Lo que la ciencia dice sobre la política

Según cuenta un artículo publicado en la revista New Scientist hace un par de años, las opciones políticas de cada cual están no sólo grabadas a fuego en la psique, sino incluso en los genes. Siguiendo las conclusiones de diferentes estudios realizados en la última década, se sugiere que eso de la reflexión y el debate político se reduce a un mero trámite que nos hace mantener la ilusión de que somos adultos libres y capaces de tomar decisiones acordes a las necesidades reales del momento.

Un estudio realizado en  2003  concluía que la ideología conservadora surge de una necesidad psicológica de dominar la incertidumbre y el miedo, lo que lleva a apoyar aspectos como la resistencia al cambio y la justificación de las desigualdades, en cuanto que éstas son explicadas racionalmente y así el individuo adquiere una sensación de poder sobre ellas que radica en la responsabilidad personal. “Cada cual tiene lo que se merece” sería la frase de ejemplo…

Los datos sugieren que las personas conservadoras son rígidas, temerosas e intolerantes. El estudio concluía con la advertencia de que esto no significa que el conservadurismo sea una patología o que tales ideas sean necesariamente erróneas, puesto que el asunto fue muy contestado en la prensa estadounidense. Pero lejos de las polémicas suscitadas, el aspecto central de este tipo de estudios es que la forma de concebir la realidad social y política de los individuos reside, no en una decisión meditada, sino en un temperamento y necesidades innatos.

Factores personales

Mediante el estudio de la personalidad, parece fácil determinar la tendencia política de cualquiera. De acuerdo a un estudio de 2008 sobre psicología política realizado por diferentes universidades estadounidenses, los conservadores son ordenados y meticulosos por naturaleza. Los liberales viven en entornos más descuidados y priman la naturalidad.

Aspectos como espontaneidad o esmero son dimensiones de la personalidad con raíces genéticas y, por tanto, centrales y permanentes, según la denominada «teoría del rasgo», que supone la existencia de características estables en la estructura de la personalidad.

Las diferencias también son visibles en el nivel de la cognición. Así, los conservadores tratan de escapar de toda inseguridad intelectual al convertir por cualquier medio la incertidumbre en certeza y las ambigüedades en hechos claros. Los liberales, en cambio, muestran su preferencia por el proceso de cognición en sí mismo, esto es, por sumergirse en largas e intrincadas conversaciones y desafíos intelectuales que pueden terminar enmarañando ad infinitum cualquier aspecto por simple que parezca.

En el terreno de la percepción, los conservadores ven más señales que los liberales sobre el mundo como un lugar peligroso. Según uno de los estudios, estas personas son más propensas a interpretar expresiones ambiguas como gestos de enfado y amenaza, mientras que los liberales, ante las mismas caras, suelen percibir tristeza o neutralidad.

De igual forma, los conservadores tienden a disgustarse antes que los liberales, al atender con mayor escrupulosidad a los detalles negativos antes que a los positivos.

La cuestión genética

Basándose en el estudio de parejas de gemelos, los científicos han observado que gemelos idénticos suelen compartir los mismos puntos de vista sobre cuestiones políticas. Pero no ocurre lo mismo con los mellizos, lo que sugiere que el ambiente familiar y social no basta para explicar sus inclinaciones, sino que existiría una base genética.

Más recientemente, los genetistas han comenzado a buscar los genes de la ideología. El gen del liberalismo parece ser la variante 7R del DRD4, que ha sido asociado con la búsqueda de novedades y comportamientos propios de los liberales.

Observando esto con cierta perspectiva, parece que estuviéramos ante dos tribus diferentes divididas no por la opinión, sino por cuestiones biológicas de base. Algo que ha desatado innumerables críticas hacia tales investigaciones.

Una de las quejas es que, de ser así, el papel de la razón no pinta nada en el debate político, siempre defendido como un ejercicio de deliberación y persuasión. Pero la mayor falla de estos estudios es que se han centrado hasta ahora en dos opuestos, sin tener en cuenta las diferentes alternativas intermedias.

