Nada nuevo ¿Mismos conceptos, mismos errores?

Hace algunas décadas que en México los principales dirigentes políticos son fieles a los conceptos del liberalismo preconizado por las mentes brillantes de las universidades norteamericanas, mismas en las que la mayoría de ellos se educaron. No hay nada nuevo en la actualidad sobre los medios para alcanzar las cifras superlativas que quienes los han aplicado, durante todos  estos años, han anhelado. Sus decisiones se siguen sosteniendo sobre la austeridad, la liberalización de los mercados, y —ante un escenario de mayor apertura comercial— la eventual privatización parcial o total de algunos sectores más que rentables para los nuevos inversionistas. Parece que las expectativas del Secretario de Hacienda y Crédito Público se diluyen diariamente, y el barco se le hunde. Hasta hace poco más de veinticuatro horas, el Banco Mundial había reducido la tasa de crecimiento esperado del Producto Interno Bruto de la economía mexicana a un 2.3 por ciento. Argumentan que situaciones naturales como el crudo invierno a inicios de año en los Estados Unidos de América causó un impacto negativo sobre las principales materias primas de exportación. Una de las principales fuentes de arrastre, como la demanda externa, se vio debilitada y golpeó severamente al sector exportador. Así pues, la mirada debe posarse sobre el mercado interno. Inevitablemente al observar un deterioro de los términos comerciales con el exterior, quien ejerce el rol de catalizador es el consumo interior, y las oportunidades que tenga para poner en marcha un proceso dinámico de acumulación de riqueza.  Teóricos aducen que efectivamente el problema del crecimiento pasa por el arreglo institucional que determina no sólo las posibilidades de inversión extranjera  innovadora en el país, sino también por la absorción de beneficios que pueda recibir ese costo de oportunidad ante una situación de consumo esperado estable y vigoroso, y permita gradualmente la acumulación de riqueza.

Apenas ayer, en la inauguración del Centro de Innovación para la Categoría de Productos Horneados de Pepsico, el Secretario de Economía Ildefonso Guajardo, anunciaba con pompa y orgullo que México se había convertido en un destino favorito de los flujos de capital internacional, recibiendo de 1990 a la fecha una cantidad de inversión directa en promedio de poco más de 20 000 millones de dólares, y que durante el 2013 las cifras totales se aproximaron a los 38 000 millones de dólares. Ante todo cabe hacer las siguientes preguntas, ¿Por qué la alternativa propuesta como solución en los años noventa, basada en la solidez de la inversión extranjera directa —cuya fiabilidad es resultado de que, efectivamente, pasa las pruebas de mercado— no ha sido suficiente para impeler un crecimiento mayor y consistente? ¿Qué sucede con los beneficios?

La formación de capital mundial está erigida sobre las decisiones intertemporales de consumo. Al menos, este es el consenso entre la mayoría de los economistas. Y siendo una variable exógena, se toma como una constante, cuyos efectos positivos para una nación dependerá de la función de producción establecida no sólo en dependiendo de la calidad de la mano de obra de cada una, sino también del grado de desarrollo tecnológico inmanente al arribo de nuevas inversiones, que en una parte importante, dependen del arreglo institucional. La formación de capital queda resumida en inversión nacional, balanza de cuenta corriente (indicando el capital internacional directo) y la deuda recién emitida por el gobierno (en la actualidad, deuda esterilizada por el Banco Central). Sabido es que si la economía necesita una mayor apertura al capital internacional, es insuficiente el capital nacional para impulsar un crecimiento notorio, y que siendo esterilizado el capital de cartera, se ve menoscabada la participación de éste sobre los créditos internos. Estos dos aspectos son claves para entender el enredo que subyace al problema de la economía mexicana. Por tanto, el peso recae sobre la inversión extranjera directa y la participación del Estado. Puedo afirmar, en base a análisis econométricos midiendo el efecto de las inversiones externas sobre la producción nacional total desde 1982 al 2013, que apenas la inversión de cartera tiene una participación equivalente a una tercera parte de lo que genera la inversión extranjera directa, pese a que la primera ha aumentado considerablemente en los últimos años, duplicando, incluso, el monto de la segunda.

Claramente el establecer un esquema macroeconómico que deja la responsabilidad total de crecimiento al sector privado extranjero no es una solución factible teóricamente, ¡Ni tampoco pragmática!

Los estructuralistas coinciden en el hecho de que las posibilidades de desarrollo de una estructura económica compleja dependerán de los incrementos en el ingreso generados por un aumento de la productividad que modifique la composición de la demanda y cuyos efectos no sean anulados en su totalidad por las importaciones.  Dicen el problema pasa por un problema de productividad, y en realidad es una combinación de un esquema mal implementado que no puede soportar los embates reales del mercado externo. Desde cualquier punto que se intente analizar, si inherente a las multinacionales que operan en el país existe una necesidad de integración vertical o la tecnología funciona como un mecanismo de ahorro de costos, los beneficios parecen concentrarse en un sólo lugar. El desplazamiento de empresas nacionales se multiplicará ¿Y qué sucederá cuando las necesidades de bienes y servicios intermedios y bienes de capital son abastecidas por el exterior? Las importaciones absorberán los beneficios, y la demanda favorecerá al exterior. Desde luego, parece lógico inferir, que el desarrollo no se presentará. Como último dato, 40 por ciento de la demanda de bienes y servicios intermedios y de bienes para la formación de capital corresponde a importaciones. Y el 92 por ciento de las importaciones totales es representado por estos bienes y servicios. Sin duda, los beneficios se siguen escapando, las utilidades son repatriadas, las inversiones en cartera son volátiles y sensibles a las tasas de interés de los mercados desarrollados, y la inversión nacional muy endeble. Las importaciones en la cadena de producción representan menos de la mitad de la demanda total, no obstante, siguen siendo las más importantes, si se la da la dimensión real de motor de inicio de actividad productiva. Lastimosamente los mismos conceptos aún campean entre los dirigentes políticos, y entre la historia y ellos, quizá los mismos errores.

 

[author] [author_image timthumb=’on’]https://fbcdn-sphotos-e-a.akamaihd.net/hphotos-ak-xpa1/t1.0-9/10358564_1431161640482152_4961461459953145337_n.jpg[/author_image] [author_info]Eduardo Medina Haller Economista de la Universidad Autónoma de Tamaulipas, con colaboración en materia de investigación científica en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Admirador de la trova de Joaquín Sabina; de la literatura de Hesse y Kundera; de la filosofía de Marx y los tratados económicos de Keynes y Kalecki. Leer sus columnas.[/author_info] [/author]

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