Fue un placer conocerte, Juan Gabriel

“El divo de Juárez”, Juan Gabriel, falleció ayer en Santa Mónica (California, Estados Unidos) a los 66 años.

Naciste en una tierra de volcanes. Paráguano, Estado de Michoacán (México) para ser más precisos. Viniste al mundo con el nombre de Alberto Aguilera Valadez un 7 de enero de 1950. De cuna humilde, eras el menor de diez hermanos y antes de ti tres hermanitos tuyos, bautizados con el nombre de Rafael, fallecieron segundos después de abrir los ojos.

Sobreviviste, por fortuna, a ese sino trágico. Fuiste el lucero de tus padres, Victoria Valadez Rojas y Gabriel Aguilera Rodríguez, hombre buen mozo y seductor que perdió la cabeza después de quemar por accidente varias hectáreas de un pastizal y que fue a parar a un hospital mental en Ciudad de México, donde al parecer falleció.

Ante la ausencia de Gabriel, tu mamá tuvo que arreglárselas para sacarte adelante y por eso se fue contigo y tus hermanos a la Ciudad de Juárez. Pero allí, con tan solo 5 años, ella decidió enviarte a un internado. Lo hizo con la excusa de que tendrías un futuro promisorio que ella no podía darte, pero esa abrupta separación te marcaría de por vida.

Te hiciste grande a corta edad, no tenías de otra. El ambiente en el internado se hizo tan pesado que cuando cumpliste los 13 años aprovechaste que te mandaron a botar la basura del internado para escaparte y nunca más volver.

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El niño Alberto junto a Victoria, su madre (izq) y Alberto en su juventud (der)

Ya libre, quedaste al cuidado de Juan Contreras, un maestro de hojalatería al que conociste en el internado y que te enseñó a ganarte la vida y a tocar la guitarra. En las calles de Ciudad Juárez te hiciste a unos cuantos pesos vendiendo artesanías de madera y burritos. Pero en medio del rebusque te diste cuenta de que lo tuyo era cantar. Sí, como José Alfredo Jiménez o Pedro Infante y por eso compusiste tu primera canción, a la que llamaste “La muerte del palomo”. La decisión estaba tomada y nada, ni nadie te harían cambiar de parecer: te ganarías la vida con tus propias canciones.

Un compatriota tuyo, el escritor Carlos Monsiváis, relató así en su libro Escenas de pudor y liviandad aquel inicio tuyo en Ciudad Juárez:

Había una vez una ciudad llamada Juárez en la frontera de México con Estados Unidos. Allí vivía un adolescente solitario, ajeno a la política y a la cultura, aficionado irredento de las cantantes de ranchero, de Lola Beltrán y Lucha Villa y Amalia Mendoza la Tariácuri… y ese joven, furiosamente provinciano (cosmopolita de trasmano, nacionalista del puro sentimiento) creaba por su cuenta una realidad musical nomás suya, la síntesis de todas sus predilecciones que no existía en lado alguno, y para su empresa disponía de la memoria (en donde resguardaba las melodías que no podía llevar al papel pautado), del ánimo prolífico, de una guitarra, de muchos sueños (…)

Y te hiciste a un nombre en esa ciudad fronteriza. Tocabas en fiestas,  bares y prostíbulos. Incluso, llegaste a componer alrededor de cien canciones y no veías la hora de grabarlas. Pero Ciudad Juárez se estaba quedando chica para tus grandes aspiraciones y por eso te fuiste a la gran y monstruosa capital, a Ciudad de México. Allí te tocó sufrir el rechazo, la pobreza y otras dificultades que hicieron azarosa tu vida. Hasta te acusaron de robarte un guitarra y pasaste una temporada en la cárcel, pero ante la falta de pruebas te dejaron libre para que pudieras brillar con fuerza.