Frente a las denuncias que los sectores conservadores hacen de estos estudios, pues consideran que se subrayan sus defectos frente a los de los liberales, se esgrime la defensa de que ambos grupos muestran las mismas reacciones y tendencias, pero que éstas son más pronunciadas en el ámbito conservador. Por ejemplo, ambos grupos demuestran su preferencia, sin ser conscientes de ello, por un alto estatus social.

Hay otros análisis que, no obstante, llaman la atención sobre la poca equidad ideológica de los investigadores, siendo mucho mayor la proporción de mentes liberales que conservadoras en los ámbitos universitarios en que se desarrollan este tipo de estudios.

Sin embargo, una división ideológica basada en aspectos biológicos puede ser un buen instrumento para la concordia. Una serie de estudios dirigidos por la psicóloga Carol Dweck, de la Universidad de Stanford, dice que es más fácil diluir la actitud negativa hacia “el otro” cuando se entiende que no es posible cambiarlo. Entonces, el trato se hace más flexible y mayor el compromiso por tratar entenderse.

El tema de la ideología condicionada genéticamente es un asunto muy debatido y son muchos quienes lo rechazan. Una cosa es el comportamiento individual y otra el social. O quizás no…

Factores colectivos

Puede ser interesante tener en cuenta los estudios epigenéticos sobre cómo el medio ambiente puede provocar o no la activación de unos genes u otros. De ser así, modificar las condiciones del medio sería una labor más que apetecible para ciertos intereses.

Según la epigenética, existen las llamadas “proteínas integrales de membrana“ recogen la información del exterior de la célula y, de acuerdo a la misma, inician un proceso de actuación por el que se le dice al ADN qué genes debe activar. De esta forma, el azar genético queda sometido a la información exterior. El ADN no actúa por caprichos del destino, sino que es un operario más que trabaja según los dictados que recibe.

Diversos estudios en los últimos años sugieren que existe una tendencia colectiva a asumir una ideología predominante según las circunstancias en que una sociedad se desarrolla. Manejando tales circunstancias, por tanto, no sería difícil dirigir el comportamiento de un colectivo hacia los patrones deseados.

Eso es lo que se concluye de otro artículo publicado en New Scientist, según el cual las sociedades enfrentadas a peligros constantes tienden a estructurase bajo normas estrictas y presentan un alto grado de intolerancia hacia quienes se apartan de la vida cotidiana de la comunidad. Frente a esto, cuanto más segura se siente una sociedad, más liberales y respetuosos con el prójimo son sus ciudadanos.

Esto hace que los países que, debido a una inseguridad previa y continua, desarrollan una sociedad cerrada y estricta, de moral intransigente, sean más agresivos a la hora de tratar con asuntos como la prostitución, el aborto o el divorcio.  Las opiniones diluyen sus diferencias y se igualan en una común que se identifica con toda la estructura social. La religión, por su parte, adquiere mayor relevancia en la vida del grupo.

La explicación es que la cohesión del grupo se muestra fundamental a la hora de enfrentar una amenaza, y cualquier posible ruptura de la unidad es una debilidad muy peligrosa de cara a la lucha. Por el contrario, un grupo que no tiene miedo permite que sus individuos sean más creativos en su actitud y pensamientos, pues la cohesión como sistema de defensa no es necesaria.

Amenazas ambientales y actitud política

Randy Thornhill, biólogo de la Universidad de Nuevo México, dice que, de los temores a los que se enfrenta una sociedad, el papel de las enfermedades infecciosas es muy importante en su desarrollo como país. Para este investigador, el sistema político dominante en la historia de una nación viene determinado en buena parte por la frecuencia de epidemias.

