Libros olvidados: Sin clemencia de tu parte

A Bibiana G.

En el centro de la ciudad, a una cuadra abajo del parque del periodista, por donde suben los buses hacía el barrio Boston, allá donde el amigo Pascual se sienta a escuchar música, tomar cerveza y a otras cosas, se encuentra un pequeño local de artículos de anticuario atendido por el señor Pedro Nolasco Vargas. Un local poco agraciado para los estándares modernos, pero con un material interesante de ser observado.

El local tiene de fondo unos 15 metros y de ancho otros 5 metros lo que lo hace más bien estrecho y bien abarrotado de cachivaches y enseres viejos, tornándose algo problemático para entrar y más para quienes somos de carnes generosas. Afuera tiene un escaparate para la venta y otras tantas cosas de las cuales se destacan una lámina enmarcada del Quijote de Salvador Dalí, un busto de Nerón en miniatura y un aguamanil en peltre fabricado –según Pedro Nolasco- en México a principios del siglo XX.

También tiene una vitrina con unos libritos ya algo viejos que merecen ser escudriñados destacándose entre ellos: una edición española del siglo XIX del catecismo de Gaspar Astete, unos cuantos códigos civiles de principios del siglo XX, una primera edición de los Miserables de Víctor Hugo de la editorial Italiana Ricordi, unos cuantos clásicos de Borges (llama la atención la primera edición del Aleph)  y otros libros que deben ser hojeados –al menos por cultura general- por cualquier desprevenido; por cierto muy económicos para su valor.

Dentro de esos librillos, y eso que esculcando muy bien, encontré un cuadernillo de tapa rústica con un título poco llamativo “Cartas”. El tiempo parecía haber borrado el nombre del autor; sin embargo, más adelante aparecía junto a la dedicatoria: A Irene est amoris (A Irene con amor), su nombre: Irineo Valderrama (pág. III). Su contenido era una serie de cartas que alguien se tomó el tiempo de compilar y hacer imprimir por editorial Bedout en los años 60.

Y para cumplir con el compromiso adquirido de entregar un escrito semanal, dejo en manos del lector este primer escrito, que hará parte de una serie que he intitulado: Libros Olvidados, donde publicaré piezas de esos textos que no fueron famosos.  Aclarando que en el texto publicado por editorial Bedout no aparece relacionado ningún propietario de derechos de autor:

XVI.

Querida Irene:

Hoy me he marchado a mis tierras de Santander a darles vuelta. Tú ya sabes cómo es esto de cuidar las cosas; nos aferramos a ellas de una forma estúpida para saber que al final nunca nos las vamos a llevar a la otra vida… Si la tierra que acumulamos nos la lleváramos, las gentes vivirían en islas o no existiría este planeta. Pero, al fin y al cabo, hay que ir a esos lugares para ver cómo va todo.

Llegamos a eso del mediodía al hato Balmoral y vi como desenterraban cadáveres de las batallas de la guerra de los mil días, en los terrenos de abajo, que por azar habían encontrado… Eran huesos inertes, con tiras de ropas agarradas a ellas –unas tres o cuatro osamentas- y sin querer, me dio por mirar a las cuencas donde alguna vez hubo ojos en una calavera y quedé sorprendido al ver que, al interior de ellas, en esa oscuridad que reflejan, aún se veía el horror de la historia de lo que había ocurrido.

Que inútiles son las guerras Irene. Al menos los huesos abrazaron la tierra y no quedaron sobre ella; al menos sus carnes retornaron al lugar natural donde toda carne debería de reposar… Pero lo que duele es pensar en quienes quedaron vivos esperando el regreso; mi padre pudo retornar galante de la reyerta, pero los que terminaron muertos en un lugar como este no tuvieron el consuelo de un llanto de los suyos o de un adiós; solo consiguieron para los suyos aún más incertidumbre por no saber el destino.

Esta guerra tuvo una tregua, pero aún hay quienes se matan y eso no tendrá fin; un ciclo infinito que solo parará cuando tenga que parar.

Yo vivo en guerra conmigo mismo, tratando de vencerme a cada momento, tratando de derrotar lo antiguo que vive en mi para ser mejor a cada instante, pero también libró una guerra en tus muslos, en tu boca y en tus senos cada vez que me presento ante el campo de honor que es tu cuerpo, y si de una batalla salgo victorioso no me importa salir de esta completamente derrotado; que tú seas la vencedora no me importa, de ti me dejo conquistar y vencer.

Sin embargo, las lejanías implican imaginar mi derrota, implica solo predecirla y esperar a que en el regreso se vuelva realidad. Como dos ejércitos en contienda te busco para enfrentarme a ti sin cuartel.

No tendrás que esperar a ver mi calavera para que mires mis ojos y veas que el único horror por el que he pasado en mi vida es el de tenerte lejos.

Y para no perder mi capacidad de lucha, seguiré combatiendo contra mí mismo, derrotando lo viejo y plantando las banderas del cambio, de ese cambio necesario que cada hombre debería de lograr y es el de entender que la vida es un simple tránsito y no una morada final.

De mi parte te diré que aguardes a mi regreso porque me presentaré en tu campo y combatiré con todos los bríos hasta ser derrotado y caer rendido a tus pies… Eso sí, sin pedir clemencia de tu parte.

Serie: Libros Olvidados.

Andrés Felipe Pareja Vélez

Editor de la sección de cultura de Al Poniente, escritor por gusto, defiendo al hombre, la ciencia y la razón, ergo no puedo ser ni de izquierda ni de derecha.