Coautora: Laura Rodríguez Trujillo
Siddhartha Gautama es el nombre del Buda más conocido actualmente y Herman Hesse lo hace personaje literario en una de sus novelas más famosas. La obra se publicó en el año de 1922, y allí el autor no presenta hechos históricos de la vida de Buda. Se trata más bien de su concepción personal del significado de la iluminación. Sin embargo, lo más interesante es que 101 años después de escrita, todas las reflexiones y las ideas del autor están totalmente aterrizadas a nuestro contexto actual, El siguiente escrito representa una interpretación personal de Siddhartha, pero está abierta a infinitas interpretaciones dependiendo del observador.
Siddhartha nació en una familia de Brahmanes en donde su padre era sacerdote lo cual implicaba un buen estatus en la sociedad y solo se podía traspasar este título de generación en generación, lo cual lo hacía bastante exclusivo, básicamente tenía su futuro resuelto para la época. Sus maestros eran muy sabios y le enseñaban constantemente verdades profundas de la existencia. Era muy amado y respetado por toda su familia y por su mejor amigo Govinda. Aunque todo su entorno a simple vista estaba predispuesto para que él fuera feliz, él se sentía completamente insatisfecho con su vida, su alma se encontraba intranquila, sentía muchas ansias de vivir y de experimentar por sí mismo todas las lecciones de sus maestros; pensaba que ese era el único camino para alcanzar el verdadero conocimiento, la verdadera iluminación.
Esta situación se presenta muchas veces en el mundo actual, la vemos en las familias cuando los padres quieren que sus hijos tengan todas las comodidades posibles; que tengan todas las herramientas necesarias para que tomen buenas decisiones en la vida; para evitar el aprendizaje a través del sufrimiento y el esfuerzo les conceden conocimiento y comodidad. Pero al igual que a Siddhartha solo traspasan conceptos superficiales, para que se puedan interiorizar realmente hay que vivirlos por sí mismos. No es posible preservar a las personas del Samsara: el cual se define como el mundo, la vida, las locuras, el sufrimiento, el dolor y el karma que permite el aprendizaje y la evolución.
También lo vivimos constantemente con nuestras amistades, nos pasamos horas aconsejando algún amigo con todo nuestro conocimiento adquirido, pero al final no nos hace caso, porque tiene que experimentar por sí mismo a través de la vivencia personal, así estos aprendizajes impliquen sufrimiento. El saber siempre se puede transmitir, pero la sabiduría no.
Siddhartha decide seguir el llamado de su alma, deja a su familia y se une a los samanas, los cuales vivían en condiciones extremas aprendiendo a dominar su mente, suprimiendo sus deseos y controlando sus sentidos. Él pensaba inicialmente que el camino hacia el despertar era practicando la doctrina, la cual le permitía alejarse y escapar de su yo por unos instantes, pensaba que más adelante iba a ser capaz de suprimir su ego completamente y que así iba a lograr la felicidad. Después de un tiempo empezó a percibir que sus prácticas se sentían como un escape momentáneo de la realidad, no se sentía la felicidad auténtica del alma ni el camino correcto hacia el despertar. De esta manera lo relata el escritor alemán:
“¿Qué es la meditación samana? ¿Abandonar el cuerpo? ¿Ayunar? retener la respiración? ¿Huir del yo? Sólo representa escapar por breves instantes del ser, adormecer los tormentos, el dolor y las extravagancias de la vida por un tiempo específico, más todo esto el juerguista lo encuentra en la posada bebiendo algunas copas de vino. Se olvida entonces de sí mismo, insensible a todo ya no siente la desesperanza ni el sufrimiento de la vida, su copa le otorga igual liberación que la que obtenemos nosotros con arduos esfuerzos suprimiendo los deseos del cuerpo y viviendo en el no yo” (Hesse 2004, p. 118)
Actualmente vivimos en un mundo sobre estimulado, buscamos constantemente cómo escapar y distraernos de la realidad a través de los sentidos. Al igual que Siddhartha que en su camino con los Samanas enfoca sus prácticas de meditación como escape del ser y de la insatisfacción con su vida, pensamos que engañando al yo y olvidándolo por unos instantes vamos a encontrar la felicidad verdadera, pero en realidad solo encontramos satisfacción momentánea, superficial y vacía. Lo que realmente pasa es que distraernos y escaparnos de nuestra realidad por unos instantes hastiando nuestros sentidos y complaciendo todos nuestros deseos, nos resulta mucho más fácil que enfrentar la relación que tenemos con nuestra vida y con nosotros mismos. Cuesta mucho más parar a observar nuestro verdadero ser, los vacíos, las insatisfacciones y las tristezas que intentamos llenar con las distracciones externas, que caer en ellas.
