El imperio se retira

Las cámaras y los micrófonos de los grandes medios de comunicación pueden estar muy ocupados cubriendo el nuevo episodio del interminable conflicto árabe-israelí, o la caída del avión de Malaysia Airlines, al parecer provocada por los monstruos prorrusos creados por Putin; pero en este instante hay una situación mucho más delicada que está pasando casi desapercibida por la prensa occidental.

En 2013, en Europa del Este se produjeron el 6% de los bienes y servicios del planeta. De ese 6%, un tercio fue producido en Rusia y menos de un quinceavo lo generó Ucrania. Israel contó con un 0,32% de la producción mundial en ese mismo año, casi lo mismo que Ucrania a pesar de ser 29 veces más pequeño y de tener una población 5 veces menor. Mientras que la región de la que voy a hablar en este artículo, que comprende todo el Oriente Asiático, el Sur de Asia y Oceanía en total da origen al 36% del PIB mundial.

Es por eso que las recientes tensiones diplomáticas en dicha región tienen gran relevancia y merecen más atención. Hay dos factores principales que han cambiado el balance de poderes en Asia: el desarrollo militar de la República Popular China y la disminución relativa de la presencia estadounidense. Aunque el gobierno de Obama anunció un “giro a Asia” basado en la diplomacia y el comercio con las potencias emergentes, la diplomacia no ha sido para nada efectiva y los acuerdos comerciales no se han materializado. Algunos autores estadounidenses pesimistas hablan de una decadencia norteamericana, cosa que no tiene por qué suceder, aunque el gobierno con sus acciones y omisiones parece empeñado en hacerla realidad.

Los aliados de Occidente en el Sur y Este de Asia a partir del fin de la Segunda Guerra Mundial han sido en su mayoría democracias liberales con economías de mercado que hasta ahora dependen del apoyo militar norteamericano. La retirada lenta de Estados Unidos ha presionado a estos países a adoptar decisiones sobre su futuro militar y diplomático, sin embargo, también ha resucitado antiguas enemistades y ha estimulado la creación de nuevas alianzas que hace cinco años no eran posibles.

Japón y Corea del Sur han sido los principales aliados de los Estados Unidos en el Oriente. A pesar de haber sido blanco de bombas atómicas durante la Segunda Guerra Mundial, los japoneses jamás escribieron “Las venas abiertas del Japón” ni adoptaron nacionalismos desesperados, sino que reconstruyeron su país conservando sus tradiciones y adoptando la democracia y la economía liberal, de la mano de sus ocupantes. En la constitución japonesa, elaborada por el general norteamericano Douglas MacArthur, el pueblo japonés renunció a la guerra y se comprometió con la paz mediante el desmantelamiento de todo su aparato militar. Sólo mantienen a las Fuerzas de Autodefensa Japonesa con propósitos puramente defensivos.

Eso está a punto de cambiar, pues el Primer Ministro japonés Shinzo Abe ha logrado enmendar la constitución para incluir la “defensa colectiva”, un principio según el cual Tokio puede defender otras naciones amigas y proporcionar armamento y tecnología a sus aliados. Se espera también un rearme y fortalecimiento militar nipón que le permita contrarrestar el desarrollo de la China, con quien tiene disputas territoriales por un archipiélago en el Mar del Este de China.

No obstante, el país más preocupado por el rearme japonés no es China sino Corea del Sur. La presidenta Park Geun-hye ha respondido con preocupación frente a los cambios en la isla. Park se ha dedicado a recordar en diversos escenarios internacionales la esclavitud sexual a la que fueron sometidas mujeres coreanas durante la Segunda Guerra Mundial por parte de militares japoneses. Japón, que necesita reivindicar sus logros militares para justificar sus decisiones recientes, ha hecho polémicas declaraciones al respecto y ha rendido honores a sus soldados caídos de esa guerra. También existe un conflicto territorial por islas entre Japón y Corea del Sur. Todo eso ha causado que las relaciones entre los dos mejores amigos de Estados Unidos estén en riesgo. Los japoneses se quejan de las críticas coreanas, los surcoreanos exigen arrepentimiento verdadero por parte de Japón y reparación a cerca de 30 víctimas de esclavitud sexual que aún viven.

La discordia entre japoneses y coreanos es un desafío para Estados Unidos, que ha logrado sentar a altos funcionarios de ambos gobiernos en la misma mesa pero aún no consigue que Park y Abe se encuentren para dialogar. En cambio para China esta situación es bastante conveniente. Desde hace un tiempo, China está desesperada y enojada con Corea del Norte, su aliado tradicional. El régimen de Kim Jong-un se ha negado a acompañarla en diversas iniciativas, ha continuado con su programa nuclear pese a las recomendaciones de abandonarlo por parte de Beijing y su economía estancada ha creado una crisis de inmigración de norcoreanos en China. En cambio el comercio entre China y Corea del Sur ha crecido hasta superar el de Corea del Sur con Japón y con los Estados Unidos. Corea del Sur es una economía emergente y su gobierno es respetado en los escenarios internacionales. A una China con una economía reformada y liberalizada le conviene más acercarse a naciones capitalistas que a regímenes estancados en el comunismo.

Park Geun-hye, presidenta de Corea del Sur. Xi Jinping, presidente de China. Shinzo Abe, primer ministro de Japón.

