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La política colombiana vivió, en apenas unos días, un trío de golpes que no son sólo noticias sueltas: forman un patrón. La absolución de Álvaro Uribe, la escalada de reproches y sanciones desde Estados Unidos contra Gustavo Petro, y el anuncio —y rápida controversia— de una constituyente impulsada por el Ejecutivo componen, juntos, un cuadro inquietante. No se trata de tomar partido por el presidente ni de blanquear errores antiguos: se trata de diagnosticar con objetividad qué está en juego para la estabilidad institucional, la política exterior y el tejido social del país.
- Tres noticias, una misma tensión
La primera sacudida fue doméstica: la absolución de Uribe devuelve a la derecha a su líder más emblemático en plenitud política. La segunda tiene impacto internacional: el presidente Petro ha sido señalado por la Casa Blanca y se le amenaza con sanciones y exclusiones que afectan no sólo su imagen sino la relación bilateral histórica con Estados Unidos. La tercera es institucional y simbólica: la propuesta —y la retórica que la acompaña— de una asamblea constituyente de características poco claras, que terminó por provocar el choque interno y la renuncia de funcionarios.
Separadas, cada una era ya de por sí disruptiva. Juntas, compresan una tormenta perfecta: polarización, riesgo diplomático y la sospecha de que el Ejecutivo está improvisando en asuntos esenciales.
- Incoherencias que alimentan la desconfianza
No es necesario ser devoto de Petro para reconocer que algunas de sus actuaciones son incompatibles con la conducta esperable de un jefe de Estado. Un gobernante puede ser crítico de otras potencias y hacer pedagogía sobre nuevas alianzas; lo problemático es el uso del megáfono en situaciones que requieren diplomacia. Convocar a la desobediencia de soldados de otro país o lanzar consignas incendiarias en territorio extranjero no es un gesto de liderazgo internacional: es una provocación con consecuencias previsibles.
Del mismo modo, proponer una constituyente sin capital político, sin consenso y con formatos que dejan a la Presidencia facultades para designar delegados —o definir “pueblos” desde un decreto— parece más una maniobra política que una propuesta de reforma estructural seria. El resultado: erosión de confianza, pérdida de aliados internos y reacción adversa de actores internacionales que no comparten el mismo prisma ideológico.
- Riesgos institucionales y electorales
La constituyente, además de sus obvias implicaciones jurídicas, es un asunto democrático. Si se plantea por vías precipitadas o con reglas que favorezcan designaciones de conveniencia, puede abrir la puerta a abusos y a una ruptura del equilibrio de poderes. Históricamente, los procesos constituyentes que tuvieron éxito trajeron amplios consensos y legitimidad social; los que se hicieron desde la imposición terminaron en retrocesos o rupturas.
Electoralmente, la combinación de polarización interna (Uribe vuelve fuerte) y un conflicto externo con Estados Unidos colocan a Petro y a su proyecto en una encrucijada: su base puede movilizarse, pero la moderación y las clases medias pueden alejarse. Para la oposición, la absolución de Uribe es un revulsivo; para el gobierno, el aislamiento externo y las dudas internas pueden restarle capacidad de maniobra.
- La arista internacional: más que insultos, consecuencias
Las acusaciones públicas de un presidente estadounidense y la inclusión en “listas” o sanciones no son teatro inocuo. Implican riesgos concretos: suspensión de cooperación en seguridad, afectación de programas sociales que dependen de cooperación internacional, y complicaciones financieras. Peor aún: confundir diplomacia con espectáculo puede privar al país de interlocutores y canales útiles para resolver problemas de fondo, como la lucha contra los cultivos ilícitos o la inversión extranjera.
Colombia necesita, en este momento, una política exterior prudente y estratégica. Si el Ejecutivo prioriza la teatralidad, sacrificará influencia y recursos que son indispensables para la seguridad y el desarrollo.
- ¿Qué le conviene al país (y al propio Petro) hacer ahora?
- Regresar a la prudencia institucional. La Presidencia debe priorizar el respeto por las decisiones judiciales y por las instituciones. Criticar será legítimo —como siempre lo es en democracia—, pero hacerlo desde la legalidad y sin incitar a la ruptura del Estado de derecho.
- Bajar la temperatura de la retórica internacional. El país no gana con confrontaciones personales que complican la cooperación; conviene abrir canales diplomáticos discretos y profesionales para reparar puentes.
- Transparencia y claridad sobre la constituyente. Si se mantiene la propuesta, el Gobierno debe presentar objetivos claros, cronograma realista y mecanismos de participación que garanticen pluralidad, no designaciones discrecionales.
- Un diálogo nacional como mandato. La polarización no se resuelve con gritos. Un proceso de escucha amplia —no sólo con aliados— puede devolver legitimidad a reformas profundas.
- Cuidar la comunicación pública. Muchos errores son de forma: la forma en que se dicen las cosas genera la mitad del daño político. Un presidente que quiere dejar huella debe aprender a combinar convicción con prudencia.
6. Entre el recuerdo y la responsabilidad
Gustavo Petro, líder con pasado de agitador y presente de presidente, parece vivir la tensión entre el deseo de ser “inolvidable” y la obligación cotidiana de gobernar. No hay gloria perdurable sin resultados concretos: menos pobreza, más seguridad, instituciones fuertes. La historia no recuerda tanto al que grita más alto en las plazas, sino al que, desde el poder, construye mayorías que perduran y soluciones que transforman la vida de la gente.
Del otro lado, la absolución de Uribe demuestra que la política colombiana no regresa a su cauce sin voluntad de diálogo y sin reglas claras. El reto para todos los actores —gobierno, oposición, poder judicial y comunidad internacional— es impedir que la coyuntura se convierta en catástrofe: evitar la polarización extrema, las sanciones que lastiman a la población y los experimentos institucionales sin consenso.
Si Petro quiere ser recordado, que sea por lo que dejó hecho, no por las tempestades que dejó encendidas.














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