El ajedrez político en Colombia de cara a 2026

Colombia inicia un nuevo período de definiciones políticas. A menos de un año del inicio formal de la carrera hacia las elecciones de 2026, el escenario nacional se asemeja a una partida de ajedrez en la que cada movimiento define el equilibrio de poder, los futuros liderazgos y la continuidad o ruptura del proyecto político en el gobierno. Los sectores políticos de izquierda, del centro y de derecha están afinando sus estrategias, evaluando alianzas potenciales y midiendo sus fuerzas en un contexto nacional caracterizado por la polarización, la desconfianza y la exasperación ante la improvisación.


El Gobierno de Gustavo Francisco Petro Urrego, eje del actual bloque de izquierda, enfrenta desafíos significativos en este momento. El Pacto Histórico, que inicialmente se comprometió a implementar cambios estructurales, actualmente enfrenta desafíos significativos en la segunda mitad de su mandato, con un evidente desgaste en su unidad y una gestión que ha sido objeto de debate. Las tensiones internas, la pérdida de gobernabilidad y los escándalos que afectan a su entorno han erosionado la credibilidad del proyecto. Sin embargo, sería imprudente subestimar su relevancia. Su presidente cuenta con un respaldo social leal y un discurso ideológico que, aunque atenuado, conserva capacidad de movilización. Por lo tanto, su estrategia para 2026 no se centra tanto en su continuidad personal como en la preservación de su legado político a través de un sucesor que mantenga viva su narrativa.

En consecuencia, la izquierda se enfrenta a un dilema: elegir entre el pragmatismo y el dogmatismo. Mientras que algunos sectores del Pacto Histórico buscan ampliar su base hacia corrientes moderadas y movimientos sociales, otros insisten en profundizar la confrontación y polarizar aún más al país. Diversas figuras, como Francia Márquez, Gustavo Bolívar o María José Pizarro, representan visiones divergentes del mismo proyecto, algunas más conciliadoras y otras más radicales. Sin embargo, en todas ellas se percibe la influencia de Gustavo Francisco Petro Urrego, un liderazgo que, a pesar de mostrar signos de desgaste, continúa siendo el referente indiscutible de dicho espacio político.

En el centro, la situación no es menos compleja. Tras el resultado desfavorable en las elecciones de 2022, los denominados «alternativos» aún no han logrado recuperarse. La Coalición de la Esperanza se disolvió debido a discrepancias internas, diferencias ideológicas y la ausencia de una narrativa cohesionada. En el contexto actual, figuras como Alejandro Gaviria, que mantiene un respeto intelectual, pero carece de estructura, Sergio Fajardo, que retorna del retiro con una herida de credibilidad, o Juan Manuel Galán, junto con el nuevo liberalismo, se esfuerzan por reconstruir una opción de centro racional. Sin embargo, la falta de conexión con la ciudadanía y la tibieza en sus posturas los mantiene alejados del protagonismo nacional. El desafío que enfrenta el centro es de gran envergadura: restaurar la credibilidad en la política sensata en una nación donde la moderación es percibida como un delito y la sutileza es considerada una debilidad.

Por su parte, la derecha se reorganiza con pragmatismo. Los partidos tradicionales, que anteriormente mostraban signos de declive, han reconocido la importancia de la colaboración estratégica y están estableciendo alianzas para fortalecer su posición. El Centro Democrático busca redefinir su liderazgo tras la sombra de Álvaro Uribe Vélez y encontrar una figura capaz de representar un discurso de orden sin cargar con el desgaste del pasado. En dicho tablero, figuras como María Fernanda Cabal, Abelardo de la Espriella, Juan Carlos Pinzón y Paloma Valencia, entre otros, compiten por la atención. No obstante, la estrategia más efectiva para el año 2026 será la que logre establecer alianzas con el liberalismo, los sectores conservadores y los nuevos liderazgos regionales que puedan demostrar resultados concretos en gestión y no solo promesas de campaña.

