El camino de la sostenibilidad creativa

«Lo que sigue es una especie de salto, pero la creatividad siempre lo es. Así que agarrémonos del brazo, metafóricamente hablando, y saltemos».

Questlove

Más allá de definir o establecer certezas sobre los procesos artísticos y culturales de Medellín es preciso preguntarnos ¿cómo ser sostenibles en los procesos de creación artística? La singularidad del sector es la que le ha permitido existir, subsistir, sostenerse y proyectarse, pero, tal vez no como quisieran o como lo sueñan y es aquí donde nos introducimos en el mundo de lo intangible, de lo inentendible, es decir, de lo simbólico ¿Podremos cuantificarlo?

Pareciera que la creación y el arte no tienen cómo cuantificarse o valorarse, porque su medida es subjetiva y, por ende, no cabe en los cánones económicos que hoy hemos adoptado como verdaderos: los bienes se intercambian por monedas. La economía ha estado mediada por el valor de la producción, la materia prima, la fuerza del trabajo y la plusvalía del objeto trabajado; no obstante, en dicha medida no ha encajado por completo el valor de lo simbólico o de lo creativo, porque al arte se le daba el poder de lo divino, de lo mágico y de lo incomprensible, que solo podía producirse por una fuerza única.

Desde mediados de siglo XX, el panorama de la economía del arte muta, se transforma y, lo que antes era poder del arte, comienza a volverse masivo, posible para todos. No se produce una democratización del arte o de lo simbólico, sino, más bien, una apropiación de la creación simbólica para convertirla en juego de seducción publicitaria de la vida. Sin embargo, lo simbólico es un concepto complejo atravesado por la estética y la creación, lo cual, en muchos casos es la fuga de la industria cultural, porque su valor simbólico rehúye de la medición. Lo simbólico es ambivalente, una ficción de lo real, un invisible que adquiere visibilidad cuando un conglomerado cultural se identifica con él.

Ese conglomerado que se identifica con lo simbólico en nuestra ciudad se rige por la Ley General de Cultura 397 de 1997 que propone una definición de cultura en su artículo 1 como «el conjunto de rasgos distintivos, espirituales, materiales, intelectuales y emocionales que caracterizan a los grupos humanos y que comprende, más allá de las artes y las letras, modos de vida, derechos humanos, sistemas de valores, tradiciones y creencias» y la complementa cuando refiere que en sus diversas manifestaciones «es fundamento de la nacionalidad y actividad propia de la sociedad colombiana en su conjunto, como proceso generado individual y colectivamente por los colombianos. Dichas manifestaciones constituyen parte integral de la identidad y la cultura colombianas».

Se hace necesario situarnos en dicha Ley para comprender las definiciones que rigen nuestra cultura desde la institución y con las que podemos entender la economía creativa expresada en el Acuerdo 119 del 2019. Para la UNESCO existen seis sectores en los que se desarrolla la economía creativa, los cuales se encuentran divididos en cuatro principales grupos: herencia cultural (patrimonio natural y cultural) creatividad y medios (artes visuales y artesanía, libros y prensa y medios audiovisuales y creativos) creaciones funcionales (moda, diseño gráfico, diseño interior, servicios de arquitectura y publicidad) y conocimiento (educación, investigación, alta tecnología, informática, robótica, nanotecnología e industria aeroespacial).

La diversidad de sectores en los que se desarrolla la economía creativa para la Ley 1834 de 2017 conjugan la creación, producción y comercialización de bienes y servicios basados en contenidos intangibles de carácter cultural. Esta pluralidad se puede evidenciar en la ciudad con la existencia de diversidad de organizaciones y personas dedicadas a tales actividades, las cuales ante la llegada de la pandemia se enfrentaron a cambios que, en algunos casos, no estaban preparados para asumir y se vieron abocados a realizar una transformación acelerada a lo digital.

Aun así, esto no fue suficiente, pues si se compara la forma en que puede mover la economía un concierto para 50000 personas y los requerimientos de un sector creativo que se produce en vivo y que está pensado para el encuentro presencial es comprensible que se vea perjudicado. De otro lado, no solo se ve afectado el sector creativo y cultural, sino el sector de transporte, alimentación, el personal logístico, los técnicos y muchos otros que se encargan de hacer posible la realización de estos eventos, es decir: los eventos mueven la economía de una ciudad. Otro sector de menor tamaño que también empieza a verse menoscabado es el de los artistas que viven del día a día: aquellos que trabajan en bares, restaurantes, discotecas y para quienes la afectación es significativa, pero que en términos de medición se dificulta por la informalidad laboral con la que sobreviven.

