En las cuadras de los pobres

En las cuadras de los ricos, no se podrán cerrar las calles para celebrar fin de año o para ver el partido de la Selección, porque en esas fechas ellos estarán en el extranjero o cada miembro de la familia viendo el partido en su respectiva habitación, contando con que vean un deporte para pobres. Las calles solo se cerrarán por algún suicidio de algún importante empresario, a causa de la caída de la bolsa de Wall Street.

En las cuadras de los ricos, no se podrán cerrar las calles para celebrar fin de año o para ver el partido de la Selección, porque en esas fechas ellos estarán en el extranjero o cada miembro de la familia viendo el partido en su respectiva habitación, contando con que vean un deporte para pobres. Las calles solo se cerrarán por algún suicidio de algún importante empresario, a causa de la caída de la bolsa de Wall Street.

En las cuadras de los ricos, no se sacarán las ropas a los balcones, ni a las aceras, para que el brillante y caluroso sol del mediodía las seque; primero, por el qué dirán, y segundo, porque ellos tendrán esas secadoras que al instante hacen lo propio.

En las cuadras de los ricos, no habrá niños en las calles jugando al Jeimy con pedacitos de adobe o con pilas de tapas de gaseosa y un balón ya inservible pero que sirva para “quemar”; tampoco estarán trepando en los árboles de las mangas cogiendo mangos o guayabas o improvisando una casa del árbol; e impensable que estén jugando con sus carritos de plástico cuyas ruedas no rodarán, y cuyas cabinas del conductor, no existirán. No, esos niños estarán en clase de ballet, de piano, de lectoescritura, de matemáticas,  de tenis de campo, o acompañando al padre en su tarde de golf. O bien, esos niños no necesariamente tendrán que estar fuera de casa porque tendrán la posibilidad de contar con un profesor particular, y si se desea, con cancha de tenis propia, aunque también podrán estar en su habitación comiendo McDonalds mientras teclean en su Ipad.

En las cuadras de los ricos, no se escucharán en las madrugadas las voces inentendibles de algún hombre que por efecto del licor también se tambalea, y le confiesa a su amada cuánto la ama, o bien, a su vecino, cuánto lo odia. A esas horas no habrá nadie despierto porque tendrán que descansar para la importantísima reunión de la junta directiva que habrá mañana, o bien, porque mañana viajarán al extranjero, a otro importantísimo encuentro.

En las casas de las cuadras de los ricos, no habrá cine familiar en un televisor de 21 pulgadas, con palomitas de maíz quemadas (junto con la olla), en cuyos momentos es poco lo que se disfrutará de la trama del filme, porque se pelearán más entre los hermanos, y entre los padres se comentarán las deudas y lo que ocurrió en el día, y la abuela preguntará cada cinco minutos que qué pasó, y al final se rifará quién arregla la cocina. Los ricos estarán en cine cada ocho días, viendo películas en las grandes salas de cine, entre el silencio sepulcral y entre los precios de los combos que los pobres no podrán pagar.

En las cuadras de los ricos, no habrá “chuzos” de comidas rápidas, al frente de algún bar, en alguna esquina sucia, bulliciosa pero con buena iluminación. No existirán esos puestos de comidas rápidas mugrosas, en donde cada sábado en la noche, estarán los mismos peludos  comiendo lo mismo que hace ocho días, mientras hablan de sus aventuras sexuales y amorosas, de fútbol y, por supuesto,  de la vida, acompañando el bocado con algún refresco barato que entre todos comprarán pidiendo unos cuantos vasos como encima.  Los ricos estarán en sus restaurantes en algún reconocido centro comercial de la ciudad, en donde no podrán hacer bulla ni comer ‘indecentemente’ (como se come siempre la hamburguesa), porque será mal visto, y en donde tampoco podrán pedir una rebaja porque eso no existe en el mundo de los ricos; allí, todo lo tendrán en la mesa y al instante, y no tendrán que estar pendientes de “quién iba detrás de nosotros”, para recoger lo pedido.

En las cuadras de los ricos, no existirán canchas de futbol improvisadas con cuatro grandes piedras que harán las veces de las dos porterías, y en donde no habrá colores de camisetas porque ambos equipos se distinguirán, o bien de memoria, o bien porque uno tendrá camisetas puestas y los otros jugarán sin nada en el torso. Cancha que a su vez compartirá espacio con los carros que por allí han de transitar. Los niños  de los ricos solo jugarán futbol en canchas sintéticas y con camisas del color del equipo al que pertenezcan, y al reverso, su nombre o su alias estampado.  A propósito, los primeros irán a comer pan con gaseosa o empanadas, al término del ‘cotejo’, mientras que los segundos irán con sus padres a Dugger, a McDonalds o tomar algún refresco en Cosechas.

En las cuadras de los ricos, no se verá nunca la carretilla con aguacates, tomates, cebollas y papas, mientras el señor que la doma ofrece mediante su megáfono las promociones a la vecindad; tampoco venderán medio litro de helado a tan solo dos mil pesitos, ni mucho menos pasará el señor del contado, con su carro lleno de acolchados, sábanas, espejos, nocheros y almohadas hasta el tope. No existirá eso porque los ricos estarán destinados a siempre comprar en los grandes supermercados y almacenes de cadena, en donde tampoco podrán ni deberán pedir rebaja por un producto.

En las cuadras de los ricos tampoco habrá paraísos en cada casa, porque el paraíso también es contar historias de abuelos y bisabuelos, de amores y desamores, de matrimonios y divorcios, de espantos, desgracias y milagros, hasta tardes horas de la madrugada, tomando aguapanela o chocolatico con quesito, pan y mantequilla, al calor de la familia y de las risas, los llantos y los miedos, que aquellas historias puedan provocar. En las casas de las cuadras de los ricos, tampoco habrá niños que duerman con sus padres o sus hermanos, después de escuchar aquellas escalofriantes historias. No, en las cuadras de los ricos, en cada una de esas casas, todos estarán dormidos en la madrugada, porque seguramente tendrán cosas importantísimas por hacer al día siguiente.

En las cuadras de los ricos, no existirá la chismosa del barrio, ni el borracho, ni el rumbero, ni la puta, ni el raro, ni peleón, ni el malaclase, ni el que saluda a todo el mundo, no existirá nadie, porque nadie sabrá quién es quién.

Y fue así como el rico fue destinado a no vivir los grandes paraísos que solo se viven en esas comunas golpeadas pero tan alegres y tan humanas que pululan en las periferias de lo que se llama Medellín, esas mismas que los ricos ni tendrán idea de que existen.

Afortunadamente no fue mi destino haber vivido en una cuadra de ricos.

Santiago Molina

Licenciado en Humanidades, Lengua Castellana de la Universidad de Antioquia.​

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