En tu camino al éxito conociste a la cantante de rancheras Enriqueta Jiménez “La Prieta Linda”, quien luego de escuchar tu portentosa voz convenció a los dueños de su disquera de que debías grabar con ellos. Y ahí comenzó la consagración, te cambiaste el nombre de Alberto por el de Juan Gabriel, en homenaje a Juan Contreras y tu padre, Gabriel. En 1971 grabaste tu álbum debut, El alma joven, y bueno, de ahí en adelante siguió una exitosa carrera que te hizo grande entre los grandes.

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Portada de El alma joven, primer disco de Juan Gabriel

Grabaste más de 30 álbumes y tus canciones sonaron hasta la saciedad en toda América y el resto del mundo. También actuaste en varias películas e hiciste duetos memorables junto a Rocío Dúrcal, Isabel Pantoja, José José, Chavela Vargas, Joaquín Sabina, Marc Anthony, Natalia Lafourcade, Juanes y otros más. Conseguiste una estrella en el Paseo de la Fama de Hollywood y aportaste a varias causas benéficas en tu México querido.

Le diste al género de la ranchera un aire fresco, irreverente y locuaz. En un país de “meros machos” te atreviste a ser todo lo contrario a ellos, dulce, sensible y sofisticado. No faltó el que se burlara de ti y de tus “delicadas maneras”, pero sus insípidas burlas se quedaban chicas ante la contundencia de tu voz. Siempre fuiste auténtico y en cada interpretación lo diste todo.

Ayer nos enteramos de tu sorpresiva partida. Aunque no tuvimos la dicha de conocerte en persona, sí lo hicimos a través de tus canciones. Todas ellas hicieron parte de nuestra educación sentimental y nos permitieron ver la cara más visible del amor y el desamor.

Animados por la inevitable nostalgia del momento, decidimos escribirte las palabras que vienen a continuación. Con ellas queremos rendirle un homenaje a tu sonoro legado y decirte, Juan Gabriel, que fue un placer conocerte.

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“Eras un poeta”: Mauricio  

El año, 1990. La radio estaba sintonizada en La Voz de Colombia, una emisora que solía escuchar mi madre. Sonaba una canción tuya, “Déjame vivir”, un dúo magnifico que hiciste junto a tu gran amiga y confidente, Rocío Durcal. Desde ese momento mi vida estuvo acompañada por tus canciones y no dudé en considerarte uno de los compositores y cantantes más prolíficos del país azteca.

Perdona si te hago llorar, perdona si te hago sufrir, pero es que no está en mis manos… así empieza otra de tus canciones más celebres.  Eras el cantante del amor, Juan Gabriel, el rey de la balada. Con cada letra hacías que tus oyentes se identificaran con  momentos de sus vidas, porque tu música la creaste con el alma.

Tu creciente popularidad también estuvo acompañada de algunas críticas que te hacían por tu forma de actuar durante tus shows. Te tildaban de afeminado y homosexual.

Pero eso nunca fue un problema para ti. Tú, Juan Gabriel, callabas a tus críticos con una canción mejor que la anterior. Toda Latinoamérica se puso ante tus pies, mujeres y hombres entonaban tus canciones. Muchos de mis contemporáneos crecieron escuchándolas, ya que sus madres, abuelas o tías hacían sus oficios domésticos mientras las entonaban a viva voz.

Eras un poeta y así lo demostraste en varias de tus canciones. “Yo no nací para amar” muestra esa necesidad de buscar el amor que es tan propia a nosotros y escucharle en una tarde lluviosa con un café es la terapia de choque más fuerte para purgar la soledad.

Siempre estamos en la mente de alguien y tú estarás en la mente de toda una generación que te escuchó. Tal vez tu canción “Siempre en mi mente” pudo darnos una solución para olvidarnos de esos amores que nos han dejado, pero ahora eres tú el que nos dejas a tus 66 años y después de darle a la música gloriosos momentos.

Te perdono Juan Gabriel por hacernos llorar con tus canciones, llenas  de amor y melancolía. Nos enseñaste a millones de latinos a amar, nos diste la oportunidad de expresar nuestros sentimientos sin importar la edad o el país donde nacimos, porque todas tus canciones son tan universales como el amor. Todos hemos sufrido por amor y hemos pedido perdón, así como también hemos querido olvidar. Nos despedimos de ti con mucha tristeza, sabiendo que hoy ya no estás entre nosotros. Pero queda tu música y muchos seguiremos escuchándola.

