Ha vuelto a llover

Lluvia en Castilla. Foto del autor.
El cielo se oscurece y comienza a llorar como una niña malcriada. Las montañas se ocultan y todos corremos hacia cualquier techo que nos proteja de las abundantes lágrimas. Los más precavidos sacan sus paraguas, pero el agua que rebosa las cunetas se les mete a los zapatos y el viento sacude con violencia al endeble esqueleto metalizado del paraguas. Los precavidos transeúntes no tienen más remedio que buscar un techo para protegerse del diluvio.

El cielo se oscurece y comienza a llorar como una niña malcriada. Las montañas se ocultan y todos corremos hacia cualquier techo que nos proteja de las abundantes lágrimas. Los más precavidos sacan sus paraguas, pero el agua que rebosa las cunetas se les mete a los zapatos y el viento sacude con violencia al endeble esqueleto metalizado del paraguas. Los precavidos transeúntes no tienen más remedio que buscar un techo para protegerse del diluvio.

Sin proponérselo, el techo se convierte en un ágora. Los presentes terminamos hablando sobre los infaltables tópicos del desconcertante acontecer nacional: la interminable fila en la EPS, la inseguridad que se pasea de cuadra en cuadra, la carne que sube, la paz que no llega. En un momento, armamos y desarmamos al país mientras la lluvia hace de las suyas. Sin embargo, este debate espontáneo no es recurrente en la temporada de lluvias. Hay momentos en los que no queremos abrigarnos con el calor de las ideas, sino observar la lluvia en completo silencio y dejarnos llevar por el sonido líquido de las gotas.

Incluso, a muchos la lluvia nos los coge en plena calle, sino dentro de un taxi o un bus. Aunque están completamente secos, quieren salir del trancón en el que se encuentran atrapados. Porque cuando llueve esta ciudad colapsa y los trancones que se arman son tan largos como la Gran Muralla China. O si no que lo digan los que tienen su propio carro, ante semejante obstáculo nos les queda más remedio que prender el pasacintas y sintonizar una emisora donde pasen una canción que les recuerde el lejano mar.

Pero los campeones de estos trancones invernales son los motociclistas. Con el estoicismo de un barco camaronero atrapado en plena tormenta, ellos atraviesan calles y logran llegar a su destino. Algunos llevan puesto un impermeable y el viaje les es más llevadero, pero otros deben soportar la lluvia que les moja hasta la conciencia.

Mientras la ciudad se vuelve un diluvio, los demás presencian el dramático y poético caer de las gotas desde la comodidad de sus casas. Ellos pueden darse el lujo de ver la vida correr sin cauce, mientras se sumergen en una sinfonía nostálgica.

Lluvia en Castilla. Foto del autor.
Lluvia en Castilla. Foto del autor.

Todas estas escenas que acabo de mencionarles serán recurrentes en los próximos días, si los pronósticos no fallan. Los meteorólogos afirman que el fenómeno de la niña llegará con fuerza y sus berrinches serán constantes y sonantes. La gran pregunta que nos hacemos es si estamos preparados para ello, si se tiene en cuenta que el pasado fenómeno del niño nos cogió por sorpresa y el gobierno nos asustó con el coco del racionamiento.

Ya se reportan inundaciones, deslizamientos y demás imprevistos invernales, así que no sobra recordarles a las autoridades que estén alertas para que la bendita lluvia no se vuelva en un terrible tormento. Pero en vez de llamar la catástrofe, prefiero recordar un delirio poético que tuve ayer, provocado por la lluvia.

Minutos después de que un monumental aguacero llegara a Medellín salí de mi casa y tomé un taxi. Debía ir a una cita médica y estaba pensando en miles de cosas: artículos por terminar, canciones sin escuchar, lecturas a mitad de camino y amores sin resolver. Cuando el taxi se metió al deprimido de Caribe como un bote en un rápido, me acordé de Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo, el bello cuento escrito por Gabo. “Pero sin que lo advirtiéramos, la lluvia estaba penetrando demasiado hondo en nuestros sentidos” dijo Isabel y yo pronuncié su máxima en voz baja. Entonces, miré la ventanilla acariciada por las gotas y pregunté en mis adentros: Ay, Isabel ¿Qué pasaría si llovieran mariposas amarillas? Cuando el taxi salió del deprimido sentí que estaba dentro de una mariposa amarilla y el panorama se hizo más claro. Y bello, además.

Bonus track: A propósito del monólogo lluvioso de Isabel, ayer el noticiero del mediodía presentó una noticia macondiana. Un torrencial aguacero inundó el quirófano del Hospital Departamental de Sabanalarga (Atlántico). Los galenos que le realizaban una cirugía de apéndice a una señora tuvieron que buscar otro sitio, ya que el agua que caía a chorros en el quirófano nos los dejaba trabajar y ponía en riesgo la salud de la paciente. El motivo de la inundación: una botella plástica obstruyó un bajante. Uno de los galenos, sorprendido, aseguró que quizás él sería el único médico al que le haya pasado algo similar. Al paso que vamos, y con las tormentas provocadas por nuestro sistema de salud, no sería de mal agüero abrir un paraguas dentro de un hospital. Uno nunca sabe.

 

Felipe Sánchez Hincapié

Medellín, 1989. Artista plástico, periodista, melómano y fumador empedernido. Ha participado en diferentes exposiciones realizadas en Medellín como Castilla pintoso, organizada por el colectivo venezolano Oficina # 1, en marco del Encuentro Internacional Medellín 07 (MDE07). Hizo su práctica en el periódico El Mundo de Medellín y ha publicado sus textos en publicaciones como Cronopio, Revista Prometeo, Cartel Urbano y Noisey.

4 Comments

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  • Después de tiempos con constantes temperaturas altas y sequías llega el fenómeno de la niña con bastantes inundaciones y temperaturas bajas. creería son equilibrios de la naturaleza pero que por parte del hombre se han conllevado de una manera exagerada, por su afección al cuidado.

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