NARCO JARTOS

Sin tener ninguna potestad legal para ello, declaro personas non gratas a Javier Bardem, a Penélope Cruz y a sus acompañantes, los que ayudan y los que ponen el billete para este nuevo episodio de vergüenza nacional. Porque además me declaro en mamera permanente con este tema de Escobar y los narcos.

Sin tener ninguna potestad legal para ello, declaro personas non gratas a Javier Bardem, a Penélope Cruz y a sus acompañantes, los que ayudan y los que ponen el billete para este nuevo episodio de vergüenza nacional. Porque además me declaro en mamera permanente con este tema de Escobar y los narcos.

Solo la impúdica avaricia de los mercaderes de cine y televisión, justificaría esa redundancia en la infamia de hacernos creer que este país solo ha producido bandidos y delito. Pretensión que encuentra acogida, por supuesto, en la ignorancia del morbo internacional, que creen que lo que vivimos en este país por cuenta del narcotráfico fue un episodio de película, y que los muertos se levantaron, se limpiaron la sangre y volvieron a sus casas, como después de la escena.

Las más de 4.000 víctimas que se adjudican a Pablo Escobar fueron una tragedia de proporciones universales. Pero el daño a la estabilidad nacional, a las instituciones y a la memoria, están peores que aquel terror que nos hizo sentir. Y en un país con cierta proclividad al delito, con los problemas sociales extremos que producimos, con una cultura de machos bravíos donde a veces pesa más el machismo promovido por mujeres que el propio de varones, pues se encuentra el caldo de cultivo preciso para que no seamos capaces de superar el corcho en remolino que es nuestra historia reciente.

El progreso de una nación podría medirse por la manera como convierte en memoria sus mejores valores. Las artes, la ciencia, la tecnología, el ambiente, son apenas atisbos de los muchos elementos que pueden conformar una identidad por la vía de la memoria, que siempre será el augurio de una grata posibilidad de seguir siendo los constructores de un futuro más esperanzador en cada generación.

Y Colombia, este país nuestro que sigue siendo asombroso a pesar de los políticos, los narcos, los paras, los guerrillos y las bacrim, no para de producir, día a día, cantos de esperanza y beneplácitos del mundo entero. Artistas de todo tipo, en diferentes géneros, copan escenarios en los lugares más inauditos; científicos a la cabeza de grandes proyectos universales; escritores que se regodean con las más altas cumbres de la literatura del mundo; entidades que conservan y mantienen en la memoria colectiva lo mejor de lo que hemos logrado ser. Y empresas que sin complejos entraron en otros países y en muchos mercados.

Descontando la clase política y los agentes generadores de violencia, este país es una auténtica maravilla, donde gente recursiva y trabajadora es capaz de crear una subsistencia que va más allá de lo razonable. Y gente buena, cordial, diversa, inteligente y divertida. Belleza por donde se mire. Tanta que a nosotros mismos se nos vuelve paisaje, nos acostumbra el ojo y hasta nos adormece el criterio. Y así vivimos el día a día, en medio de guerras escalofriantes, de desigualdades inauditas, de tensiones sociales inmerecidas. Y con todo y eso, seguimos con nuestra inmensa capacidad para amar, para saludar, para convenir, para incrementar el aguante y seguir siendo, por encima de lo que sea.

Y cuando estamos en medio de esas luchas por superarnos a nosotros, por llegar más allá, por construir una identidad que no nos avergüence, aparece de nuevo el escarnio, el recuerdo del horror, el pesado fardo de la fama no buscada. A un delincuente que sólo sembró terror y muerte, todavía se le mira con reverencia, con deseo de imitación, con admiración foránea. La televisión y el cine comerciales, en su arbitraria receta de mercado, persisten en mantener viva la atroz memoria del criminal. Y se convierten ellos mismos en mercaderes de la muerte, los que producen y los que actúan, los que sin conciencia venden las conciencias ajenas.

Hemos de decirles, señores, que estamos jartos, de jartera crónica, que nos estén enrostrando el tema del peor criminal que padecimos, que somos más, mucho más que ese atarván, que hemos puesto la sangre y el sudor, el talento y el trabajo, para sobrevivir a ese escarnio y construir un mejor país en medio de muchas otras dificultades. Pero les encanta mirar la verruga en un rostro bello.

Conocemos gente seria y trabajadora que pudo haber amasado una fortuna por cuenta de la historia criminal del país, y en su lugar formaron una gran empresa con contenidos de calidad internacional sin tener que recurrir al expediente fácil de vender lo que incautos nacionales y extranjeros quieren comprar: una memoria nacional narcotizada. Me refiero con ello a la manera como se logró construir el Parque Temático Hacienda Nápoles, en medio y a pesar de su lastre histórico, para llevar contenidos de calidad a familias numerosas del país y del extranjero, sin tener que nombrar al indeseable.

Hemos visto devolver con energía, desde las propias puertas de ese parque, a morbosos visitantes engañados con una supuesta ruta de Escobar. Palmo de narices se han llevado, porque allí ya no vive ni se custodia su memoria. Que es el mismo descache en el que incurren los constantes reporteros internacionales: buscar lo que para nosotros está perdido aunque no olvidado. Porque tenemos claro que padecemos y resistimos a muchos problemas, graves y profundos, que nos confrontan como nación y como sociedad, pero que ya no tenemos que ver con el señor de la muerte que nos quieren revivir en cada temporada.

Un poco más de respeto. Eso es lo que exigimos. Y que nadie vea esos productos que nos quieren vender en cabeza del maleante, sería una actitud políticamente correcta.

Alvaro Morales Ríos

Periodista y abogado. Experto en museos y gestión cultural. Director del Museo Pedro Nel Gómez. Curador General del Parque Temático Hacienda Nápoles. Asesor en derechos de autor.