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“Siempre serás nuestro ídolo”: Felipe

¿El año? Creo que fue 2004 o 2005. Yo era un adolescente que quería tener una banda de punk y ser pintor. Estaba en casa de un amigo, no recuerdo si era lunes o jueves. El caso es que nos pusimos a ver televisión y el anfitrión, después de hacer zapping, se detuvo en un canal donde aparecías en pleno frenesí musical. Llevabas un traje negro con encajes dorados, como si te hubieras vestido con el día y la noche. Detrás de ti once mariachis, todos luciendo un traje tan blanco como la nieve del Popocatépetl, no dejaban de tocar sus instrumentos.

No recuerdo qué canción cantabas, creo que era “Amor eterno” o “Te lo pido por favor”. Pero de un momento a otro me dieron ganas de cantarla y me transporté a aquellos días de infancia, cuando antes de ir a la escuela te escuchaba cantar por la radio que encendía mamá. “Puro Metallica, parcero”, dijo mi amigo en son de burla y aunque estuvo a punto de cambiar de canal, se quedó mirándote por un buen rato.

Esa imagen de dos punkeros escuchando tus canciones se me quedó grabada en la mente por muchos años. Ayer, cuando supe que partiste de este mundo rumbo al infinito, la recordé mientras te escuchaba cantar al lado de tus inseparables mariachis esta bella oración de amor: “Amor eterno e inolvidable/tarde o temprano estaré contigo/para seguir… amándonos”.

La canción no dejó de sonar y más imágenes acompañadas con tus canciones se me vinieron a la cabeza. Como la de un vecino que acompañaba sus borracheras con “Así fue” a todo volumen, o la de mi mamá cantando por las mañanas “No tengo dinero” mientras preparaba el desayuno.

Hubo otra imagen que evoqué con bastante nostalgia. Ocurrió un viernes de 2011, ese día tuve mi primera cita con un viejo amor y después de tomar el bus que me llevaría al sitio donde acordamos vernos, me puse a cantar “He venido a pedirte perdón”. Lo hice para calmar los nervios, aunque en ese momento me sentí todo un divo que tendría un encuentro con el amor. No me importó que una señora que estaba sentada delante de mí se cambiara de puesto para no escucharme cantar, yo estaba en la gloria y nada iba a estropearla.

Hice una pausa en medio de mi sonora evocación para cantar estas estrofas de otra canción tuya: “No sabía, de tristezas, ni de lágrimas/ni nada, que me hicieran llorar…”. Salieron unas cuantas lágrimas de mis ojos y volví a cantar: “yo jamás sufrí, yo jamás lloré/yo era muy feliz, yo vivía/yo vivía muy bien/Hasta que, hasta que te conocí”.

Como supondrás, después del encanto de aquella primera cita llegaron las discusiones acaloradas y los silencios prolongados. Entre ambos las cosas no marchaban del todo bien y cuando cada uno decidió tomar rumbo aparte busqué consuelo en esta canción y en otras más de tu autoría.

No fue la única vez que lo hice y creo que en algún momento volveré a cantar “Hasta que te conocí” a lágrima viva, porque la vida, como el amor, es un caer y levantarse constante, es escribir, borrar y volver a escribir los latidos de nuestro corazón.

Puede que ya no estés entre los vivos, pero en nuestras mentes estarás por siempre. Siempre habrá una excusa para escucharte, sin importar si hay llanto o risa de por medio. Siempre, óyelo muy bien, serás nuestro ídolo porque tenías una magia especial para cantar aquello que estaba en lo más recóndito de nuestros corazones, pero que no sabíamos expresar con palabras, ni con silencios. Por siempre serás eterno, Juan Gabriel, como el amor. Eterno.

Nota escrita por: Felipe Sánchez Hincapié  y Mauricio Gil Arboleda

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