El liberalismo, liderado por César Gaviria, adopta una estrategia de equilibrio: establece alianzas con el Gobierno cuando es beneficioso para sus intereses, pero mantiene la posibilidad abierta de una gran coalición de centro-derecha. El Partido Liberal, caracterizado por su practicidad, se ha mantenido fiel a su estilo de acción. No es una mera coincidencia que varios líderes regionales estén evaluando sus fuerzas locales con el objetivo de posicionarse como elementos clave en un eventual bloque de oposición unificado. Su interés no radica en la causa en sí, sino en el resultado. A su vez, los conservadores se ven inmersos en un dilema entre la necesidad imperativa de renovación y la dependencia de los antiguos cacicazgos regionales. En paralelo, emergen nuevas figuras en las gobernaciones y alcaldías que podrían desempeñar un papel crucial como bisagras electorales decisivas.

El país, inmerso en un contexto de crisis, se ve sumergido en una situación de desesperanza y hartazgo. La polarización ha erosionado la confianza ciudadana en los partidos y ha convertido la política en un campo de maniobras más que en un escenario de ideas. Cada bloque busca capitalizar el descontento, pero pocos se atreven a hablar de soluciones reales. El discurso del cambio, la defensa del orden o la promesa de centro son meras etiquetas que ocultan estrategias de poder meticulosamente calculadas. La nación requiere medidas concretas que vayan más allá de un discurso: se necesita liderazgo con visión, capacidad de gestión y un compromiso real con los problemas estructurales que el progresismo ha descuidado, tales como la pobreza, la inseguridad, la educación, la salud y la sostenibilidad económica.

En el contexto político colombiano, se prevé que a partir de 2026 se produzca una transición en el enfoque de las disputas políticas, pasando de una confrontación entre ideologías a una contienda centrada en la colisión de intereses económicos y políticos. Los movimientos que se observarán no se fundamentarán en principios, sino en cálculos precisos. Las alianzas serán de carácter temporal, los pactos tendrán una fecha de caducidad y las lealtades dependerán de los resultados de las encuestas. En el contexto del ajedrez político que se vislumbra en el horizonte, los peones serán valorados como reyes y los alfiles se desplazarán de acuerdo con las corrientes del poder. Cada ficha es consciente de la urgencia y la presión temporal inherentes al proceso. Los próximos meses serán de vital importancia, ya que las alianzas, las traiciones y los giros en la estrategia definirán el resultado final. La izquierda intentará retener el poder apelando al miedo al retorno de la derecha; la derecha buscará capitalizar el desencanto ciudadano con un discurso de orden; y el centro, si logra articularse, podría convertirse en el árbitro de una partida que aún no tiene ganador claro.

En este proceso, al igual que en el ajedrez, no será el ganador quien grite más, sino quien mejor anticipe los movimientos de su oponente. En el caso de Colombia, es imperativo contar con líderes que piensen en el país y no en las próximas elecciones, que tomen decisiones en beneficio de la nación y no de intereses individuales o partidistas. La madurez o su ausencia serán determinantes para el progreso del país en 2026, ya que marcarán el camino hacia el avance o la repetición de patrones con nuevas piezas en el tablero. En el contexto político colombiano, la coherencia no siempre predomina; a menudo, la decisión se basa en la conveniencia. En este escenario, se producirán alianzas inesperadas, abrazos de apariencia falsa y traiciones que se hacen públicas. Los discursos estarán impregnados de un fervor patriótico, mientras que las determinaciones se adoptarán guiadas por una meticulosa evaluación política. El interrogante no radica en quién se impondrá en 2026, sino en el costo que implicará cada lealtad antes de que se dispute la última partida. 

Andrés Barrios Rubio

PhD. en Contenidos de Comunicación en la Era Digital, Comunicador Social – Periodista. 23 años de experiencia laboral en el área del periodística, 20 en la investigación y docencia universitaria, y 10 en la dirección de proyectos académicos y profesionales. Experiencia en la gestión de proyectos, los medios de comunicación masiva, las TIC, el análisis de audiencias, la administración de actividades de docencia, investigación y proyección social, publicación de artículos académicos, blogs y podcasts.

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