir sociedades en países con leves presiones fiscales e insignificantes obligaciones tributarias para operar en otros que tienen legislaciones de hacienda pública más serias.

Los occidentales solemos tener al homicidio, al robo, a la extorsión y a otros delitos como los más graves y más merecedores de repudio. No tributar, sin embargo, no dista en lo absoluto de estos crímenes: representa el omitir una contribución importante —dado el carácter de este tipo de empresas— al desarrollo social y sostenimiento económico de un país en el cual se está operando y que lleva a cuestas el título de ser uno de los más desiguales del mundo; representa la perpetuación de la pobreza y de un modelo económico que no propicia las condiciones para una igualdad en oportunidades por la ambición desmesurada de unos cuantos.

“Si un gobierno abruma abusivamente de impuestos a los contribuyentes éstos se ven tentados a evadir sus obligaciones tributarias», escribió Vargas Llosa, uno de los nombres más sorpresivos develados en Panama Papers por su participación en una sociedad offshore en las Islas Vírgenes Británicas antes de ser Nobel en el 2010. ¿Entonces, para Vargas Llosa, el mercado debe desafiar —y superar— a la política sin ser consciente de las derivaciones en los sistemas económicos y relaciones sociales y sin siquiera aproximarse a una deliberación sobre lo tributario en un marco democrático? Al parecer sí, pero eso no ha hecho que el escritor no le haya salido adelante a las acusaciones afirmando su inculpabilidad.

No obstante, podría afirmarse que la participación de Vargas Llosa en los ‘offshores’ es menos delicada que la de otros como Jerónimo y Tomás Uribe, quienes con un cierto grado de fareísmo se rasgan sus vestiduras en marchas y protestas contra la corrupción del actual gobierno; o como la de Mauricio Macri, quien omitió en declaraciones juradas su presidencia y participación en sociedades ‘offshore’ —¡que según las pruebas presentadas viene dándose desde 1981!— y ahora debe responder por ello; o la del senador Alfredo Ramos, hijo del exgobernador de Antioquia Luis Alfredo Ramos (hoy detenido y sindicado por supuestos nexos con grupos paramilitares).

Más allá de estas participaciones en las reveladas sociedades en paraísos fiscales, hay dos situaciones que me angustian y que no quiero dejar de mencionar. En primer lugar, que nada pasará: en Islandia, el primer ministro, también implicado en el escándalo, tardó dos días en dimitir por las presiones y manifestaciones civiles. Acá, en cambio, se seguirá yendo a sus hipócritas y desvergonzadas marchas cada que lo convoquen.

Y segundo, que nuestros gobernantes se escudan en la cláusula de que los ‘offshores’ no son ilegales —siempre y cuando no estén permeados por el lavado de activos o el narcotráfico, lo cual suele suceder a menudo—. Aceptemos eso, pero no desestimemos que por más legales que sean, justos no son: el arco no es la lira. Si conjugáramos ambas, a la legalidad y la justicia, advertiríamos una bella composición melódica; pero no, lo que hoy tenemos no es más que mero ruido.

Referencias:

Vargas Llosa, Mario. (2012). La civilización del espectáculo. Lima. Editorial: Alfaguara. Capítulo V: Cultura, política y poder.

Simón Moreno

Estudiante de Comunicación Social - Periodismo de la UPB. Medellín. Que otros se jacten de las páginas que han escrito, a mí me enorgullecen las he leído; como diría Borges.

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