El Brookings Institution, un centro de investigación sin fines de lucro fundado desde 1916 en EEUU, estima al inicio de la pandemia pérdidas de 2.7 millones de empleos para la industria creativa de EEUU y más de $150000 millones en ventas de bienes y servicios para industrias creativas en todo el país, lo que representa casi un tercio de todos los empleos en esas industrias y el 9 % de las ventas anuales. De otra parte, para la industria de las bellas artes y las artes escénicas estima que serán las más afectadas al sufrir pérdidas aproximadas de casi 1.4 millones de empleos y $ 42.5 mil millones en ventas, las cuales representan el 50 % de todos los empleos en esas industrias y más de una cuarta parte de todas las ventas perdidas en todo el país.

El caso colombiano no dista mucho del panorama norteamericano pues, según el Ministerio de Cultura, en 2020 se cerraron más de 1500 bibliotecas, 1200 salas de cine, 700 museos, cerca de 300 teatros, 79 circos, 200 escuelas de música y danza y aproximadamente 800 casas de cultura. Lo mencionado sin contar la afectación de empresas de turismo, restaurantes, bares y la industria del entretenimiento general, que se encuentra entre uno de los sectores más afectados por la COVID-19; de acuerdo con un análisis de Dcode Economic & Financial Consulting, en este, se incluyen sectores de fabricación no esencial, aviación, educación, automotores y otros que se relacionan directa e indirectamente con el sector creativo y cultural.

Los empleos en este sector en Colombia, según el Banco de Desarrollo Empresarial de Colombia, se redujeron en más de 61500 con respecto al 2019, lo que quiere decir que hubo un decrecimiento del 12 %, como lo refiere el DANE. De otro lado, los sectores de las artes y patrimonio decrecieron sus exportaciones en un 28 %; las industrias creativas, en un 24 %, y las industrias culturales, en 47 %. A nivel interno, los hogares del país redujeron su consumo de este tipo de bienes en un 23 % comparado con 2019, según lo registra Raddar, quienes se encargan de la comprensión del mercado, el consumidor y de los ciudadanos.

En contraposición a lo que sucede con estos artistas, hay otros eslabones de la economía creativa que tienen que ver con lo experimental y lo digital que, por el contrario, aumentan sus ingresos y esto tienen que ver con el modelo de relación que establecen con las personas y el arte. Por ejemplo, los videojuegos tuvieron un crecimiento durante la pandemia, como lo afirmó Mercado Libre, quien expresó que de marzo a julio de 2020 aumentaron las ventas de estos productos a un 243% o, como afirmó Andrés Rodríguez, gerente de Blazingsoft Videojuegos: en cuatro meses de pandemia duplicaron la facturación en desarrollo de contenidos digitales.

Así pues, podemos ver cómo la pandemia establece un canon que es el audiovisual como medio de comunicación simbólica. Es por medio del uso y de la apropiación de las herramientas tecnológicas contemporáneas que se distribuye el canon y el valor creativo, pues pasamos de un contenedor físico o de la presencialidad a un contenedor que captura y posteriormente reproduce un contenido, un modo de perpetuar la imagen por un tiempo más prolongado del que podría hacerlo presencialmente. Lo expuesto deja en evidencia un desequilibrio de los modelos de negocio y en los modelos de apropiación de la ciudadanía de los elementos simbólicos, pues como lo reveló un informe de Brandstrat en el que se analizó el comportamiento desde las primeras cuarentenas de 2020, estas se caracterizaron por un consumo del 44 % en la categoría de películas y series en casa, 31 % en juegos de mesa y 25% en juegos en línea, respecto a la baja de los asistentes a las salas de cine en 2020 que fue del 82,8 %, como lo indica un reciente informe de Cadbox.

Las condiciones digitales y tecnológicas mencionadas no fueron posibles para otros sectores de la economía creativa, lo cual deja en evidencia que existe una falencia en términos de la apropiación digital y en los medios digitales, porque cuando nos referimos a transformación digital no estamos hablando de hacer arte digital, sino de los canales de comunicación, de la distribución y del modo de interacción y transacción económica. Por ejemplo, la transacción económica en otros sectores culturales no se está dando a través de bancos virtuales, sino que se sigue haciendo de forma presencial, en efectivo, desde el trueque o las donaciones, lo cual les impiden asumir una transformación más estructural del sector.

Otro ejemplo de ello, es el sector teatral que debió cerrar durante el 2020 y a quienes se les pretendió hacer una evaluación de la situación financiera consolidada de 34 salas de teatro de Medellín del período correspondiente entre 2018-2020. Para el análisis se buscó la información financiera registrada en las páginas web de cada teatro, sin embargo, solo 5 de las 34 presentaron información completa de los 3 años de evaluación y, por tanto, esto dificultó la medición. Dicha situación, es una evidencia de la necesidad de que exista una mejor caracterización del sector artístico y cultural y de la falta de relacionamiento que tienen con la gestión del conocimiento en los entornos virtuales.

