Hablar acerca de la danza es hablar del movimiento, ese que transforma al cuerpo en transmisor de energía y autor de un lenguaje. Es componer una expresión de libertad con la música y el cuerpo, pese a las contrariedades de lo coreográfico, del tiempo y del espacio, pues la danza acontece al margen de la razón. Por tanto, danzar es transitar el orden y el caos que es la música para comprender que el cuerpo, en sí mismo, reacciona sin un orden instaurado.
Con la danza construimos grafías de movimiento que suscitan la narración, el relato y la expresión; grafías para ser percibidas más que racionalizadas, porque la danza es trascendencia que enuncia lo inefable al prescindir de las palabras y convocar al movimiento cambiante, pero en libertad.
Una inminente transfiguración de la danza sobrevino con la pandemia que insinuó una transición en los movimientos de quienes danzaron desde sus casas y personificaron la incomodidad del encierro, la muerte y el dolor. Aquellas expresiones no fueron palabras, pero revelaron la cotidianidad de los días a través de juegos experimentales que se concentraron en lo que siente un cuerpo en su confinamiento.
En su metamorfosis, la danza siguió mutando por estos días en los que cesó de ser el espacio de encuentro, de sociabilidad y de ocio de las personas, en especial de los mayores, quienes habían hallado un lugar allí. Y esa danza que ha sido un movimiento para seducir, para escapar de la irrealidad o para decir lo que las palabras no consiguen hoy recorre la experimentación, tal como lo hacen las otras artes de Medellín.
Su esencia ritual, social y cultural la ha guiado para habitar espacios imprevisibles y le ha conferido la tenacidad para consolidarse como un movimiento resistente que congrega a quienes viven de ella y por ella en la ciudad. No obstante, hoy la danza nos convoca a expandir la técnica y a relatar aquello microscópico de la vida. A su vez, hay en ella una disonancia sobre los dogmas en tradiciones, estilos y géneros que se rehúsan a la divergencia y se aferran al poder. Por eso, seres como Fernando Zapata y Peter Palacio se integraron a ella, porque comprendieron su rebeldía.
Fernando Zapata movía el espacio. Era un cuerpo que se delimitaba en él y se transformaba en energía que contenía una fuerza traducida en manos, pies y movimientos desgarrados. Sus movimientos, a veces simples, sublimes o silenciosos lograban contener las cotidianidades en los lugares más lúgubres, misteriosos o apasionados. Su ser era lo cotidiano, convertido en infinidad de movimientos con los que sacudía el viento y el tiempo. También, era silencio y oscuridad con irreverencia, esa que lo condujo a una lucha por la diversidad y por libertad de ser como se es y de expresarse en una ciudad que muchas veces lo negó.
Peter Palacio soñó con otra danza y alcanzó ese sueño cuando nadie pensaba en una ciudad cultural, ni luchaba por las diversidades, ni mucho menos comprendía las angustias de un creador. Peter hizo de la ciudad un centro internacional de la danza. Con su cuerpo recorrió espacios y escenarios y con su mente consolidó coreografías, hazañas e ilusiones de la danza contemporánea del mundo. Sus movimientos lo llevaron a escapar del ballet y del folklore que dominaban el escenario, pues con su libertad combinó formas y se hizo preguntas con el cuerpo sin descuidar su calidad visual e interpretativa.
La imposibilidad de decir llevó a Fernando a crear a través del cuerpo y a Peter a rendirle un culto con sus movimientos. Fernando habló desde un cuerpo descompuesto y adolorido, mientras que Peter narró la admiración del cuerpo y de la sensación de la vida. Ambos revelaron lo ineludibles que son los cambios en la danza y en la vida.
Los cambios son los que han escrito la historia con la que hemos conocido y desconocido maneras, tradiciones o creaciones y hoy ellos están escribiendo también sobre nuestra danza que precisa de seres que encarnen las calles de nuestra ciudad y exalten las danzas étnicas, afro e indígenas, como un sendero para recobrar la memoria y el patrimonio.
Dancemos el albedrío y la heterogeneidad. Eludamos aquellos poderes que dictaminan el «deber ser», porque el mundo es movimiento y su motor es lo invisible. La danza está en la estela que deja el movimiento y en los seres que convulsionan el espacio ¿entenderemos la libertad de movernos ante el cambio incesante?

Excelente la relación entre la danza y el despliegue energético,.que es el principio de toda creación. Muy interesante plantearla como alternativa ante la «imposibilidad de decir». Un muy buen texto