Después de seguir muchas prácticas y doctrinas, Siddharta se da cuenta que nada de esto lo hace avanzar hacia su camino a la iluminación, con ansias de vivir, descubrir su propia esencia y seguir conociendo el mundo por sí mismo decide abandonar a los samanas e irse a la ciudad.
En la ciudad conoce todo tipo de arte, incluso el arte del amor; también descubre los placeres y los vicios del mundo. Llega sin ninguna posesión económica, pero entiende rápidamente las dinámicas de los hombres y logra ser muy adinerado en corto tiempo. Él pensaba que al percibir la realidad desde una conciencia más elevada era de alguna forma superior a todos los demás, no se daba cuenta del engaño del ego. Siddhartha veía a los hombres como niños o animales que se abandonan a la vida, los veía sufrir, pelear y envejecer por alcanzar cosas que en su opinión carecían de total valor: dinero, poder, reconocimiento, placer y escasos honores.
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En esta vida mundana jugaba a los negocios porque para él solo representaban diversión, jamás penetraban en sus sentidos, no le preocupaba en lo más mínimo el fracaso, por más cuantiosa que fuera la pérdida, esto asombraba totalmente a todos los comerciantes que consideraban que había logrado el secreto del éxito.
Trataba de igual manera al rico extranjero, al sirviente y al pequeño frutero ambulante que lo estafaba para venderle; sabía el valor de cada uno de ellos así ellos no lo supieran. Se dejaba estafar porque le ere divertido el modo como se dejaban llevar las personas en un estado de total inconsciencia por sus ambiciones y sus deseos, jugaba con sus negocios y todas las personas de su medio como un jugador diestro, los entendía, se compadecía y se divertía. Para él esto era todo un espectáculo.
Vivió durante largo tiempo así hasta que sus deseos y sentidos fueron despertando poco a poco, al mismo tiempo que su consciencia y conexión consigo mismo fue adormeciendo. Empezó a saborear la riqueza, la voluptuosidad y el poder. Al igual que la humedad se infiltra en el tronco de un árbol, se expande y lo pudre, el mundo se fue infiltrando en el alma de Siddharta.
Se había convertido en un poderoso mercader, tenía los mejores vestidos, podía pagar muchos sirvientes, disfrutaba de las mejores y más exquisitas comidas, tomaba toda clase de vinos, apostaba y se divertía en diversos juegos, disponiendo de muchísima variedad de entretenimiento y de placeres. Con el paso del tiempo empezó a sentir el vacío, la desilusión y el hastío.
El placer, la codicia y el vicio que entre todos los del mundo siempre le pareció el más abominable, la avaricia se apropió de él. El proceso fue lento y silencioso volviéndose así casi imperceptible. Lo que empezó inicialmente como un juego se le empezaba a salir de las manos. Apostaba, hastiaba sus deseos y placeres, pero esto solo le generaba una alegría angustiada, un placer momentáneo y ansioso.
Tomaba para lograr algo de estímulo en su desdichada, hastiada y vacía vida. Cada vez se sentía más avergonzado y asqueado de lo que se había convertido. Para callar todas estas voces que lo invadía volvía a entregarse al placer del juego, la lujuria o escapaba unos instantes de su realidad aturdiendo su conciencia en vino.
Una mañana en un momento de reflexión totalmente agotado y abrumado por el estilo de vida que llevaba, llegó a la conclusión de que toda su vida era absurda, no tenía ningún sentido, no había ni una sola cosa en su vida que le generará felicidad verdadera o al menos paz. Su vida perdió toda la belleza, lo hermoso, lo valioso, lo auténtico, lo realmente importante. Pensaba que nada había de reconfortante, de precioso o que por lo menos valiese la pena conservar, nada de lo que tenía representaba algún valor para él. Entendió que fue víctima de su propio ego que pensaba que siempre iba a poder manejar la situación porque de alguna manera se consideraba superior a los demás por su nivel de consciencia.
Entendió que era necesario jugar una, dos, hasta diez veces para conocer el otro lado del mundo. ¿Pero este juego sería para siempre? sabiendo el daño que le hacían todos los hábitos que había adquirido y al no ser capaz de salir del juego, reflexiona que ser para siempre esclavo de este espectáculo era demasiada desdicha; nunca se había sentido con tan poca libertad en su vida, por lo que toma la decisión de abandonar todas sus riquezas, su posición económica y todo lo que había logrado, huyendo de la ciudad, con las manos vacías tal como llegó algunos años atrás en completa libertad.
Siddhartha experimentó por sí mismo el Samsara, la vida misma que genera la evolución del alma, ni sus padres ni sus maestros, ni su amigo podía evitar sus vivencias, ya que eran necesarias para su crecimiento, madurez y evolución.
