Noche salmantina

De repente estamos inmersos en una maraña de piernas, vasos y luces nocturnas. La ironía intensa de ser protagonista del caos que se vive, y el ensueño notable que producen las sensaciones nocturnas, dan a entender que aunque sea el mismo bar, la misma persona o la misma noche, nunca será el mismo momento. No en esta ciudad.

La cronología de salir de noche en Salamanca, en los meses de agosto a abril, que es cuando la ciudad está más llena, tiene que empezar obligatoriamente por una aceptación abierta al frío. Porque cuando lo que queda de sol es poco, 8 de cada 10 veces la temperatura bajará más que en todo el día y quedarse en casa será una opción saludable. Pero no vinimos acá a encerrarnos con calefacción, sino a disfrutar de lo adverso o benévolo que sea el clima. Entonces hay que taparse bien, no quedarse demasiado tiempo entre sitio y sitio y estar dispuesto a quitar y ponerse el abrigo en cada entrada y salida de cada lugar.

Luego hay que ir a llenar un poco el estómago. Digamos que hoy anocheció a las 7:35 p. m. y que son ya las 10. La ciudad, a esta hora, tendrá las puertas abiertas para todo el que quiera empezar su noche comiendo, y le asegura que no se quedará solo en su cruzada de entretenimiento. Mil cosas para hacer.

Porque la cultura aquí dicta que no se sale de noche para quedarse en un solo lugar, pues no se está en uno solo ni para comer, ni para tomar, ni bailar ni para nada. Hay que hacer una ronda por la mayor cantidad de bares que se pueda y tratar de disfrutar lo mejor de cada uno. A lo que son las 11 o 12 de la noche estos están llenos de gente de todas las edades y grupos sociales -incluso familias- tomando cerveza (y refrescos los menores), conversando con los vecinos, viendo caras nuevas y tratando de recordar caras desconocidas.

Se ve que todos tienen algo en la boca: algo para decir, algo para tomar, algo para comer. Al no ser restaurantes, los bares no ofrecen entradas, primeros y segundos platos, sino pichos y tapas. Estos son bocados pequeños, concisos, compuestos en su mayoría por pan, embutidos y algún vegetal. Son preparados por montones –cientos, incluso, dependiendo del local- desde las horas de la mañana, pues en la noche la demanda es altísima. Sus acompañantes, generalmente, son una cerveza o un vino tinto.

Pero ya es hora de irnos. Una hora es demasiado tiempo para quedarse en un solo bar. Justo cuando el cuerpo por fin llegó a una temperatura cómoda hay que obligarlo a volver a salir. Abrigo y pa´ afuera, que hay mucho por hacer. Y esta acción hay que repetirla todas las veces que la noche exija. Es la una de la mañana.

Cada lugar al que vamos es dueño de un sinfín de situaciones y casualidades alternas, miradas, pasiones y discordias. Las gentes se estrechan donde pueden y se envuelven en una palabrería y un aliento común que se levanta por encima de las mesas al ritmo de una música con volumen no muy alto. A medida que cada persona muerde, gesticula, va al baño o pide algo, la noche va transcurriendo con una parsimonia rebelde, rehuyendo a dar por terminadas las conversaciones demasiado pronto.

Pero aun así esta muta, porque no todos están dispuestos a seguirle el paso hasta el amanecer. Cuando ya van siendo las 2 o 3 de la mañana, los sitios van cambiando el Rock por el Dancehall y el Reggaetón, y a los pinchos y tapas por los chupitos y tragos. La noche varía en función, por ejemplo, de que temprano se ve a un señor solitario que ve un partido de fútbol y se cambia 7 veces de mesa mientras se toma una Coca Cola, y luego se ve su sitio ocupado por 7 madrileños que, borrachos, celebran una despedida de soltero y me preguntan por un tal Ernesto Oliveira de Colombia.

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Poco a poco la calle va quedando vacía, porque algunos se van a dormir y otros empiezan a ir a otros lugares. Los mayores se entran –casi que se encierran- y le entregan la ciudad a una juventud menor de 25 años, que se asienta y va a bailar en lugares en general no aptos para claustrofóbicos o para las rodillas de los ebrios al bajar escaleras. Estos ratos también son de paso, de índole fiestera y con un volumen de música alto. La gente va y se toma algo mientras va entregándole sus facultades motrices a la suerte. Poco a poco la noche se perfuma también de tabaco y sudor, y aunque su peligro radica en la posibilidad de una catástrofe debida al alcohol y los malentendidos, se ve a la niña con muletas saludando o a todo el mundo, el galán frustrado diciéndole cosas a la que tiene novio,  el abrazo del borracho a punto de caerse y el ya caído que a los 10 minutos vuelve a bailar.

Ya no se sabe a ciencia cierta dónde empezó la noche y mucho menos dónde esta va a acabar. Hacemos parte de un caos que ya es tan rutina que no es peligroso. Gozo, baile, canto, brindis, insultos, besos, borracheras temporales y prendas permanentes. Son muchas las botellas, los bares y las almas de la fiesta. Nos cogieron las 5 de la mañana y estamos en un profundo descontrol regido por las ganas de un buen rato. Estamos caminando con desconocidos, les mostramos nuestras vidas distintas y los sostenemos para que no se caigan. Vamos para algún otro lado. En estas calles, en estos bares, el amor, la fiesta y el desengaño van de un sitio a otro a paso ligero.

Juan Pablo Sepulveda

Tengo 20 años, estudiante de periodismo, apasionado por el deporte y la escritura.

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