Esta falencia la intentamos suplir con la encuesta que realizamos a inicios de la pandemia desde la Secretaría de Cultura Ciudadana con el fin de obtener información que permitiera colaborar con estrategias para atender el sector cultural de la ciudad. La población encuestada fue de 6898, entre los que se encontraban artistas, agentes del sector cultural y organizaciones culturales de la ciudad de Medellín. Una de las preguntas indagaba por el tiempo que dedicaban las personas a la creación, producción artística y gestión cultural. Fue significativo que solo el 33,48% de los encuestados respondiera que dedicaban más de 36 horas a la semana a actividades artísticas o culturales, porque podríamos reconocer el talento de quienes dedican menos tiempo a estas actividades, pero ¿son artistas?, porque el arte es creación, pero también es una profesión.

Estas cifras nos llevan a pensar, además, en la pobreza y en el abandono del oficio cultural por la cantidad de artistas que resultaron trabajando en el sector informal y en empleos que los alejaron de su convicción de ser artistas, lo cual concuerda con que esta misma encuesta reportara que 3409 de los que la respondieron necesitaban un mercado para garantizar su subsistencia al igual que sucedió con la pregunta abierta que indagaba sobre los retos que podrían afrontar durante los demás meses de 2020: el 45,8 % manifestaron como reto el sostenimiento económico; el 26 %, la alimentación; el 15, 8%, conservar el empleo, y el 13,4%, un salario, remuneración o nómina.

Los porcentajes mencionados nos permiten identificar un fenómeno de vulnerabilidad en los derechos laborales de los artistas a quienes aún les falta más reconocimiento de sus derechos laborales y de las condiciones de pobreza en las que viven. Al mismo tiempo, enfatizan en el desequilibrio expresado anteriormente con la industria digital, lo cual nos muestra la inexistencia de un intermedio: hay empresas de la cultura muy pobres y otras muy ricas. A su vez, se consigue advertir en las empresas más pobres una dependencia del Estado que impidió un quiebre total del sector, pues mediante las subvenciones de estímulos para fortalecer procesos artísticos y culturales, en 2020, se beneficiaron 3564 artistas y se invirtieron más de 11.300 millones de pesos, asimismo, a través del presupuesto otorgado para cultura: 120.000.000 millones, el más alto destinado en el primer año de gobierno de un alcalde con el que se pudo mantener al sector.

Debido a la particularidad de la situación con la pandemia, podríamos aseverar que en el 2020 no hicimos eventos, sino que convertimos los encuentros culturales sociales y patrimoniales en espacios de interacción y de transformación digital. Esto no significó que todo fuera virtual, sino que nos topamos con la posibilidad de construir múltiples escenarios: escenarios móviles que iban a los barrios, escenarios virtuales, escenarios semipresenciales y esto nos llevó a crecer creativamente. Algunos de estos escenarios fueron las 12 rutas del Circo de la Esperanza que benefició a 46 proyectos circenses de la ciudad; los 80 barrios que recorrimos con 109 artistas con la Ruta Medellín Me Cuida y las 31 caravanas culturales de formación de públicos que impactaron a 41320 personas confinadas por la COVID-19.

Estas nuevas realidades creadas por la pandemia nos llevaron a construir otras posibilidades como lo demanda la economía creativa: una dinamización económica de Medellín a través de la cultura con la que se consiga generar diversidad de valores y de rentabilidad económica y social. Es por medio del arte que seguimos manteniendo la vida, porque el arte y la cultura no se detuvieron y, de esta manera, impidieron que la sociedad enfermara mentalmente en medio del encierro al que nos condujo la pandemia.

La manera de vivir el arte y la cultura en la situación social y económica que atravesábamos el año pasado abrió una puerta para reflexionar sobre el concepto de Economía Naranja que ha sido ampliamente discutido por artistas e intelectuales quienes entienden este concepto bajo el modelo de la industria cultural que opera en medios que permiten la masificación de las sensaciones, por ende, repite estructuras narrativas, impone ritmos y no deja espacio para el pensamiento porque concibe los cuerpos como materia prima, la cultura como el nicho de mercado y los dispositivos como el reto de innovación.

No obstante, el concepto de industria en la práctica se contrapone a lo simbólico, donde aún hay lugar para lo comunitario, lo independiente. Seguimos enfrentándonos a la imposibilidad de medir o establecer quién es artista o de dictaminar quién no lo es. No hay certezas ni respuestas para la sostenibilidad, en cambio, hay multiplicidad de discursos encontrados y, asimismo, otras posibilidades en el camino que estamos recorriendo en la búsqueda de la respuesta a las preguntas: ¿Cómo nos estamos encontrando en las múltiples realidades y cuál será nuestra apuesta a nuevos procesos que integren las realidades de territorios y nuevas ciudades?

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Álvaro Narváez Díaz

Secretario de Cultura Ciudadana de Medellín, Colombia.

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