Y el hombre llegó a la Luna

En julio de 1969, tres tipos americanos llegaron a la Luna en nombre de la humanidad –perdón, Humanidad—. Uno de ellos se bajó a hacer un poco el paripé, que es lo que se suele hacer cuando te ponen –o te pones— delante de una cámara de televisión y quieres que la peña te tome por guay y tal; para todo lo cual tuvo que decir alguna frase molona para la historia –perdón, Historia— de manera que el descenso por aquella escalera de tubos y el salto final antes de poner pies a luna sonara a cosa solemne.

Luego, alguno de los tipos –seguramente el que se había quedado sin decir cosas guay frente a la cámara de televisión— enviaba una foto que añadir a otra anterior, el “Amanecer de la Tierra”, la cual había sido tomada desde el Apolo 8 unos meses atrás, en la navidad de 1968.

El mayor descubrimiento en la historia de la carrera espacial fue la Tierra. Las cosas obvias suelen resultar las más admirables. El Apolo 8 había sido la primera nave tripulada en abandonar la Tierra –según cuentan las crónicas— y dirigirse hacia otro cuerpo celeste.

Luna

Pero la foto por la que se hizo famosa entre el común fue tomada off schedule, que dicen los que hablan la lengua del Imperio, o sea, que aquello no estaba previsto. La primera foto de su planeta de origen visto desde el espacio no estaba prevista en la agenda de aquella panda que iba a hablar en nombre de la humanidad. Qué cosas…

Todos los instrumentos, cámaras y atención humana de la misión Apolo 8 estaban dirigidos única y exclusivamente al reconocimiento de la superficie de la Luna con el objetivo de preparar el gran salto para la humanidad pero pequeño para el hombre que se daría unos meses después.

Tras haber rodeado el satélite cuatro veces, el astronauta Frank Borman contempló por casualidad, a través de una de las ventanillas de la nave, la salida de la Tierra por el horizonte lunar. Entonces, sucedió algo curioso: surgió la excitación, algo necesario de evitar en una misión de tales características. Borman llamó la atención de sus compañeros para grabar la imagen, así que pidió la cámara, pero éstos no la localizaban, y el giro de la cápsula espacial hacía correr la breve y rápida cuenta atrás por la que aquella visión desaparecería para siempre.

Borman: Oh my God! Look at that picture over there! Here’s the Earth coming up. Wow, is that pretty.
Anders: Hey, don’t take that, it’s not scheduled.
Borman: (laughing) You got a color film, Jim?
Anders: Hand me that roll of color quick, will you…
Lovell: Oh man, that’s great!

Platón, en el Fedón, pone en boca de Sócrates que:

…por debilidad y torpeza somos incapaces de atravesar el aire hasta su extremo; pues, si alguien llegara a su cumbre, o saliéndole alas se remontara volando, y divisara las cosas de allí, levantando la cabeza tal y como la levantan los peces desde el mar para ver las cosas de aquí, en el supuesto de que fuera capaz su naturaleza para resistir esta contemplación, reconocería que aquello es el verdadero cielo, la verdadera luz y la verdadera tierra.

El viajero descubriría entonces, dice Sócrates, que la Tierra es “como las pelotas de doce pieles, abigarrada, con franjas de diferentes colores, siendo los que hay aquí y emplean los pintores algo así como muestras de aquellos”.

Casi dos mil quinientos años después de que Platón describiera las “cavidades habitables” de la Tierra, los humanos fueron capaces de superar ciertas torpezas para remontar el vuelo y de hallar la forma de contrarrestar sus debilidades para resistir la contemplación de la auténtica Tierra, más allá de las regiones interiores con aire y agua en que, decía Sócrates, la humanidad permanecía recluída.

El 25 de diciembre de 1968, apenas unas horas después de que la imagen embriagara las retinas del mundo, el poeta Archibald MacLeish escribía un breve artículo marcado por el sobrecogimiento de la perspectiva recién adquirida. En un planeta saturado de las víctimas indefensas de una farsa sin sentido, escribía MacLeish, donde al final no sólo las víctimas sino toda la humanidad termina siendo víctima, donde millones de seres humanos pueden ser asesinados en guerras mundiales, en ciudades bombardeadas y en campos de concentración sin más razón que la razón de la fuerza, quizás, soñaba MacLeish, algo había podido cambiar en aquellas pocas horas transcurridas desde que la Tierra había sido contemplada por primera vez en la historia no como un agregado de continentes y océanos desde una altura mínima, sino como un todo completo y redondo que podía cambiar el rumbo de la humanidad:

To see the earth as it truly is, small and blue and beautiful in that eternal silence where it floats, is to see ourselves as riders on the earth together, brothers on that bright loveliness in the eternal cold — brothers who know now they are truly brothers. 

La imagen de marras de una Tierra en el espacio infinito daría pie a discursos ecologistas sobre el cuidado de la madre Gaia y pacifistas sobre la hermandad de sus hijos. Hay quienes piensan que no fue casualidad que los nuevos movimientos ecologistas coincidieran con las anécdotas «humanas» de las misiones Apolo, un espíritu de época resumido, muchos años más tarde, en el libro A pale blue dot de Carl Sagan, publicado con motivo de otro acontecimiento: una foto del planeta tomada por la sonda Voyager desde Saturno en 1990.

Cuarenta y cinco años después de los grandes eventos que conmocionaron al mundo, apenas queda para el recuerdo la constatación del cinismo humano y su gusto por lo superficial y carente de sentido profundo y, por ende, real. El propio Carl Sagan confiesa su rubor en el libro mencionado cuando reflexiona sobre la placa que quedó en la Luna:

Para mí, lo más irónico de ese momento de la historia es la placa firmada por el presidente Richard Nixon que se llevó el Apolo 11 a la Luna. Reza así: «Vinimos en son de paz y en nombre de toda la Humanidad». Mientras Estados Unidos estaba soltando siete megatones y medio de explosivos convencionales sobre naciones pequeñas del sudeste asiático, nos congratulábamos de nuestra humanidad: no íbamos a hacer daño a nadie sobre esa roca sin vida.

Tal y como explica Sagan, las misiones Apolo se debieron únicamente al propósito de siempre, aquel que había hecho posible toda la carrera espacial y por el que se puede comprender la suspensión del programa una vez que se lograron los objetivos perseguidos: la necesidad militar de garantizar la supremacía del “mundo libre” durante la Guerra Fría.

Con todo aquello, si algún país aún tenía dudas por entonces, le debería quedar bien clarito que, quien puede llevar un cohete tripulado a la Luna y traerse de vuelta a la peña sana y salva, puede llevar los que quiera a cualquier parte del globo y no necesariamente con fines turísticos.

Baste notar el detalle aquel de la bandera que representaba a «toda la Humanidad» aquella hermosa noche de julio de 1969.

Quién sabe, quizás era una visión profética…

 

[author] [author_image timthumb=’on’]https://scontent-a-mia.xx.fbcdn.net/hphotos-prn1/t1.0-9/10150759_10203814865118527_870100052_n.jpg[/author_image] [author_info]Rafael García del Valle: Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Salamanca (España). Persigue obsesivamente los misterios de la existencia, actividad que contrarresta con altas dosis de literatura científica para no extraviarse en un multiverso sin pies ni cabeza. Es autor del blog www.erraticario.com Leer sus columnas.[/author_info] [/author]

 

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