El síndrome de ósmosis

Nos hemos pasado la última década maravillados con el éxito de la tecnología y agradecidos con la cantidad de carga que nos quitó de nuestras rutinas. Todo se nos volvió fácil y efímero, porque creamos aparatos y portales que remplazaran a la memoria y que nos explicaran, sin demasiada profundidad, la importancia de las cosas.

Mi pregunta es: ¿no será que es hora de cuestionarnos cuáles son los efectos reales que todo eso ha tenido sobre nosotros?

Puede, muy posiblemente, que los científicos estén en desacuerdo conmigo y se opongan a mis explicaciones con esas palabras elaboradas que solo ellos conocen. Pero, creo firmemente, que una de las consecuencias más condenables que nos ha dejado este boom de la tecnología es el síndrome de ósmosis.

Basta con contemplar el panorama actual, en cualquiera de sus variantes, para darnos cuenta de que somos seres sin memoria. Ha crecido en nosotros la capacidad de ignorar las causas, a la vez que se ha fortalecido el sentimiento de que todo pasa porque sí.

Hay, principalmente, dos problemas gravísimos con ese asunto. Uno, que olvidamos el pasado y creemos que los problemas, las facilidades, y hasta la vida misma, brotaron del suelo de un momento para otro sin razón alguna. Dos, que tenemos la idea aceptada de que lo que hagamos hoy no tendrá ningún efecto sobre lo que nacerá mañana. Y honestamente, me cuesta decidir, cuál es más peligroso.

No es extraño que nos crucemos en la calle con frases como: “pero no entiendo de dónde salió tanto alboroto por el problema del aire”, o, “igual para qué voy a hacer algo si nadie más lo va a hacer. No va a cambiar nada”. Y es que, para qué saber los porqués, para qué interiorizarlos, si basta con un clic para tener a la mano más información de la necesaria y dar una respuesta aprendida en el momento que se requiera.

Así como aprendimos que la A es primero que la Z, así mismo hemos interiorizado el facilismo. No sabemos, ni leemos, ni investigamos, pero salimos a hablar como los genios que nos hemos creído que somos, solo porque tenemos acceso a internet las 24 horas y dos o tres profesores que intentan inútilmente transmitirnos su brillantez.

Creemos que lo tenemos todo a la mano y que así como “surgió de la nada” desaparecerá de la nada, entonces para qué invertir esfuerzos. Estamos consumidos por el síndrome de ósmosis que nos infectó el cerebro y nos hizo creer que el mundo no es nuestro, que es de otros, y que nuestra falta de pertenencia lo vuelve impermeable a los constantes daños que le generamos.

Pero, lamento decirles, que todo tiene causa y que desconocerla nos vuelve propensos a repetir errores. He de informarles que los problemas no son efímeros, que permanecen, a pesar de que los medios los olviden para poder sacar novedad en el próximo artículo. Porque, recuerden, los problemas solo dejan de existir cuando se les aplican soluciones pertinentes, soluciones de las cuales todos formamos parte. Porque sí, así le sorprenda, lo que usted haga posiblemente sí cambie el mundo.

Entonces luche, luche contra el síndrome de osmosis, despierte el cerebro del letargo en el que está sumido. Asuma su realidad como propia, porque adivine qué, esos problemas que usted siente lejanos, van a terminar por definirlo.

Sara Betancur Carvajal

Soy estudiante de Comunicación Social y Periodismo. Soy lo que he escrito y he borrado. Soy una constelación de contradicciones. Soy las partes que subrayo en los libros. Soy la eterna construcción de la huella que voy a dejar en el mundo.

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