EL SENTIDO PRIMARIO EN EL VOTO OBLIGATORIO

Desde que tengo consciencia política -entiéndase por capacidad de observar la realidad y analizar con sentido crítico la información que recibo con criterios propios y no de terceros- he tenido la firme convicción del sentido primario de las mayorías de, quienes se dice, nos representan en, el que se dice, es el recinto por excelencia de la democracia colombiana. Basta con ver el Noticiero del Senado y, créame es muy probable que usted también llegue a esa conclusión en solo 5 minutos o menos. Eso sí, sería injusto no destacar una minoría muy valiosa que se empeña en ir contra el río de la ignorancia solo con sus remos de argumentos, llenando con una luz de sensatez el lugar que podría ser el más desesperanzador de nuestra sociedad: Claudia López, Iván Cepeda, Ángela María Robledo o el tan polémico Jorge Robledo son dignos ejemplos.

Por sentido primario me refiero a la ausencia de actitudes o aptitudes -o en muchos casos ambas- de leer realidades sociales a partir de contextos con múltiples variables, premisas compuestas y consecuencias que no resultan de aplicar simples silogismos. Situación que se agrava cuando la concentración de un congresista se debate entre sí prestarle atención, precisamente, al debate o al juego de su teléfono.

Clara expresión de ese sentido primario son, por lo general, las iniciativas que buscan obligar, proscribir o punir acciones o no acciones a diestra y siniestra; considerando a los ciudadanos cual rebaño de vacas que necesitan cambios de  lazos, aun cuando no se sabe ni cómo amarrarlos.

El voto obligatorio, iniciativa que ha sido recientemente aprobada en primer debate en el congreso, es un claro ejemplo de ello. La abstención en las urnas no es la consecuencia de la pereza de ciudadanos a quienes ni los estímulos los hacen parar de sus camas o su irresponsabilidad por el futuro del país, como se oye tanto decir. La abstención es una expresión política de millones a quienes el sistema político históricamente ha excluido sin descaro, ha desesperanzado y hasta silenciado. Diferente es que los efectos de la abstención no estén reconocidos en el mundo jurídico por razones que sobra especificar. Como si además, la única forma de participar fuese depositando un voto, desconociendo que las mínimas acciones de movilización u opinión hasta las múltiples estrategias de construcción de sociedad desde todos los ámbitos posibles que surten, a veces, más efecto que el sacramental ejercicio del voto.

La obligación debería ser autoimpuesta por los padres de la patria. Obligarse a ser consecuentes, actuar siempre con la verdad –y no esa que esconden con falacias-, decidir con argumentos y no con sus intereses particulares, buscar dignificar a sus electores, transformar desde cada una de sus poderosas acciones la realidad de un país desigual e inequitativo. Aún así también es válido que se aprueben mayores obligaciones a los ciudadanos: obligaciones como la atención en salud exprés –siguiendo la corriente de las licencias ambientales exprés-; educarse de manera integral y con calidad en un sistema público incluyente que se piense alrededor de la diversidad, la tolerancia y la paz desde la primera infancia hasta la educación superior; obligar a alimentarse de manera suficiente a las millones de familias pobres; a tener un trabajo estable, bien remunerado y en condiciones dignas; a un ambiente sostenible con nuestra actividad humana; obligar a ser sujetos de esperanza en un futuro prometedor que salte del discurso a las acciones. Esas sí serían obligaciones bien recibidas.

Tan simple como respetar a los ciudadanos, eliminar las prácticas clientelistas y la corrupción y garantizar los derechos fundamentales harían de ésta débil democracia un lugar más amable para cohabitar –incluso en las urnas- y, en ese sentido, superar el círculo vicioso y entrar en el virtuoso donde la menor de las preocupaciones sea la abstención y la característica menos presente en un congresista sea su sentido primario.

@juanp_rendon

 

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