La mentira romántica que suele practicar el ego es algo demasiado común en la actualidad; por alguna razón nos sentimos superiores, creemos que no vamos a caer en el vicio, en el deseo o en el hábito como los demás o que lo vamos a poder controlar. Sabemos que es nocivo para nosotros pero así mismo por diversión, por curiosidad, porque consideramos que tenemos la consciencia mucho más elevada que los demás, por vivir o por cualquier otra razón, decidimos jugar. Después de un tiempo se va volviendo costumbre y es mucho más difícil salir de él, hasta que vamos perdiendo nuestra libertad y es casi como que esas cosas externas nos controlan.
En la actualidad tenemos tanta variedad de distracciones que hastiar nuestros sentidos o deseos y volvernos esclavos de ellos es demasiado fácil: puede ser a la comida, a algún hábito alimenticio que no nos hace bien, el alcohol, las drogas, la sexualidad desenfrenada e inconsciente que no se disfruta y no se siente bien, al poder, a apostar a pasar horas en redes sociales comparándose con las demás personas o viendo contenido que no representa ningún valor real, que no aportan realmente para el cambio y el mejoramiento de la vida. Otros factores se suman, como las compras compulsivas, al trabajo, incluso ver a una persona, la lista es interminable, en realidad puede ser a cualquier cosa que empezó siendo inofensiva, que nos divertía, pero sabíamos que no nos hacía bien y cada vez fue más usual, hasta que se volvió un hábito, un estilo de vida que simplemente no se siente bien, no genera paz.
Por eso es tan importante despertar ante el entorno, porque nos vamos volviendo semejantes. las personas que nos rodean, los planes que hacemos, los hábitos que tenemos. Es muy importante parar y observarnos, hacer el proceso de introspección que nos ayuda a definir si realmente nos aportan, si nos dan paz, felicidad en el alma o totalmente todo lo contrario. Lo que tienen en común todas estas cosas es que generan vacío, una alegría angustiosa y un placer ansioso que se desvanece rápidamente.
Tú decides en que quieres convertir tu vida en cada decisión que tomas, si la decisión que estás tomando te acerca o te aleja de la persona que quieres ser. Constantemente el mundo nos quiere hacer creer que somos víctimas de las circunstancias, pero en realidad somos dueños de nuestra vida, de nuestra realidad y diariamente decidimos qué tan libres y livianos queremos vivir, cuál es la vida que queremos tener. Muchas veces la solución es tan simple como huir, alejarse, aislarse, eliminarlo totalmente, ni siquiera probarlo, ni siquiera tenerlo cerca y es que realmente no hay nada más empoderado que alejarse por convicción de algo que sabemos que no nos hace bien, es el mayor acto de amor propio y el alma lo sabe porque el nivel de satisfacción que interiormente se da es difícil de comparar, es muy poderoso, y es que cuando realmente decidimos abandonar el juego sale una fuerza interior que muchas veces no somos conscientes que tenemos por dentro.
Una parte importante del porqué Siddhartha fue adormeciendo su consciencia fue porque ya no encontraba refugio en su interior, ya no encontraba paz en su alma. Se fue desconectando de sí mismo, de su esencia, de sus sueños, al mismo tiempo que se fue alejando progresivamente de todas las prácticas espirituales que de algún u otro modo le permitían estar en su centro, enraizado en su ser, podemos tener todas las comodidades externas, lujos, riquezas pero si no encontramos refugio y paz en nuestra alma, en nuestro interior, nunca lo vamos a lograr encontrar afuera, es de vital importancia construir, cuidar y conectarnos constantemente con el refugio de nuestra alma.
En este mundo tan acelerado que vivimos considero que debe ser prioridad para la vida identificar y hacer conscientes esas prácticas espirituales que muchas veces pueden ser hábitos o actividades cotidianas que nos hacen felices, que sabemos que nos hacen bien, que nos permiten espacios de conexión con nosotros mismos, con nuestra esencia, con nuestros talentos, pasiones y con el ser auténtico que realmente somos. Esos espacios que nos permiten parar observarnos, examinar nuestra vida y definir si somos realmente felices o simplemente nos estamos dejando llevar por la corriente del entorno.
Cualquier práctica es totalmente válida y por esta razón muchas veces las religiones tradicionales imponen prácticas espirituales hegemónicas que fracasan; cada persona es tan diferente y encuentra espacios de conexión de muchas maneras. Puede meditar, orar, hacer ejercicio, pintar, escribir, caminar, cantar, correr, tejer, viajar o cualquier cosa que realmente sea un espacio de felicidad para el alma.
