¿Lo politiéticamente correcto?

Cuando ganó el no en el plebiscito del pasado 2 de octubre, las casas encuestadoras se justificaban en la existencia de un voto subterráneo (con el que nunca contaron), consistente en que las personas respondían que su opción de voto sería por el sí, pues sonaba en la esfera pública que era lo políticamente correcto. La ética común, sin embargo, no fue capaz de permear la moral individual de la diferencia porcentual de los colombianos que se incluían en los márgenes de error de las encuestas (y claro está, ni de la mayoría abstencionista que por diversas circunstancias no se acercaron a las urnas).

Cuando ganó el no en el plebiscito del pasado 2 de octubre, las casas encuestadoras se justificaban en la existencia de un voto subterráneo (con el que nunca contaron), consistente en que las personas respondían que su opción de voto sería por el sí, pues sonaba en la esfera pública que era lo políticamente correcto. La ética común, sin embargo, no fue capaz de permear la moral individual de la diferencia porcentual de los colombianos que se incluían en los márgenes de error de las encuestas (y claro está, ni de la mayoría abstencionista que por diversas circunstancias no se acercaron a las urnas).

En esta semana, en la prensa y los noticieros se ha encabezado con el tema del momento: Trump es el 45° presidente de Estados Unidos de América. Y los análisis de opinión (comunes en nuestros medios) han desplazado hechos coyunturales de nuestra política (como la reforma tributaria y su zoológico de micos, la frustrada reforma política en cuanto al salario del honorable congreso, o incluso, las estrategias de mitigación luego de las afectaciones por la ola invernal en varias regiones del país). Yo me acordaba de los anteriores comicios para segunda vuelta presidencial de Colombia: un de elector, con dos candidatos en juego efectivo (porque el voto en blanco no tenía efectos), que representaban la decepción de una administración reciente y los miedos de la representación de una administración sanguinaria y de la garantía de sí repetición, no tenía más para escoger que el menos peor. Y el resto de la historia carga una palomita de la paz en la solapa del traje. E indignamente, valga el sarcasmo, me atrevía a comparar nuestra democracia con la Full Democracy: dos candidatos en juego efectivo, con precedentes particulares (de los que ya se ha oído mucho).

El asunto es, como posteaba en mi cuenta de Facebook, que si hubiera sido ciudadano estadounidense hubiera votado por Clinton, al parecer era lo politiético, como un rechazo a la política misógina, xenófoba, homófoba y, ante todo, poco capacitada de un empresario (para eso sí que puede ser tenido por lumbrera, como lo indicaba el saliente presidente estadounidense en su alocución posterior). Pero la historia de las casas encuestadoras repitió como lo hizo con los pronósticos de Colombia.

En la era de las redes sociales, la facilidad de Twitter, Google Forms y Facebook  para convertir a cada ciudadano digital en un encuestador, también pronosticó el triunfo de la demócrata. Pero también se rajaron, porque aunque lo políticamente correcto era votar en las primarias por Clinton (y así lo demuestra el total de votos populares), el magnate se ganó el colegio electoral de los Estados con más delegados. Primero, el sistema no resulta tan democrático, pues la participación directa del ciudadano finalmente no se ve reflejada como lo hace en un sistema de repartición de votos en escaños como en el método d’Hondt. Si la diferencia de votos (cercano a los 300.000) puso en la cima al proyecto demócrata, ¿cómo es que el chovinismo (perdón, republicanismo) se impuso? ¡Ahí ese sistema como que está mandado a recoger!

Es así como el triunfo de Donald Trump en los Estados que más peso electoral tienen en la decisión del próximo 19 de diciembre, reflejan el inconformismo de ciudadanos que dicen tener igualdad ante la ley, pero que su sistema electoral hace que la mayoría no sea efectiva, sino que la minoría decida entre el cansancio por la administración política de EE.UU, como una suerte de voto-protesta, que ha hecho que el mundo mire entre el asombro a la «Full democracy» al dar por ganador a un empresario, un zorro de los negocios. Súmele a eso que sectores republicanos no apoyan la figura del ganador de las elecciones populares,  para «Make America Great Again», y de tener en cuenta es la conmoción en la que se ha sumado el país y el proyecto de California independiente… y la petición de Change.org para que el elector decisorio tenga en cuenta que Donald Trump no es apto para servir y es un peligro (ojalá cuenten las firmas de los latinos).

¿19 de diciembre? ¿decisión final? Pues sí. El presidente electo de los Estados Unidos no debería rotular como tal los diarios del mundo sino hasta cuatro días antes de la Navidad, porque, si es un colegio de 538 electores quien decide (atendiendo, claramente a una suerte de ley de bancada), la Presidenta que representaría aquello que no es la locura Trump, podría tomar las riendas de la casa blanca y traer al primer caballero de la historia de Estados Unidos.

 

Jose A. Collazos Molina

Estudiante de ciencia política de la Universidad de Antioquia.