¿Libertad o Mercado?

Con frecuencia se piensa que la expresión más pura de la libertad en un sistema de cosas en que prima la individualidad es la elección libre de las preferencias estéticas, me explico, la posibilidad de escoger libremente las formas de entretenerse suele ser un criterio para explicar que la sociedad en que vivimos es libre, es más, pareciera que un atributo indiscutible y fundamental de la libertad es poder escoger entre Daddy Yankie y Motzart.

Con frecuencia se piensa que la expresión más pura de la libertad  en un sistema de cosas en que prima la individualidad es la elección libre de las preferencias estéticas, me explico, la posibilidad de escoger libremente las formas de entretenerse suele ser un criterio para explicar que la sociedad en que vivimos es libre, es más, pareciera que un atributo indiscutible y fundamental de la libertad es poder escoger  entre Daddy Yankie y Motzart.

Pero la forma en que disfrutamos nuestros espacios de vida, en los que no trabajamos, no es un asunto menor. Participo de la idea de que una sociedad se refleja nítidamente en sus preferencias estéticas y viceversa, su producción estética desarrolla los elementos propios, identitarios. Constituyendo un circulo de reproducción y creación de la cultura. Por tanto, puede ligeramente apreciarse que una sociedad puede entenderse en razón de las cosas que disfruta, en las que expresan sus vivencias y las comparte.

Por tanto podría medirse si una sociedad es democrática o no por la posibilidad que tienen las expresiones culturales de ser difundidas. Los medios de  difusión de las expresiones culturales se constituyen entonces en canales para la democracia. En tanto la vida en libertad deviene de la posibilidad de acceder libremente a las múltiples producciones culturales.

El sistema de valores en que vivimos apareja, casi por la fuerza, a la democracia con el mercado. Entendiendo que la libre competencia es un medio idóneo para que lo que se considera de valor circule con libertad y alcance a todos los ciudadanos; tal vez por eso tiende a nombrar todo lo valorable producto y asistimos al escenario en que las obras artísticas además de ser canales para reproducir lo que sentimos se convierten en productos culturales.

Pero ¿qué tan libres somos? ¿Cómo hacen los agentes del mercado para determinar que un producto es satisfactorio o no? ¿Realmente el mercado permite que el público decida libremente cuales son las obras que lo identifican? ¿Cómo sabemos que cuando encendemos la radio o la televisión  esa música que escuchamos representa todas las expresiones  que se producen? Y si no lo hace ¿entonces como hacen los programadores para elegirla? ¿Porque casualmente el dial está compuesto por los mismos géneros y productos?

Resulta que existe en la industria cultural, negocio que produce en el mundo innumerables ganancias, hace muchos años una práctica que afecta la libre circulación de productos. La música que escuchamos en los medios masivos de comunicación en su gran mayoría está determinada por los intereses económicos que rigen la industria y monopolizada por productos que acuden a una práctica que se ha hecho ya tradicional en el mundo, pero que pasa desapercibida por el público: La payola.

La payola es típicamente un cartel, que es ese acuerdo que hacen algunos agentes del mercado para limitar la competencia con otros agentes. Son acuerdos clandestinos que buscan favorecer a algunos agentes sobre otros pactando artificialmente los precios, los medios de distribución o cualquier elemento que haga imposible a los otros participar libremente del mercado. En Colombia fue muy famoso el de los pañales y ahora el de las azucareras.

La Payola es esa práctica mediante la que las disqueras, productoras o los mismos artistas sobornan a los programadores, dueños de medios y demás agentes de distribución para que favorezcan su producto. Suena el que paga. Cómo si en la única góndola del único supermercado abierto al público solo pudieran exhibir su producto las empresas que pagan por ello.

Valga decir que aunque las emisoras comerciales son empresas privadas, ejercen su negocio haciendo uso de un elemento que constituye territorio soberano y espacio público, el espectro electromagnético. Por tanto es un acto corrupto, ilegal que aprovecha tramposamente y con fines de lucro no permitidos un recurso natural, con terribles resultados para la cultura y la democracia.

Siempre que se denuncian estas  realidades ante los áulicos del mercado suele responderse desprevenidamente aduciendo fallas del mercado. Yo me atrevería a decir que en todos los asuntos públicos de importancia como en este caso la cultura – pero valdría el ejemplo con la salud, la educación o la energía-  que se entregan al desarrollo de la libre competencia, los intereses privados de rentabilidad siempre hacen sucumbir los intereses públicos y sobrevienen las ganancias sobre los derechos.

No somos tan libres como creemos. La mayoría de las cosas que escuchamos no está en los medios porque sea el mejor producto sino porque sus productores pagaron para que sonara y, además, existen testimonios de que el pago no es solo por sonar sino para que otros no suenen.

La cultura sucumbe al mercado, como lo han hecho el estado y los derechos. Nuestra amada libertad se reduce entonces a la ambición de algunos  quienes se abrogaron el derecho de escoger por nosotros. Estas palabras son otra inútil voz en el viento, una declaración de impotencia, pero ojala a quien sea que lo escuche le sirva para escuchar dos veces  lo que le ponen en el oído.

 

Carlos Mario Patiño González

Abogado de la Universidad de Antioquia, Magister en Derecho económico del Externado de Colombia, de Copacabana-Antioquia. Melómano, asiduo conversador de política y otras banalidades. Tan zurdo como puedo pero lo menos mamerto que se me permita.

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