Podemos tener la vida perfecta, llena de lujos, de muchas personas que nos acompañan, de comodidades, pero si no estamos en paz con nosotros mismos nada externo nos puede dar la felicidad y la paz que nos da nuestro interior. Nada que se encuentre en el afuera puede llenar los vacíos que tenemos por dentro y esto es algo que se ve mucho hoy en día. Puede haber dos personas con entornos exactamente iguales, condiciones laborales, familiares, económicas similares y fácilmente puede haber una profundamente feliz y en paz con su vida mientras que la otra se siente totalmente triste y desdichada. Lo determinante para ser feliz es el refugio que has construido en tu interior, lo que llevas por dentro, no las cosas externas que te rodean.
Después de huir de la ciudad totalmente agotado, Siddhartha cae en un sueño profundo de dos días; era como si su alma su cuerpo físico y todas las dimensiones de su ser necesitaran ese descanso profundo de la vida tan agitada, superficial y vacía que había sostenido en los últimos años. Despierta y se siente totalmente descansado y libre como si se hubiera quitado muchas cadenas de encima y siente como si su vida anterior ahora fuera muy lejana, una vida pasada que ya no hacía parte de él.
En silencio y en presencia de la naturaleza entra en un estado de reflexión profunda observando al río que pasaba cerca de él y llega a la conclusión que toda su vida tuvo la idea de que encontrar la iluminación se trataba de suprimir totalmente su yo, su esencia, sus deseos, sus sentidos; pensaba que tenía que suprimir de él toda oscuridad y que su condición humana era la que no le permitía deshacerse del sufrimiento. Pero ahora su idea había cambiado, entendió que en lugar de reprimir su oscuridad y sus deseos ahora quería reconocerlos, integrarlos, hacerlos conscientes porque también ese lado oscuro hacía parte de él, en lugar de negarlo y reprimir ahora quería observar y entenderlo porque eso le permite conocerse aún más; de este modo logró un nivel de consciencia superior. Se percato de que no había mejor maestro que él mismo y por ello cuestiona sus propias experiencias de vida, llegando a la conclusión de que en lugar de escapar de la realidad con doctrinas o aturdiendo y distrayendo sus sentidos lo que necesitaba hacer era conectarse a ella, estar totalmente presente y atento al mundo que lo rodeaba. Decidió que de ahora en adelante iba a ser aprendiz de sí mismo y del presente en el que se encontraba.
Siguiendo a sus nuevos maestros empezó a estudiar al río, con tan solo observar recibió unas profundas enseñanzas de él. Se dio cuenta que, aunque siempre estaba el río nunca era el mismo río, siempre estaba avanzando, evolucionando y cambiando, dependiendo del observador era un río diferente. Y entendió cómo esto también pasa en la vida, constantemente estamos cambiando, evolucionando, hay versiones de nosotros anteriores que ya quedaron atrás, que hacen parte de nosotros, pero no de nuestro presente. También entendió que la percepción que tienen las demás personas de él no define lo que es, porque cada persona conoce una pequeña parte de sí mismo, una versión diferente pero no su totalidad. Dependiendo del punto donde se encuentre el observador aprecia un río diferente pero nunca podrá apreciar el río completo.
Así siguió estudiando por varios años el cielo, los árboles, las montañas y los pájaros y cada uno le dejaba una enseñanza más profunda que la anterior, se dio cuenta que la magia está en el presente y como distrayéndose y desconectándose de ella se perdía de todo lo hermoso, lo valioso y lo real de la existencia auténtica. Cuando lograba silenciar su mente se daba cuenta que todo estaba bien, que estaba totalmente sostenido, amado y abastecido por su entorno, encontraba paz, refugio y tranquilidad en su alma y así mismo como lo tenía por dentro lo veía en todas partes en su exterior.
Un día se encontraba escuchando al río, y sintió que le hablaba; sintió voces, escucho la voz de su padre y la angustia y el apego que experimentó cuando él decidió irse; escuchó la voz de sus maestros, de todas las personas que conoció en la ciudad, y vio su propio reflejo en el río; se dio cuenta de cómo todas estas personas hacían parte de su historia, de su esencia y por esta misma razón hacían parte de él; se percibió a sí mismo y en lo que se había convertido y se dio cuenta que la separación es una ilusión y que todas las experiencias, con su familia, con los samanas y en la ciudad habían sido hermosas porque habían construido el ser, la sabiduría y la esencia de su presente. Estas experiencias, el río, la ciudad, las montañas y todos los entornos en donde había estado, también hacían parte de él y en ese momento experimentó por sí mismo la verdadera iluminación, cuando se sintió parte del todo y al todo parte de él.
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Bibliografía
Hesse, Herman (2004). Siddhartha. Editorial Porrúa: México
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