Xi Jinping, el Presidente de la República Popular China, decidió viajar a Corea del Sur sin antes visitar a su aliado tradicional en el norte, lo cual es una ofensa para la “monarquía comunista” de Pyongyang. Kim Jong-un tampoco ha visitado Beijing para dialogar con la administración de Xi. En Seúl el presidente chino hizo referencias a antiguas guerras que China y Corea pelearon juntas contra Japón, omitiendo otras más recientes en las cuales China intentó eliminar a Corea del Sur del mapa. El acercamiento de Park con Xi Jinping provocó una inesperada respuesta en Japón: levantar restricciones comerciales y migratorias que había impuesto a Corea del Norte a cambio de que la dictadura libere algunos secuestrados japoneses que tiene en su poder. Corea del Norte también se ha acercado a Moscú ante el distanciamiento del Partido Comunista Chino. De todas formas, aún no es posible hablar de un eje Beijing-Seúl contra uno Tokyo-Pyongyang, ya que estos son matrimonios por conveniencia que atentan contra toda lógica y tradición, por lo que se pueden romper fácilmente.

En Corea del Sur algunos analistas como Young-hie Kim consideran que tanto China como Japón tienen intereses que se enfrentan en el Mar del Sur de China y el Mar del Este de China, y que no se debe permitir que la península coreana se convierta en la tercera zona por la que compiten, por lo que hay que manejar cordialmente con ambos vecinos la situación. Una manera de hacerlo es conservar la alianza con los Estados Unidos, país que ha propuesto a Seúl instalar en su territorio un sistema de defensa anti-misiles para protegerla de eventuales ataques norcoreanos. Aunque Rusia y China han protestado y pedido a Park Geun-hye no aceptar, por las declaraciones de algunos funcionarios y militares surcoreanos todo indica que los misiles interceptores serán instalados. El 93% de los coreanos consideran que la alianza con los norteamericanos debe continuar, aunque tres cuartas partes de la población piensan que si Estados Unidos sigue respaldando el rearme japonés, es más seguro para la nación aliarse con China.

China tiene algunos aliados en la región, como Indonesia y Tailandia. En el Sur de Asia cuenta con el apoyo de Bangladés, Pakistán y Sri Lanka. Estos tres últimos rodean a la India, que teme, tal como Japón, al incremento del poderío militar chino mientras Estados Unidos se aleja de la región. Aunque como miembros de los BRICS India y China trabajan en equipo en muchos asuntos como la creación de un fondo de desarrollo alternativo al Banco Mundial y al FMI, los dos gigantes tienen conflictos limítrofes, diferencias de principios e intereses en la región adversos. India realiza anualmente un entrenamiento naval conjunto con Estados Unidos: los ejercicios de Malabar. En 2007 las dos naciones invitaron a Singapur, Japón y Australia a participar en ellos, lo cual provocó la ira de China. Siete años más tarde, India y Estados Unidos volvieron a invitar a Japón a sus ejercicios, por lo que China vigila cautelosamente. Los primeros ministros de India y Japón son amigos personales y preparan una reunión para agosto en la que se esperan grandes declaraciones, como la posible compra de aviones anfibios japoneses por parte del gobierno de Narendra Modi.

Los chinos también tienen problemas territoriales con Bután, las Filipinas y con su aliado de la Guerra Fría, Vietnam, quien hoy exige a los Estados Unidos incrementar su presencia diplomática y militar en la región. Además están las situaciones conflictivas de Taiwán, el Tíbet, los uigures e incluso la incertidumbre por la continuidad del modelo de dos sistemas en Hong Kong y Macao: China tiene tantos potenciales enemigos adentro como afuera, pero no hay nada que les ocupe tanto la atención como la reorganización militar japonesa.

El mandatario japonés visitó este mes al primer ministro australiano Tony Abbott para negociar un tratado de libre comercio, acuerdos industriales y militares. Después de reformar la constitución para permitir la “defensa colectiva”, Abe ha logrado estrenar su enmienda con una venta de submarinos a Australia. Al igual que a los japoneses y a los indios, al gobierno australiano le preocupa la desprotección de los océanos Índico y Pacífico con la disminución de la presencia norteamericana mientras China incrementa su influencia. La gran diferencia entre Japón y Australia es que los segundos han sido socios comerciales importantes de la China. El hierro que los chinos utilizan en su inmensa producción industrial proviene en gran parte de minas australianas, por lo que la isla más grande del mundo se ha beneficiado mucho del desarrollo chino. Es por eso que internamente algunos australianos cuestionan el acercamiento con el gobierno japonés. El temor a China se debe a declaraciones como las del general retirado Wang Hongguang, quien advirtió que “si Australia no trata a China como un país amigo, China no considerará a Australia como un país amigo”.

Otros expertos australianos están a favor de mejorar las relaciones con Japón, como Donna Week, quien sugiere que los lazos comerciales de la región Asia-Pacífico son mucho más grandes y fuertes que el potencial de guerra en la región.

Es que un conflicto militar en esa zona sería tan devastador para todo el mundo que solo gobernantes irracionales se atreverían a desatarlo. Si algo ha demostrado la mayoría de los países asiáticos en las últimas décadas es que son sociedades responsables y no rencorosas que están en toda la capacidad de asumir la seguridad de su región mientras que Estados Unidos abandona el escenario.

NOTA: Aunque los sucesos narrados ocurran en otras regiones, siempre tienen algún grado de impacto en nuestros países. Para reflexionar simplemente dejo el siguiente dato: el primer ministro de Japón Shinzo Abe visitó en el mes anterior a México, Trinidad y Tobago, Colombia, Chile y Brasil. El presidente chino Xi Jinping estuvo en Argentina, Brasil, Venezuela y Cuba, también en el mes de julio.

[author] [author_image timthumb=’on’]https://fbcdn-sphotos-h-a.akamaihd.net/hphotos-ak-prn1/t1.0-9/10297751_10203708030200608_5253995294678260460_n.jpg[/author_image] [author_info]José Miguel Arias Mejía Medellinense. Estudiante de Medicina de la Universidad de Antioquia. Leer sus columnas.[/author_info] [/author]

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