Usando el mundo animal como referente, Thornhill se preguntó si la vida humana también presentaría un mayor y rápido desarrollo de las capacidades de supervivencia cuando el medio fuera una amenaza para la propia existencia. El punto de partida es el instinto de supervivencia, la necesidad de eludir la enfermedad. El miedo al contagio puede hacer que la comunidad rechace a los extraños, de quienes no se sabe si llegan portando la enfermedad o están limpios.

Esta mentalidad deriva en una memoria grupal xenofóbica, y también puede aumentar las distancias entre clases sociales, donde las élites evitan todo contacto con los grupos más expuestos al contagio. Al mismo tiempo, se generaliza el respeto por la autoridad y las normas estrictas, ya que éstas se muestran como las encargadas de tomar y hacer respetar las medidas de prevención que han de favorecer a toda la comunidad.

De esta forma, mientras que las élites se distancian del resto, el pueblo aprende a no cuestionar el statu quo por su propio beneficio. Algo que no fomenta el espíritu democrático dentro de la cultura afectada.

Siguiendo las referencias citadas por el estudio de New Scientist, Carlos Navarrete, de la Universidad de Michigan, apoya esta idea con otros estudios donde concluye que si las preocupaciones de una población se dirigen hacia hechos desagradables, como puede ser el suministro de comida en mal estado, ésta no tarda en desarrollar sentimientos nacionalistas e intransigentes contra todo lo exterior.

Otras investigaciones sugieren que, cuando se las inunda con información sobre enfermedades y contagios, las personas tienden a cohibirse y reprimen sus deseos de aventura y nuevas experiencias, volviéndose más conformistas en sus aspiraciones.

Un estudio sobre 98 países realizado en 2008 en la Universidad de la Columbia Británica, Canadá, concluyó que existe una correlación directa entre el nivel de enfermedades y el grado de colectivismo de un país, donde se sacrifican las libertades individuales en favor del “interés social”.

La correlación se traduce en sistemas políticos democráticos o dictatoriales. Para el doctor en Ciencias Políticas Ronald Inglehart, de la Universidad de Michigan, estos resultados son compatibles con la idea de que la democracia sólo es viable si existe un cierto grado de seguridad económica.

Sin embargo, se reconoce que es sólo un factor más a tener en cuenta, antojándose el panorama general más complejo. Por ejemplo, las epidemias son más frecuentes en los trópicos, donde abundan los gobiernos totalitarios, pero es difícil aislar factores climáticos de factores culturales o históricos. Las guerras continuas son un factor de miedo y amenaza que inciden en la aparición de totalitarismos, al igual que la calidad del sistema educativo, pues una sociedad poco instruida se deja llevar por los intereses de la élite con muchísima facilidad.

Un punto a favor de la teoría de Thornhill parece ser el cambio revolucionario de los años 60 y el proceso de descolonización que tuvo lugar. Según se apunta, aquello coincidió con una mejora de los sistemas de salud pública en los años precedentes a los levantamientos, con la distribución masiva de penicilina y  el control de la malaria. Según Thornhill, en esa época la mentalidad colectiva y sumisa a la autoridad de aquellas sociedades comenzó a dar más importancia a los valores relacionados con las libertades individuales.

Por otro lado, aquí también se tiene en cuenta la posibilidad del factor genético, estudiado por un equipo de la Universidad Northwestern de Illinois (debo recordar que todas estas referencias proceden indirectamente del artículo de New Scientist antes mencionado). El gen 5-HTTLPR regula los niveles de transmisión de serotonina. Las personas que portan el gen acortado son más propensas a la ansiedad y al miedo.

Este comportamiento sería vital en ambientes hostiles en los que el individuo debe estar siempre preparado para huir de las amenazas. Esta variación del gen sería, por tanto, favorecida en los territorios históricamente amenazados por epidemias y conflictos. Por su parte, la versión larga del gen provoca el comportamiento extrovertido y creativo, aspectos premiados por la evolución únicamente en ambientes pacíficos.

Todo un cóctel de alusiones para reflexionar sobre la geopolítica y sobre cómo generar problemas puede ser, para ciertos intereses, mejor solución que solucionar problemas.

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